LA PLENA SUFICIENCIA DE CRISTO CAPÍTULO 10

1- LO QUE CRISTO HIZO POR NOSOTROS Así, todo ha sido divinamente resuelto, y para siempre. Tan imposible es que se halle un solo pecado en el más débil creyente en Jesús, como que se halle en Jesús mismo. Poder decir esto es algo asombroso, pero es una sólida verdad de Dios, establecida en múltiples lugares de las Santas Escrituras; y el alma que cree esto, ha de gozar de una paz que el mundo no puede dar ni quitar. 2- NUESTRA SEGURIDAD DEL PERDÓN DE LOS PECADOS Hasta aquí, hemos considerado el aspecto de la obra de Cristo que tiene que ver con el perdón de los pecados, y esperamos sinceramente que el lector tenga ya una idea muy clara y definida de este tan importante punto. Seguramente será un feliz privilegio para él si sólo toma lo que Dios dice en su palabra: “Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevamos a Dios” (1 Pedro 3:18). Si, pues, Cristo padeció por nuestros pecados, ¿no deberíamos percatarnos de tan grande bendición de haber sido librados para siempre del peso de esos pecados? ¿Puede estar de acuerdo con la mente y el corazón de Dios que alguien por quien Cristo padeció haya de quedar en perpetua esclavitud, atado y amarrado con la cadena de sus pecados y clamando, semana tras semana, mes tras mes, año tras año, que el peso de sus pecados es insoportable? Continuará...

LA PLENA SUFICIENCIA DE CRISTO CAPÍTULO 9

1- LO QUE CRISTO HIZO POR NOSOTROS Dios no se limitó a enviar a su Hijo unigénito al mundo, sino que lo “quebrantó por nuestras iniquidades” (Isaías 53:5; V.M.) y lo levantó de entre los muertos, a fin de que sepamos y creamos que nuestras iniquidades fueron borradas de manera tal que él fue glorificado de un modo infinito y eterno. ¡Sea alabado su nombre en todo el universo y por toda la eternidad! Pero tenemos todavía otro testimonio de esta gran verdad fundamental. En Hebreos 1:1-3, leemos las siguientes palabras que conmueven el alma: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas.” Nuestro Señor Jesucristo —bendito sea su nombre— no quería sentarse en el trono de Dios sino después de haber efectuado la purificación de nuestros pecados al ofrecerse a sí mismo en la cruz. Por tanto, un Cristo resucitado y sentado a la diestra de Dios es la prueba gloriosa e irrefutable de que nuestros pecados han desaparecido por completo, porque él no podría estar donde está actualmente, si quedase tan sólo uno de esos pecados. Dios levantó de entre los muertos al mismo Hombre sobre el que había cargado todo el peso de nuestros pecados. Continuará...

LA PLENA SUFICIENCIA DE CRISTO CAPÍTULO 8

1- LO QUE CRISTO HIZO POR NOSOTROS ¿Dónde están nuestros pecados? Todos ellos están borrados. ¿Cómo lo sabemos? El que los tomó sobre sí, “traspasó los cielos”, hasta la cima más alta de la gloria. La justicia eterna ha coronado sus sienes benditas con una diadema de gloria, como Aquel que cumplió nuestra redención, que llevó nuestros pecados, demostrando así, de modo incuestionable, que nuestros pecados fueron alejados para siempre de la vista de Dios. Un Cristo coronado y una conciencia limpia están unidos inseparablemente en la bienaventurada economía de la gracia. ¡Maravilloso hecho! Ahora podemos cantar, con todas nuestras energías redimidas, las alabanzas del amor redentor. Pero veamos cómo las Santas Escrituras presentan esta verdad tan consoladora. Leemos en Romanos 3:21-26: “Pero ahora, aparte de la ley [χωρις νομου], se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús.” De nuevo, en el capítulo 4, hablando de la fe de Abraham, que le fue contada por justicia, el apóstol añade (v. 23-25): “Y no solamente con respecto a él se escribió que le fue contada, sino también con respecto a nosotros a quienes ha de ser contada, esto es, a los que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro, el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación.” Dios es presentado aquí a nuestra alma como el que levantó de entre los muertos a Aquel que llevó nuestros pecados. ¿Por qué lo hizo? Porque Aquel que había sido entregado por nuestros pecados, había glorificado perfectamente a Dios con respecto a esas ofensas y las había quitado de en medio para siempre. Continuará...

LA PLENA SUFICIENCIA DE CRISTO CAPÍTULO 7

1- LO QUE CRISTO HIZO POR NOSOTROS Porque, permítaseme preguntar: ¿cómo alcanzó Cristo el lugar que ocupa ahora en el trono de Dios? ¿Acaso lo fue como “Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos” (Romanos 9:5)? No, porque eso lo fue siempre. ¿Fue como Hijo eterno del Padre? No; siempre lo fue, siempre “está en el seno del Padre”, siempre es objeto de las delicias eternas e inefables del Padre. ¿Lo fue como Hombre sin mancha, santo, perfecto, Aquel cuya naturaleza fue absolutamente pura, perfectamente libre de pecado? No; porque en esa condición, y sobre esa base, podía haber reclamado en cualquier momento, entre el pesebre y la cruz, un lugar a la diestra de Dios. ¿Cómo lo fue, pues? ¡Sea eternamente alabado el Dios de toda gracia! Lo fue como quien, por medio de su muerte, cumplió la gloriosa obra de la redención, como quien cargó con todo el peso de nuestros pecados, como el que satisfizo perfectamente todas las justas demandas de ese trono en el cual está ahora sentado. Ésta es una verdad fundamental que el lector angustiado debe comprender. No puede dejar de liberar el corazón y tranquilizar la conciencia. No es posible contemplar, por fe, al Hombre que fue clavado en el madero, coronado ahora en el trono, y no tener paz con Dios. Después de cargar sobre sí nuestros pecados y el juicio que merecían, el Señor Jesucristo no podría estar ahora donde está, si uno solo de esos pecados quedara sin expiar. Ver coronado de gloria al que llevó nuestros pecados, es ver esos pecados alejados para siempre de la presencia divina. Continuará...

