MANANTIALES DE VIDA, MINISTERIO CRISTIANO EVANGÉLICO

LECTURA DE LA PALABRA DE DIOS

COLECCION DE ESCRITOS MISCELANEOS TOMO 1 CAPÍTULO 19

Tomo I EL DOMINIO PROPIO Por eso, es evidente que el "dominio propio" está incluido en la salvación que tenemos en Cristo. Es el resultado de esa santificación práctica de que nos ha dotado la gracia divina. Debemos guardarnos con cuidado del hábito de tener una visión estrecha de la salvación. Debemos procurar entrar en toda su plenitud. Es una palabra que se extiende desde la eternidad hasta la eternidad y abarca, en su poderoso barrido, todo los detalles prácticos de la vida diaria. No tengo ningún derecho de hablar de salvación de mi alma en el futuro mientras rehúse conocer y manifestar su influencia práctica en mi conducta en el presente. Somos salvos, no sólo de la culpa y la condenación del pecado, sino del poder, la práctica y el amor de él en su plenitud. Estas cosas nunca deben separarse; y ninguno que ha sido divinamente enseñado en cuanto al significado, magnitud y poder de esa palabra preciosa —salvación—, lo hará. Al presentar ahora a mi lector unas observaciones prácticas sobre el asunto del dominio propio, voy a considerarlo bajo las tres divisiones siguientes, a saber: a) los pensamientos, b) la lengua y c) el temperamento. Doy por sentado que me estoy dirigiendo a personas salvas. Si mi lector no lo fuere, sólo puedo dirigirlo a la única senda verdadera y viviente: "Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo tú y tu casa" (Hechos 16:31). Pon tu entera confianza en Él y estarás tan seguro como Él mismo lo es. Ahora procederé a tratar el práctico y tan necesario tema del dominio propio. En primer lugar, trataremos acerca de nuestros pensamientos y del control que habitualmente debemos ejercer sobre ellos. Supongo que hay pocos cristianos que no han padecido pensamientos perversos: esos intrusos molestos que aparecen en nuestra más profunda intimidad, perturbando continuamente el descanso de nuestra mente, y que tan frecuentemente oscurecen la atmósfera alrededor de nosotros y nos privan de mirar arriba con una vista clara y plena hacia el cielo luminoso. El salmista podía decir, "Los pensamientos vanos aborrezco" (Salmo 119:113). Son verdaderamente aborrecibles y deben ser juzgados, condenados y desechados. Alguien, hablando del asunto de los malos pensamientos, dijo: «Yo no puedo impedir que los pájaros vuelen sobre mí, pero sí puedo evitar que se posen en mí.» Asimismo, no puedo evitar que los malos pensamientos surjan en mi mente, pero sí puedo impedir que se alojen en ella." Continuará...

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COLECCION DE ESCRITOS MISCELANEOS TOMO 1 CAPÍTULO 18

Tomo I EL DOMINIO PROPIO La palabra griega traducida "templanza" en 2.ª Pedro 1:6 en la versión inglesa King James tiene un significado mucho más profundo que el que normalmente se le asigna a ese término. Usualmente la palabra "templanza" se aplica a los hábitos de moderación con referencia a comer y beber. No cabe duda de que éste es parte de su significado, pero el sentido en el griego es mucho más amplio. De hecho, la palabra griega empleada por el inspirado apóstol significa propiamente "dominio propio" (como en la versión española Reina-Valera), y transmite la idea de uno que tiene el dominio de sí mismo de forma habitual y que sabe gobernar el yo. Ejercer el dominio de uno mismo es, en efecto, una gracia extraordinaria y admirable, la cual comunica su bendita influencia sobre toda la marcha, el carácter y la conducta del individuo. Esta gracia no sólo afecta directamente uno, dos o veinte hábitos egoístas, sino que ejerce su efecto sobre el yo en toda la gama y variedad de ese tan amplio y odioso término. Más de uno que miraría con orgulloso desdén a un glotón o a un borracho, puede él mismo faltar a toda hora de manifestar la gracia del dominio propio. Ciertamente, los excesos en la comida y la bebida deben ser clasificados junto con las formas más viles y degradantes de egoísmo. Deben ser considerados como parte de los frutos más amargos de este árbol tan extendido del yo. El yo, en efecto, es un árbol, y no solamente la rama de un árbol ni el fruto de una rama, y nosotros no sólo debemos juzgar el yo cuando está activo, sino controlarlo para que no actúe. Puede que alguno pregunte: «¿Cómo puedo controlar el yo?» La bendita respuesta es simple: "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece" (Filipenses 4:13). ¿No hemos obtenido la salvación en Cristo? Sí, bendito sea Dios, la hemos obtenido. ¿Y qué incluye esta palabra maravillosa? ¿Es simplemente la liberación de la ira venidera? ¿Es meramente el perdón de nuestros pecados y la seguridad de estar librados del lago que arde con fuego y azufre? Por más preciosos que fueren estos privilegios, la “salvación” abarca mucho más que ello. En una palabra, "salvación" implica una plena aceptación de Cristo con el corazón, como mi "sabiduría" para guiarme fuera de la oscuridad de la insensatez y de los caminos torcidos, hacia los caminos de luz y de paz celestial; como mi "justicia" para justificarme delante de un Dios santo; como mi "santificación" para hacerme prácticamente santo en todos mis caminos; y como mi "redención" para darme liberación final de todo el poder de la muerte, y entrada en los campos eternos de gloria (1.ª Corintios 1:30). Continuará...

