TÚ Y TU CASA CAPÍTULO 22

El cristiano en el hogar C. H. Mackintosh LA CASA DEL CREYENTE EN EL NUEVO TESTAMENTO ¡Cuántos cristianos asisten a las reuniones sin tener a Cristo como su primer y directo objeto! Unos van para oír los mensajes, a fin de ser edificados. Los reúne la edificación, no Cristo. Puede que haya piadosas emociones, santas aspiraciones, mucho de sentimientos religiosos, un vivo interés intelectual en ocuparse de la letra de las Escrituras o de ciertos puntos de la verdad; mas todo esto puede existir sin la menor realización de la santa y santificante presencia de Cristo, según la promesa hecha en Mateo 18:20. Otros vienen a la asamblea con el corazón preocupado de lo que quieren decir o hacer. Tienen un capítulo para leer, un himno para indicar, algunas observaciones que hacer, o tienen la intención de orar y esperan el momento favorable para adelantarse. ¡Ay, es perfectamente evidente que no es Cristo el objeto principal de estos cristianos, sino únicamente el yo, sus pobres actos y sus miserables palabras! Estas personas contribuyen a despojar a la asamblea de su carácter de santidad, poder y verdadera elevación, pues, a causa de ellas, no es Cristo el que preside, es la carne la que figura, y eso, además, en las más solemnes circunstancias. La carne puede desempeñar su rol en un teatro o en una tribuna política, pero, en una asamblea de santos, ella debiera ser como si no existiera. No estoy en absoluto autorizado para presentarme delante del Señor, en una reunión de hijos de Dios, con la premeditación de leer tal o cual capítulo, de indicar tal o cual himno, o con un discurso preparado. Debo venir en medio de mis hermanos para colocarme en la presencia de Dios y someterme a su soberana dirección. En una palabra, si fijara la mira en el nombre de Jesús, él solo sería mi objeto y olvidaría cualquier otra cosa. Eso no quiere decir que al tener a Jesús por objeto, no pueda ni comunicar ni recibir edificación. ¡Oh, muy al contrario!; pues en tanto el Señor esté puesto delante de mí, seré verdaderamente capaz de edificar y de ser edificado. Lo menor está siempre incluido en lo mayor. Si tengo a Cristo, no puedo dejar de tener la edificación, pero si busco ésta en lugar de Cristo, si hago de ella mi objeto, pierdo las dos cosas. Continuará...

No hay comentarios.:

Publicar un comentario