LA PLENA SUFICIENCIA DE CRISTO CAPÍTULO 6

1- LO QUE CRISTO HIZO POR NOSOTROS No escribo como teólogo; si así fuese, sería de veras una tarea muy fácil presentar una hilera incontestable de textos evidentes de la Escritura en prueba de la solemne verdad del castigo eterno. Pero, no; estoy escribiendo como alguien a quien Dios ha enseñado lo que el pecado verdaderamente merece; y lo que merece no es, ni puede ser otra cosa —lo declaro con toda calma, deliberación y solemnidad— que la exclusión eterna de la presencia de Dios y del Cordero, los tormentos eternos en el lago que arde con fuego y azufre. Pero —¡eternas aleluyas al Dios de toda gracia!— en vez de enviarnos al infierno a causa de nuestros pecados, Dios envió a su Hijo para ser la propiciación por esos pecados. Y, en el despliegue del maravilloso plan de la redención, vemos a un Dios santo interviniendo en el asunto de nuestros pecados y ejecutando juicio sobre ellos en la Persona de su Hijo amado, eterno e igual a él, a fin de que todo el torrente de su amor pudiera fluir dentro de nuestro corazón: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Juan 4:10). Ahora bien, esto tiene que dar paz a la conciencia, con tal que se reciba con simple fe. ¿Cómo es posible que una persona crea que Dios está satisfecho en cuanto a sus pecados, y no tenga paz? Si Dios nos dice: “Y nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades” (Hebreos 8:12), ¿qué más podemos desear como base de paz para nuestra conciencia? Si Dios me asegura que todos mis pecados han sido borrados como se “disipa una densa nube” (Isaías 44:22; BDLA), que los ha “echado tras sus espaldas” (Isaías 38:17) —alejado para siempre de su vista—, ¿no habré de tener paz? Si me muestra al Hombre que llevó mis pecados en la cruz, coronado ahora a la diestra de la Majestad en los cielos, ¿no debería mi alma entrar en el perfecto reposo en cuanto al asunto de mis pecados? Seguro que sí. Continuará...

LA PLENA SUFICIENCIA DE CRISTO CAPÍTULO 5

1- LO QUE CRISTO HIZO POR NOSOTROS Veo las encrespadas olas de la justa ira de Dios —su ira contra mis pecados, la ira que debía haberme consumido, alma y cuerpo, en el infierno durante una espantosa eternidad—, pasando por encima del Hombre que ocupó mi lugar, que me representó delante de Dios, que llevó sobre sí todo lo que yo debía llevar, a quien un Dios santo trató como yo merecía ser tratado. Veo a un Dios inflexible en su justicia, verdad y santidad, tomando mis pecados y haciéndolos desaparecer por completo y para siempre. Ni uno solo queda sin ser juzgado. No existe la posibilidad de hacer la vista gorda, ni de mitigarlos, ni de pasarlos por alto, ni de permanecer indiferente, una vez que Dios mismo ha tomado en sus manos el asunto. Estaban comprometidas su gloria, su inmaculada santidad, su eterna majestad y las elevadas demandas de su gobierno. A todo eso había que dar la satisfacción pertinente, de forma que Dios fuese glorificado a los ojos de ángeles, hombres y demonios. Pudo haberme enviado al infierno, con toda justicia, a causa de mis pecados, pues no me merecía otra cosa. Todo mi ser moral, desde su máxima profundidad, lo reconoce: no tiene más remedio que reconocerlo. No tengo ni una sola palabra que decir como excusa por un solo pensamiento pecaminoso; mucho menos, por una vida manchada enteramente de pecado; sí, una vida de deliberado, rebelde y arbitrario pecado. Que razonen otros como les plazca sobre la supuesta injusticia de una eternidad de castigo por una corta vida de pecado, de una falta total de proporción entre unos pocos años de obrar mal y una eternidad sin fin de tormentos en el lago de fuego. Ellos pueden hallar razones, pero creo firmemente y confieso sin reservas que por un solo pecado contra un ser como Dios a quien veo en la cruz, yo merezco de sobra un castigo eterno en el foso más hondo, oscuro y lúgubre del infierno. Continuará...

LA PLENA SUFICIENCIA DE CRISTO CAPÍTULO 4

1- LO QUE CRISTO HIZO POR NOSOTROS Dios, en su amor maravilloso y sin par, me asegura a mí, pecador miserable, culpable y merecedor del infierno, que él mismo ha tomado a su cargo todo el asunto de mis pecados y los ha hecho desaparecer de tal modo de producir una rica cosecha de gloria para su nombre eterno, a lo largo y ancho del universo, en presencia de todo ser creado, dotado de inteligencia. Una fe viva en esto debe tranquilizar la conciencia. Si Dios ha quedado satisfecho a sí mismo con respecto a mis pecados, bien puedo yo estar también satisfecho. Yo sé que soy pecador, quizás el peor de los pecadores. Sé que mis pecados son más numerosos que los cabellos de mi cabeza; que son oscuros como la medianoche, negros como el mismo infierno. Sé que cualquiera de esos pecados, aun el más pequeño, merece las llamas eternas del infierno. Sé —porque me lo dice la Palabra de Dios— que ni una sola mancha de pecado puede entrar jamás en su santa presencia, y que, por eso, en cuanto a mí toca, no hay otra salida posible que una eterna separación de Dios. Todo esto lo sé, basado en la autoridad clara e incuestionable de esa Palabra que “permanece para siempre en los cielos” (Salmo 119:89). Pero, ¡oh, misterio profundo de la cruz, misterio glorioso de amor redentor! Veo a Dios mismo tomando todos mis pecados —esa lista negra y terrible—, todos mis pecados, tal como los conocía y los pesaba. Lo veo cargándolos sobre la cabeza de mi adorable Sustituto y teniéndolo a él por responsable de ellos. Continuará...

LA PLENA SUFICIENCIA DE CRISTO CAPÍTULO 3

LA PLENA SUFICIENCIA DE CRISTO
1- LO QUE CRISTO HIZO POR NOSOTROS Por su preciosa muerte expiatoria, nuestra condición de pecadores ha quedado totalmente resuelta. Llevó nuestros pecados y los alejó para siempre. Cargó con todos nuestros pecados, los pecados de todos los que creen en su nombre: “Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:6). Y de nuevo: “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios” (1 Pedro 3: 18). Ésta es una gran verdad, de suprema importancia para el alma ansiosa, una verdad que yace en el fundamento mismo de toda la posición cristiana. Es imposible que un alma verdaderamente despertada, que una conciencia espiritualmente iluminada, pueda disfrutar de una paz divinamente establecida, hasta que haya echado mano, con fe sencilla, de esta preciosa verdad. Tengo que saber, apoyado en la autoridad divina, que todos mis pecados han sido borrados para siempre de la vista de Dios; que él mismo ha acabado con ellos de manera tal de satisfacer todas las demandas de su trono y todas las perfecciones de su naturaleza; que él se ha glorificado a sí mismo al haber quitado todos mis pecados de una manera mucho más elevada y maravillosa que si me hubiese enviado a un infierno eterno por causa de ellos. Sí, él mismo lo ha hecho. Ésta es la verdadera sustancia, el meollo de todo el asunto. Dios ha cargado sobre Jesús nuestros pecados, y así nos lo dice en su santa Palabra, a fin de que lo sepamos basados en la autoridad divina, una autoridad que no puede mentir. Dios lo planeó; Dios lo llevó a cabo; Dios lo dice. Todo, de punta a cabo, proviene de Dios, y a nosotros nos toca sencillamente confiar en ello como un niño. ¿Cómo sé yo que Jesús llevó mis pecados en su cuerpo sobre el madero? Justamente por la misma autoridad que me dice que yo tenía pecados que pesaban sobre mí. Continuará...

LA PLENA SUFICIENCIA DE CRISTO CAPÍTULO 2

INTRODUCCIÓN No cabe duda de que este resultado triste y penoso puede ser producto de varias causas, tales como una mente legalista, una conciencia mórbida, un corazón ocupado en sí mismo, una mala enseñanza, una inclinación secreta hacia las cosas de este mundo, algunas reservas en el corazón en cuanto a las demandas de Dios, de Cristo y de la eternidad. Pero cualesquiera sean las causas que han contribuido a ello, creemos que, en casi todos los casos, se puede llegar a la conclusión de que la falta de una paz inquebrantable, tan común en el pueblo de Dios, es el resultado de no ver ni creer lo que Dios ha hecho que Su Cristo sea para ellos y por ellos; y eso, para siempre. Basados en las preciosas páginas de la Palabra de Dios, nos proponemos en este tratado mostrar al lector angustiado, que todo lo que pueda necesitar, ya sea para satisfacer las demandas de su conciencia, los anhelos de su corazón o las exigencias de su marcha diaria, está atesorado para él en Cristo. Trataremos de probar, por la gracia de Dios, que la obra de Cristo es el único lugar verdadero de reposo para la conciencia; que su Persona es el único objeto verdadero para el corazón; y que su Palabra es la única guía verdadera para su andar. Consideremos, pues, primero: LA OBRA DE CRISTO COMO EL ÚNICO LUGAR DE REPOSO PARA LA CONCIENCIA Al considerar este gran tema, dos cosas reclaman nuestra atención: Primero: Lo que Cristo hizo por nosotros, o sea, su obra en la cruz. Segundo: Lo que Cristo está haciendo por nosotros, o sea, su obra presente. En la primera, tenemos la expiación; en la segunda, la intercesión. Murió por nosotros en la cruz; vive para nosotros en el trono.

LA PLENA SUFICIENCIA DE CRISTO CAPÍTULO 1

INTRODUCCIÓN Una vez que el alma ha sido llevada a sentir la realidad de su condición delante de Dios —la profundidad de su ruina, de su culpa y de su miseria— su completa e irremediable bancarrota, no puede haber reposo hasta que el Espíritu Santo revele al corazón la plena y total suficiencia de Cristo. La única respuesta posible a nuestra ruina total es el remedio perfecto de Dios. Ésta es una verdad muy sencilla, pero, a la vez, de la mayor importancia; y, podemos decir, con toda seguridad, que cuanto más profunda y perfectamente se la aprenda por uno mismo, mejor. El verdadero secreto de la paz consiste en acabar definitivamente con un yo culpable, totalmente arruinado, sin esperanza y sin ningún valor, y hallar entonces a un Cristo plenamente suficiente como provisión de Dios para nuestras más profundas necesidades. Esto es, de veras, reposo: un reposo que no puede ser perturbado jamás. Podrá haber tristeza, aprietos, conflictos, ejercicios de alma, pesadez de ánimo a causa de múltiples tentaciones, altibajos, toda suerte de pruebas y dificultades; pero estamos persuadidos de que, cuando un alma ha sido conducida realmente por el Espíritu de Dios a ver que el yo se acabó para siempre y a descansar plenamente en Cristo, halla una paz que no puede ser interrumpida jamás. La inestabilidad de tantos amados hijos de Dios es el resultado de no haber recibido en su corazón a un Cristo completo como la provisión misma de Dios para ellos. Continuará...

EL YUGO DESIGUAL Capítulo 35

4- EL YUGO DESIGUAL FILANTRÓPICO Como en el tiempo de Faraón, cuando las multitudes de egipcios hambrientos acudían a él, y él les dijo: “Id a José” (Génesis 41:55), así también la Palabra de Dios nos dice a todos: “Id a Jesús.” Sí, es necesario que acudamos a Jesús para el alma y para el cuerpo, para el tiempo y la eternidad; pero los hombres del mundo no le conocen, ni tampoco le quieren; ¿qué, pues, tiene que ver el cristiano con ellos? ¿Cómo podría trabajar bajo un mismo yugo con ellos? No podría hacerlo más que negando de forma práctica el nombre de su Salvador. Hay muchos que no ven esto; pero ello no modifica en absoluto la realidad de las cosas. Debiéramos actuar con honestidad, como en la luz; y aun cuando los sentimientos y los afectos de la nueva naturaleza no fueren lo suficientemente fuertes en nosotros para hacer que rechacemos de inmediato el mero pensamiento de colocarnos en las filas de los enemigos de Cristo, la conciencia, al menos, debería inclinarse ante la imperativa autoridad de esa palabra: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos.” ¡Que el Espíritu Santo revista su Palabra del poder celestial, y agudice su filo para que penetre en la conciencia, a fin de que los santos sean librados de todo escollo que impida correr “la carrera que tenemos por delante” (Hebreos 12:1)! El tiempo es breve. El Señor mismo aparecerá pronto. Entonces, más de un yugo desigual será roto en un santiamén: ovejas y chivos serán entonces eternamente separados. Ojalá que seamos capaces de purificarnos de toda asociación impura, y de toda influencia profana, a fin de que, cuando Jesús venga, “no nos alejemos de él avergonzados”, sino que podamos ir a su encuentro con corazones gozosos y con conciencias que nos aprueben.

EL YUGO DESIGUAL Capítulo 34

4- EL YUGO DESIGUAL FILANTRÓPICO ¿Puede el cristiano adherir a este juicio? ¿Podrá ponerse bajo yugo con tales hombres? ¿Podrá proponerse mejorar el mundo sin Cristo? ¿Podrá unirse a aquellos que buscan adornar y embellecer una escena que está manchada con la sangre de su Maestro? Pedro pudo decir: “No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda” (Hechos 3:6). Pedro quiso sanar a un inválido por el poder del nombre de Jesús, pero ¿qué habría dicho si alguien le hubiera propuesto unirse a un comité o a una sociedad para asistir a los inválidos, con la condición de dejar totalmente de lado ese nombre? Podemos, sin grandes esfuerzos de la imaginación, concebir lo que habría contestado. Habría repudiado con toda su alma semejante pensamiento. Él sanó al inválido solamente con el fin de exaltar el nombre de Jesús, de manifestar todo el valor, la excelencia y la gloria de ese nombre a los ojos de los hombres; pero el objeto de la filantropía del mundo es justamente lo contrario; ya que hace totalmente a un lado ese bendito Nombre, y excluye a Cristo de sus consejos, comités y programas. ¿No tenemos, pues, derecho a decir: «¡Qué vergüenza que un cristiano se halle en un lugar del que su Maestro es excluido!»? ¡Oh, que salga de allí, y que, con la energía del amor por Jesús y con el poder de ese Nombre, haga todo el bien que pueda!; pero que no se coloque bajo el yugo con los incrédulos con el objeto de contrarrestar los efectos del pecado excluyendo la cruz de Cristo. El gran objeto de Dios es exaltar a su Hijo, “para que todos honren al Hijo como honran al Padre” (Juan 5:23). Éste también debería ser el objeto del cristiano; con este fin él debiera “hacer bien a todos”; mas si se une a una sociedad o a un comité para hacer bien, él no actuará “en el nombre de Jesús”, sino en el nombre de la sociedad o del comité, sin el nombre de Jesús. Esto debiera bastar a todo corazón sincero y fiel. Dios no tiene otro medio de bendecir a los hombres que a través de Jesucristo, ni tiene otro objeto al bendecirlos que exaltar a Cristo. Continuará...

EL YUGO DESIGUAL Capítulo 33

4- EL YUGO DESIGUAL FILANTRÓPICO ¿Cuál debería ser mi respuesta a tal demanda? El hecho es que, uno que ama verdaderamente al Señor Jesús, y quisiera dar respuesta a un llamado tan horroroso, se quedaría sin palabras. ¿¡Qué!? ¿Hacer bien a los hombres con la exclusión de Cristo? ¡Dios no lo permita! Si no puedo obtener los objetos de la pura filantropía, sin dejar de lado a este Salvador bendito que vivió y murió, y que vive eternamente para mí, entonces ¡afuera con su filantropía!, pues ella no es seguramente de Dios, sino de Satanás. Si ella fuera de Dios, la Palabra es: “el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador”, Aquel mismo a quien vuestros estatutos dejan completamente de lado. De ello se sigue que vuestros reglamentos deben de haber sido dictados por Satanás mismo, el enemigo de Cristo. Satanás ama siempre dejar de lado al Hijo de Dios; y cuando él logra que los hombres hagan lo mismo, les permite ser benevolentes, caritativos y filántropos. Pero, en honor a la verdad, tal benevolencia y tal filantropía deberían ser propiamente denominadas malevolencia y misantropía; pues ¿de qué manera más eficaz podría uno mostrar mala voluntad y aversión a la humanidad que dejando de lado a Aquel único que puede realmente bendecirlos para el tiempo y la eternidad? Pero ¿en qué condición moral se halla un corazón, con respecto a Cristo, que fue capaz de tomar lugar en una junta o sobre un estrado, con la condición de que ese Nombre bendito no sea pronunciado? ¡Seguramente ese corazón debe de estar muy frío!; esto demuestra que los proyectos y las obras de los hombres inconversos son, a su juicio, lo suficientemente importantes como para arrojar a su Amo por la borda, por así decirlo, a fin de llevarlos a cabo. Pero no confundamos las cosas. Éste es el verdadero aspecto en que debemos considerar la filantropía del mundo. Los hombres del mundo pueden “vender el perfume por trescientos denarios, y darlo a los pobres”, a la vez que declaran que es una pérdida derramar este perfume sobre la cabeza de Cristo. Continuará...

EL YUGO DESIGUAL Capítulo 32

EL YUGO DESIGUAL FILANTRÓPICO
4- EL YUGO DESIGUAL FILANTRÓPICO Éste es el canal a través del cual Dios quiere dispensar sus bendiciones; la poderosa palanca por medio de la cual quiere elevar al hombre física, moral e intelectualmente. “Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres , nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador” (Tito 3:4-6). Ésta es la filantropía de Dios; tal es su manera de mejorar la condición del hombre. El cristiano puede colocarse cómodamente bajo el yugo con todos aquellos que comprenden el valor de este modo de actuar, pero con nadie más. Los hombres del mundo ignoran todo esto y no les importa en lo más mínimo. Pueden procurar realizar reformas, pero son reformas sin Cristo. Pueden promover mejoras, pero se trata de mejoras sin la cruz. Quieren hacer progresos de todo tipo, pero Jesús no es su punto de partida ni el objeto de su curso. ¿Cómo, pues, un cristiano podría colocarse bajo el yugo con ellos? Ellos quieren trabajar sin Cristo, el mismo a quien el cristiano debe todo. ¿Puede estar contento de trabajar con ellos? ¿Puede tener algún objeto en común con ellos? Si alguien viene y me dice: «Necesitamos su colaboración para distribuir ropas y alimentos a los pobres, para fundar hospitales y manicomios, para proveer a la manutención y la educación de los huérfanos, para mejorar el estado físico de nuestros semejantes; pero le avisamos que según un principio fundamental de la sociedad, el consejo o la comisión que se formó para tal objetivo, el nombre de Cristo no debe pronunciarse, puesto que ello daría lugar a controversias. Nuestros objetivos no son en absoluto religiosos, sino exclusivamente filantrópicos; por tanto, la religión debe ser asiduamente excluida de todas nuestras reuniones públicas. Nos reunimos como hombres para una obra de beneficencia, por lo que, incrédulos, ateos, socinianos, arrianos, católicos romanos y toda clase de gentes pueden unirse alegremente bajo el mismo yugo con el objeto de poner en marcha la gloriosa máquina de la filantropía.» Continuará...

EL YUGO DESIGUAL CPÍTULO 31

4- EL YUGO DESIGUAL FILANTRÓPICO Sólo nos resta considerar el aspecto filantrópico del yugo desigual. Muchos dirán: «Admito plenamente que no deberíamos unirnos para el culto o el servicio para Dios con incrédulos declarados; pero sí tenemos libertad de unirnos a ellos para promover objetos de filantropía, como, por ejemplo, para proveer a las necesidades de los pobres, distribuirles pan y ropas, recuperar personas entregadas a diversos vicios tales como alcohólicos, drogadictos, etc., establecer asilos para ciegos, manicomios, fundar hospitales y sanatorios para la atención de enfermos y heridos, lugares de refugio para los abandonados, para las viudas y los huérfanos; en una palabra, para todo aquello que pueda contribuir a mejorar el estado físico, moral e intelectual de nuestros semejantes.» Esto, a primera vista, parece sobradamente bello; pues alguien me podría preguntar si yo no quisiera ayudar a un hombre en la ruta a sacar su vehículo atascado en el barro; a lo que contesto: por cierto que sí. Pero si se me pregunta si quisiera hacerme miembro de una sociedad mixta de creyentes e inconversos que tuviera por objeto remolcar vehículos atascados, entonces me rehusaría; no a causa de pretender una santidad superior, sino porque la Palabra de Dios dice: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos.” Tal sería mi respuesta, cualquiera fuese el objeto de tal sociedad. Al siervo de Cristo se le ordena estar “dispuesto a toda buena obra”; “hacer bien a todos”; “visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones” (Tito 3:1; Gálatas 6:10; Santiago 1:27). Pero debe hacer todo eso como siervo de Cristo, y no como miembro de una sociedad o un comité donde se admiten indistintamente inconversos, ateos y todo tipo de personas malvadas e impías. Además, debemos recordar que toda la filantropía de Dios está relacionada con la cruz del Señor Jesucristo. Continuará...

EL YUGO DESIGUAL Capítulo 30

3- EL YUGO DESIGUAL RELIGIOSO Todo esto es bastante simple. Se le ordena al pueblo de Dios que ejerza su juicio en cuanto a todos aquellos que profesan estar “dentro”; se le dice que se guarde “de los falsos profetas”; se le manda a “probar los espíritus” (1.ª Juan 4); y ¿cómo podríamos probarlos si no debiéramos juzgar en absoluto? ¿Qué quiso decir, pues, nuestro Señor con estas palabras: “No juzguéis”? Yo creo que él quiso decir precisamente lo que San Pablo dijo por el Espíritu Santo, cuando nos manda a “no juzgar nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios” (1.ª Corintios 4:5). Lo que no debemos juzgar son los motivos del corazón, pero sí debemos juzgar la conducta y los principios de los demás; es decir, la conducta y los principios de todos aquellos que profesan estar “dentro”. Y de hecho que los mismos que dicen: «No debemos juzgar», no dejan de librar juicios. No hay ningún cristiano verdadero en quien el instinto moral de la naturaleza divina no pronuncie virtualmente juicios sobre el carácter, la conducta y la doctrina; y éstos son precisamente los puntos que se hallan dentro del ámbito de juicio del creyente. Todo lo que quisiera, pues, urgir en la conciencia del lector cristiano, es el deber que tiene de ejercer un juicio sobre aquellos con quienes se coloca bajo yugo en materia religiosa. Si él en este momento estuviera trabajando en yugo con un incrédulo, ello sería una positiva violación del mandamiento del Espíritu Santo. Puede que lo haya hecho en ignorancia hasta este día; si es así, la gracia del Señor está presta a perdonar y restaurar. Pero si, tras haber sido advertido, persiste en la desobediencia, no es posible que pueda esperar la bendición de Dios y Su presencia con él, cualquiera sea el valor o la importancia del objeto que se proponga alcanzar. “El obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros” (1.º Samuel 15:22).

EL YUGO DESIGUAL Capítulo 29

3- EL YUGO DESIGUAL RELIGIOSO Pero si yo no pudiera propagarlas por otro medio que no sea unirme en yugo desigual con un incrédulo, debería abstenerme, ya que no debo hacer el mal para que venga el bien. Pero —bendito sea Dios— su siervo puede propagar su precioso libro sin violar los preceptos contenidos en él. Él puede, bajo su propia responsabilidad individual, o en comunión con aquellos que están verdaderamente del lado del Señor, propagar en todas partes la preciosa semilla, sin por eso asociarse con aquellos cuya marcha y conducta en conjunto demuestran que son del mundo. Lo mismo puede decirse con respecto a cualquier objeto de carácter religioso. El mismo sólo puede y debe cumplirse según los principios de Dios. Se nos objetará, quizás, que la Biblia nos dice que no juzguemos —que no podemos leer en el corazón—, y que debemos esperar que todos aquellos que colaboran en buenas obras, tales como la traducción de la Biblia, la distribución de tratados y el apoyo de obras misioneras, deben ser cristianos; y que, por consecuencia, no puede ser malo que nos liguemos con ellos. A todo eso respondo que a duras penas encontramos un pasaje en el Nuevo Testamento tan mal comprendido y tan mal aplicado que Mateo 7:1: “No juzguéis, para que no seáis juzgados.” En el mismo capítulo leemos: “Guardaos de los falsos profetas... por sus frutos los conoceréis” (v. 15). Ahora bien, ¿cómo podemos “guardarnos” si no ejercemos nuestro juicio? Asimismo, leemos en 1.ª Corintios 5: “Porque, ¿qué razón tendría yo para juzgar a los que están fuera? ¿No juzgáis vosotros a los que están dentro? Porque a los que están fuera, Dios juzgará. Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros” (v. 12-13). Aquí se nos enseña claramente que aquellos que están “dentro” pasan a depender inmediatamente del juicio de la Iglesia; y, sin embargo, según la interpretación ordinaria de Mateo 7:1, no deberíamos juzgar a nadie; esta interpretación, pues, debe necesariamente ser falsa. Si las personas —aun los que lo profesan— asumen la posición de estar “dentro”, se nos manda juzgarlas. “¿No juzgáis vosotros a los que están dentro?”. En cuanto a los que están “fuera”, nada tenemos que ver con ellos, más allá de presentarles la gracia pura, perfecta, rica, ilimitada e insondable que brilla con un esplendor inefable en la muerte y resurrección del Hijo de Dios. Continuará...

EL YUGO DESIGUAL Capítulo 28

3- EL YUGO DESIGUAL RELIGIOSO Es fácil ser liberales y tener un corazón amplio a expensas de los principios divinos; pero ¿cómo terminó esto? Acab fue muerto y Josafat a duras penas escapó con vida, tras haber hecho naufragio en cuanto al testimonio. Vemos, pues, que Josafat ni siquiera alcanzó el objetivo por el cual se había puesto bajo un yugo desigual con un incrédulo; y aun si lo hubiera alcanzado, este suceso no habría sido ningún justificativo válido de su proceder. Nada puede justificar el yugo desigual de un creyente con un incrédulo; y, en consecuencia, por más hermosa, atractiva y plausible que haya podido parecer la expedición de Ramot a los ojos de los hombres, ella, para el juicio de Dios, era dar ayuda al impío, y amar a los que aborrecen a Jehová (2.º Crónicas 19:2). La verdad de Dios despoja a los hombres y a las cosas del falso brillo del que quisieran revestirlos aquellos que se dejan llevar por el espíritu de la conveniencia; ella los presenta en su verdadera luz; y es una gracia inefable tener el claro juicio de Dios acerca de todo lo que acontece alrededor de nosotros: ello confiere calma al espíritu, da firmeza a la marcha y al carácter, y nos libra de esa desgraciada fluctuación de pensamientos, sentimientos y principios que nos vuelve completamente ineptos para la posición de testigos firmes y consecuentes para Cristo. De seguro erraremos el blanco si intentamos formar nuestro juicio según los pensamientos y las opiniones de los hombres; pues ellos juzgan siempre según las apariencias exteriores, y no según el carácter intrínseco y el principio de las cosas. Con tal que los hombres alcancen lo que ellos creen que es un objetivo justo, poco les importa el modo de llegar a tal fin. Pero el verdadero siervo de Cristo sabe que debe hacer la obra de su Maestro según los principios y en el espíritu de su Maestro. El tal jamás podrá estar satisfecho de alcanzar el objetivo más loable, a menos que lo haga por un camino trazado por Dios. Los medios y el fin deben ser ambos divinos. Admito, por ejemplo, que es un muy deseable objetivo propagar las Santas Escrituras —la Palabra pura y eterna de Dios—. Continuará...

EL YUGO DESIGUAL Capítulo 27

3- EL YUGO DESIGUAL RELIGIOSO Dios no puede reconocerlos ni marchar con ellos si se unen en yugo desigual con los incrédulos, sobre cualquier terreno o con el objeto que sea. La gran dificultad estriba en combinar un espíritu de intensa separación con un espíritu de gracia, dulzura e indulgencia, o, como otro lo ha expresado: «Mantener los pies en el camino estrecho, con un corazón amplio.» Esto es realmente difícil. Pues así como el mantenimiento estricto y sin compromiso de la verdad, tiende a estrechar el círculo alrededor de nosotros, así también necesitamos el poder expansivo de la gracia para mantener un corazón amplio y nuestros afectos vivos y cálidos. Si contendemos por la verdad de otra manera que no sea en gracia, sólo presentaremos un lado del testimonio, e incluso el menos atractivo. Por otra parte, si mostramos la gracia a expensas de la verdad, ello demostrará ser, a la larga, tan sólo la manifestación de un liberalismo vulgar a expensas de Dios: una cosa muy indigna. Así pues, en lo que respecta al objeto por el cual los verdaderos cristianos se unen ordinariamente en yugo desigual con aquellos que, según su propia confesión y según el juicio de la caridad misma, no son para nada cristianos, se encontrará, finalmente, que no se puede jamás alcanzar un objeto verdaderamente divino y celestial transgrediendo una verdad de Dios. Los medios no son santificados por el fin; sino que tanto los medios como el fin deben estar conformes con los principios de la santa Palabra de Dios; de lo contrario, todo desembocará en confusión y deshonra. Rescatar a Ramot de Galaad de las manos del enemigo podía parecer un muy digno objeto para Josafat; además, podría haber parecido un hombre muy liberal, grato, popular y de corazón amplio, cuando, en respuesta a la propuesta de Acab, dijo: “Yo soy como tú, y mi pueblo como tu pueblo; iremos contigo a la guerra” (2.º Crónicas 18:3). Continuará...

EL YUGO DESIGUAL Capítulo 26

3- EL YUGO DESIGUAL RELIGIOSO Con tal que nos mantengamos separados según un principio justo y con un espíritu recto, podemos sin temor dejar a Dios todos los resultados. Sin duda, el remanente en los días de Esdras debía parecer excesivamente intolerante al rehusar la cooperación de los pueblos circunvecinos para la construcción de la casa de Dios: pero, al rehusar esta ayuda, ellos actuaron sobre un principio divino. “Oyendo los enemigos de Judá y de Benjamín que los venidos de la cautividad edificaban el templo de Jehová Dios de Israel, vinieron a Zorobabel y a los jefes de casas paternas, y les dijeron: Edificaremos con vosotros, porque como vosotros buscamos a vuestro Dios, y a él ofrecemos sacrificios desde los días de Esar-hadón rey de asiria, que nos hizo venir aquí...” (Esdras 4:1-2). Ésta parecía una propuesta muy atractiva; una propuesta que manifestaba una muy decidida inclinación por el Dios de Israel; sin embargo, el remanente la rechazó porque esta gente, a pesar de su bella profesión, no eran en el fondo más que incircuncisos y adversarios. “Zorobabel, Jesúa, y los demás jefes de casas paternas de Israel dijeron: No nos conviene edificar con vosotros casa a nuestro Dios, sino que nosotros solos la edificaremos a Jehová Dios de Israel” (Esdras 4:3). Ellos no quisieron llevar el yugo con los incircuncisos; no quisieron “arar con buey y con asno juntamente” ni “sembrar su campo con mezcla de semillas”; se mantuvieron separados, aun cuando se expusieran por eso a ser tratados de fanáticos, estrechos de miras, iliberales e intolerantes. Así también leemos en Nehemías: “Y habíase ya separado el linaje de Israel de todos los hijos de tierra extraña; y poniéndose en pie hicieron confesión de sus pecados, y de las iniquidades de sus padres” (9:2; V.M.). Esto no era sectarismo, sino una positiva obediencia. Su separación era esencial para su existencia como pueblo. No habrían podido gozar de la presencia divina sobre ningún otro terreno. Así debe ser siempre con el pueblo de Dios en la tierra. Es menester que los cristianos se separen, pues, de lo contrario, no sólo serían inútiles, sino malsanos. Continuará...

EL YUGO DESIGUAL Capítulo 25

3- EL YUGO DESIGUAL RELIGIOSO Esto evidentemente es muy diferente de: «No te acerques, porque soy más santo que tú.» Si Dios puso a los hombres en relación con él, Él tiene el derecho de prescribir cuál debiera ser su carácter moral, y ellos tienen la responsabilidad de responder a ello. Así pues, vemos que la más profunda humildad es la base de la separación de un santo. No hay nada más adecuado para ponernos en el polvo, que la inteligencia de la verdadera naturaleza de la santidad divina. Es una humildad enteramente falsa la que surge de contemplarnos a nosotros mismos; en efecto, ella en realidad está basada en el orgullo, el cual nunca ha visto todavía hasta el fondo de su propia y total indignidad. Algunos se imaginan que pueden alcanzar la más profunda y verdadera humildad al contemplarse a sí mismos, en tanto que ello sólo es posible contemplando a Cristo. Como lo expresa un poeta: Cuanto más tus glorias deslumbren mis ojos, Más humilde seré. Éste es un sentimiento justo, fundado en un principio divino. El alma que se pierde en el esplendor de la gloria moral de Cristo es verdaderamente humilde, y ninguna otra lo es. Tenemos motivos para humillarnos, sin duda, cuando pensamos en las pobres criaturas que somos; pero basta reflexionar un momento de manera justa, para ver que es pura falacia el buscar producir algún buen resultado práctico al contemplarse a sí mismo. Somos verdaderamente humildes sólo cuando nos encontramos en presencia de una excelencia infinita. Por eso un hijo de Dios debería rehusar llevar el yugo con un incrédulo, ya sea con fines domésticos, comerciales o religiosos, simplemente porque Dios le dice que se separe, y no a causa de su propia santidad personal. Poner en práctica este principio, en materia religiosa, debe necesariamente implicar muchas pruebas y dolores; será tildado de intolerancia, fanatismo, estrechez de miras, exclusivismo, etc.; mas nada podemos hacer para remediar esto. Continuará...

EL YUGO DESIGUAL Capítulo 24

3- EL YUGO DESIGUAL RELIGIOSO Es lo mismo —sólo que sobre un terreno mucho más elevado— con respecto al pueblo celestial de Dios, la Iglesia, el cuerpo de Cristo, compuesta por todos los verdaderos creyentes. Ellos también son un pueblo separado. Examinemos ahora el principio de esta separación. Hay una gran diferencia entre estar separados sobre la base de lo que somos nosotros, y estar separados sobre la base de lo que Dios es. Lo primero hace de un hombre un fariseo; lo último lo hace un santo. Si le digo a uno de mis pobres pecadores semejantes: «No te me acerques, yo soy más santo que tú», soy un detestable fariseo e hipócrita; pero si Dios en su infinita condescendencia y en su perfecta gracia me dice: «Yo te he puesto en relación conmigo, en la persona de mi Hijo Jesucristo; por tanto, sé santo y separado de todo mal; sal de en medio de ellos y sepárate de ellos.» Yo tengo la obligación de obedecer, y mi obediencia es la manifestación práctica de mi carácter de santo —carácter que poseo, no a causa de algo que se halle en mí mismo, sino simplemente porque Dios me ha traído cerca de sí mismo por la sangre preciosa de Cristo—. Bueno es que tengamos en claro esto. El fariseísmo y la santificación divina son dos cosas muy diferentes, y, sin embargo, se las confunde con frecuencia. Aquellos que se esfuerzan por conservar este lugar de separación, que pertenece al pueblo de Dios, son constantemente acusados de ponerse por encima de sus semejantes, y de pretender tener un grado más elevado de santidad personal que el que de ordinario se posee. Esta acusación surge por no prestar atención a la distinción de la que acabo de hablar. Cuando Dios llama a los hombres a separarse, lo hace sobre la base de lo que él ha hecho por ellos en la cruz, y del lugar que les ha asignado en una eterna asociación con él en la persona de Cristo. Pero si yo me separo sobre la base de lo que soy en mí mismo, ello sería la más absurda y fútil presunción, que tarde o temprano será hecha manifiesta. Dios manda a su pueblo a ser santo sobre la base de lo que Él es: “Sed santos, porque yo soy santo” (1.ª Pedro 1:16). Continuará...

EL YUGO DESIGUAL Capítulo 23

3- EL YUGO DESIGUAL RELIGIOSO Al echar ahora una ojeada al aspecto religioso del yugo desigual, quisiera asegurarle a mi lector que no es de ninguna manera mi deseo herir los sentimientos de nadie describiendo las pretensiones de las diferentes denominaciones que veo alrededor de mí. No es ésa en absoluto mi intención. El tema de este escrito es lo suficientemente importante como para que uno le haga sombra mediante la introducción de otras ideas. Además, es demasiado preciso como para permitir semejante mezcla. Nuestro tema es El yugo desigual, y en él habremos de centrar nuestra atención. Al recorrer las Escrituras, hallamos innumerables pasajes que expresan ese espíritu de separación que debería siempre caracterizar al pueblo de Dios. Ya sea que nuestra atención se dirija hacia el Antiguo Testamento —en el cual vemos a Dios en sus relaciones con su pueblo terrenal, Israel, y en sus tratos con él—, o que se fije en el Nuevo Testamento, en el que tenemos las relaciones de Dios con su pueblo celestial, la Iglesia, y sus tratos con ella, encontramos la misma verdad puesta en evidencia de manera prominente, a saber, la entera separación de aquellos que pertenecen a Dios. La posición de Israel es reafirmada así en la parábola de Balaam: “He aquí que este pueblo habitará solo[4] , y entre las demás naciones no será contado” (Números 23:9; V.M.). Su lugar estaba fuera de todas las naciones de la tierra, y ellos eran responsables de mantener esta separación. A lo largo de los cinco libros de Moisés, ellos son instruidos, advertidos y amonestados a ese respecto; y en los Salmos y los Profetas se registran sus fracasos relativos al mantenimiento de esta separación; fracasos que, como lo sabemos, atrajeron sobre sí los severos juicios de la mano de Dios. Este breve artículo se transformaría en un volumen si tan sólo me propusiese citar todos los pasajes que se refieren a este punto. Doy por sentado que mis lectores conocen lo suficiente su Biblia como para hacer innecesarias tales citas. Pero si el lector no estuviere lo suficientemente versado en el estudio de su Biblia, puede buscar en su Concordancia los pasajes donde se hallan las palabras “separar” y “separación”, las que bastarán para darle un panorama de todo el conjunto de evidencias que la Escritura aporta sobre este tema. El pasaje de Números que acabo de citar es la expresión de los pensamientos de Dios acerca de su pueblo Israel: “He aquí que este pueblo habitará solo.” Continuará...

EL YUGO DESIGUAL Capítulo 22

2- EL YUGO DESIGUAL COMERCIAL Si un hombre se encuentra preso en una trampa o extraviado en un laberinto, no por audaces y violentos movimientos quedará libre. No; deberá humillarse, confesar sus pecados delante del Señor, y luego volver sobre sus pasos con paciencia y en una entera dependencia de la gracia que no sólo es capaz de perdonarlo por haberse metido en una falsa posición, sino también de encaminarlo e introducirlo en una buena. Además, como ocurre con el yugo conyugal, la cuestión se ve enormemente modificada por el hecho de una sociedad contraída antes de la conversión. No estoy diciendo en absoluto que éste sea un justificativo para que uno persevere en ella. De ninguna manera; mas ello nos evitará muchísimos sufrimientos de corazón y manchas de conciencia relacionados con tal posición, los que deberán influir considerablemente en el modo de retirarse de la sociedad. Por otra parte, el Señor es glorificado por la inclinación moral del corazón y de la conciencia en la dirección correcta, lo cual, seguramente, le será agradable. Si me juzgo a mí mismo cuando me hallo en un mal camino, y la inclinación moral de mi corazón y de mi conciencia producen en mí el deseo de salir, Dios lo aceptará y, sin ninguna duda, me pondrá en el buen camino. Mas al hacerlo, él no tolerará que viole una verdad al procurar obedecer otra. La misma Palabra que dice: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos”, también dice: “Pagad a todos lo que debéis.” “No debáis a nadie nada.” “Procurad lo bueno delante de todos los hombres.” “A fin de que os conduzcáis honradamente para con los de afuera” (Romanos 13:7, 8; 12:17; 1.ª Tesalonicenses 4:12). Si he ofendido a Dios al asociarme con un incrédulo, debo guardarme de ofender a cualquier hombre por la manera de separarme de la sociedad. Una profunda sumisión a la Palabra de Dios, por el poder del Espíritu Santo, pondrá todas las cosas en orden, nos conducirá por sendas derechas y nos dará la capacidad de evitar extremos peligrosos.

EL YUGO DESIGUAL Capítulo 21

2- EL YUGO DESIGUAL COMERCIAL Sería superfluo para Ud. que detallara las tristes consecuencias de hallarse en tal posición. Sin duda las conoce perfectamente. Sería inútil imprimirlas sobre un papel o dibujarlas en un cuadro, para uno que ya las está experimentando efectivamente. Mi querido hermano en Cristo, no pierda un instante para renunciar a este yugo. Debe hacerlo en la presencia del Señor, de acuerdo con Sus principios y en virtud de Su gracia. Es más fácil meterse en una falsa posición que salir de ella. Una sociedad que data de diez o veinte años, no puede disolverse en un momento. Deberá hacerse con calma, con humildad y con oración, como en la presencia del Señor y para su gloria solamente. Yo puedo deshonrar al Señor tanto por mi manera de salir de una falsa posición como por entrar en ella. Por eso, si me encuentro asociado con un incrédulo, y mi conciencia me dice que hice mal, es menester que le declare honesta y francamente a mi socio que ya no podré seguir con él; y una vez hecho esto, mi deber es realizar todos los esfuerzos posibles para que los asuntos de la firma se liquiden con rectitud, buena fe y seriedad, a fin de no darle ninguna ocasión al adversario de hablar de una manera injuriosa y que el bien que hago no sea motivo de calumnias. Debemos evitar la precipitación, la imprudencia y la presunción, cuando actuamos claramente para el Señor y en defensa de sus santos principios. Continuará...

EL YUGO DESIGUAL Capítulo 20

2- EL YUGO DESIGUAL COMERCIAL Se va a hundir en un laberinto de dificultades y de dolores. “Arará” el campo con un hombre cuyos sentimientos, instintos y tendencias son diametralmente opuestos a los suyos. «Un buey y un asno» no son tan diferentes, en todo respecto, como un creyente y un incrédulo. ¿Cómo podría alguna vez concordar? Él quiere ganar dinero —sacar buenas ganancias—, congeniar con el mundo y progresar en él; en cambio Ud. siente (o al menos debería sentir) la necesidad de crecer en la gracia y la santidad, de promover los intereses de Cristo y de su Evangelio en la tierra y de proseguir su camino rumbo al reino eterno de nuestro Señor Jesucristo. El objeto de él es el dinero; el suyo, espero, Cristo. Él vive para este mundo; Ud., para el mundo venidero. Él está ocupado en las cosas temporales; Ud., en las que pertenecen a la eternidad. ¿Cómo, pues, podría encontrarse en el mismo terreno? Sus principios, motivaciones, objetos y esperanzas son completamente opuestos. ¿Cómo sería posible que tuvieran algo en común? Seguramente sólo basta considerar todo esto con un ojo sencillo para verlo en su verdadera luz. Es imposible que uno que tiene el ojo fijo en Cristo y el corazón lleno de Él, pueda alguna vez unirse bajo un yugo desigual con un socio mundano para el objeto que sea. Permítame, pues, querido lector cristiano, suplicarle una vez más, antes que dé un paso tan terrible —un paso que puede traer consecuencias funestas, tan lleno de peligros para sus mejores intereses así como para el testimonio de Cristo, con el cual es honrado— que considere todo este asunto, con un corazón honesto, en el santuario de Dios, y lo sopese en Su sagrada balanza. Pregúntele a Dios qué piensa de ello, y escuche con una voluntad sumisa y una buena conciencia Su respuesta. Ella es simple y poderosa; tan simple y poderosa como si cayese directamente del cielo: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos.” Pero si, por desgracia, mi lector se hallara ya bajo el yugo, quisiera decirle: Rompa con él lo más pronto posible. Me asombraría sobremanera si todavía no ha descubierto que este yugo es una pesada carga. Continuará,,,