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COLECCION DE ESCRITOS MISCELANEOS TOMO 1 CAPÍTULO 17

Tomo I 4- EL CRISTIANO Y LA LEY ¿Es la ley una «regla de vida» para el cristiano? Seguramente aquello que es insuficiente, no puede ser nuestra regla de vida. Recibimos los Diez Mandamientos como parte del canon de la inspiración; y, además, creemos que la ley permanece plenamente vigente para regir y maldecir a un hombre en tanto que éste vive. Que un pecador tan sólo intente obtener vida mediante la ley, y verá dónde ésta lo emplazará; y que un creyente tan sólo dirija su camino conforme a ella, y verá lo que la ley hará de él. Estamos plenamente convencidos de que si un hombre anda conforme al espíritu del Evangelio, no cometerá homicidio ni hurtará; pero también estamos convencidos de que todo hombre que se circunscriba a las normas de la ley de Moisés, se desviará totalmente del espíritu del Evangelio. El tema de “la ley” demandaría una exposición mucho más elaborada, pero los límites de este breve escrito que me he propuesto, no lo permitirían, y nos vemos obligados así a encomendar al lector la consideración de los diversos pasajes de la Escritura a los que hemos hecho referencia y que los examine con cuidado. De este modo —creemos con certeza— llegará a una sana conclusión, y será independiente de toda enseñanza e influencia humanas. Verá cómo un hombre es justificado libremente por la gracia de Dios, a través de la fe en un Cristo crucificado y resucitado; verá que es hecho “participante de la naturaleza divina”, e introducido en una condición de justicia divina y eterna, siendo totalmente libre de toda condenación; verá que en esta santa y elevada posición, Cristo es su objeto, su tema, su modelo, su regla, su esperanza, su gozo, su fuerza, su todo; verá que la esperanza puesta delante de él, es estar con Jesús donde Él está, y ser semejante a Él por siempre. Y verá asimismo que si como pecador perdido halló perdón y paz a los pies de la cruz, él no es, como un hijo acepto y adoptado, enviado de nuevo a los pies del Monte Sinaí, para ser allí aterrado y rechazado por las terribles maldiciones de una ley quebrantada (Hebreos 12:18-24). El Padre no podía pensar en regir con una ley de hierro al hijo pródigo a quien Él había recibido en Su seno con la más pura, profunda y rica gracia. ¡Oh, no! “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios” (Romanos 5:1-2). El creyente es justificado, no por obras, sino por medio de la fe; él se halla, no en la ley, sino en la gracia; y aguarda, no el juicio, sino la gloria.

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COLECCION DE ESCRITOS MISCELANEOS TOMO 1 CAPÍTULO 16

Tomo I 4- EL CRISTIANO Y LA LEY ¿Es la ley una «regla de vida» para el cristiano? La ley nunca podría enseñarme a amar, a bendecir y a orar por mis enemigos; pero esto es precisamente lo que el Evangelio me enseña a hacer, y lo que la nueva naturaleza me lleva a hacer. “El cumplimiento de la ley es el amor” (Romanos 13:10), y si yo no obstante fuese a buscar justificación por la ley, estaría perdido; y si fuese a hacer de la ley mi norma de acción, erraría totalmente mi propio blanco. Fuimos predestinados para ser conformados, no a la ley, sino a la imagen del Hijo de Dios. Debemos ser como Él. (Véanse los siguientes pasajes: Mateo 5:21-48; Romanos 8: 29; 1.ª Corintios 13:4-8; Romanos 13:8-10; Gálatas 5:14-26; Efesios 1:3-5; Filipenses 3:20, 21; Filipenses 2:5; Filipenses 4:8; Colosenses 3:1-7). A algunos les parece una paradoja que se diga que “la justicia de la ley se cumple en nosotros” (Romanos 8:4) y a la vez que no podemos ser justificados por la ley, ni hacer de la ley nuestra regla de vida. Sin embargo, así es si hemos de formar nuestras convicciones por la Palabra de Dios. Tampoco para la mente renovada existe la menor dificultad en el entendimiento de esta bendita doctrina. Nosotros estábamos, por naturaleza, “muertos en nuestros delitos y pecados” (Efesios 2:1), y ¿qué puede hacer un hombre muerto? ¿Cómo puede un hombre obtener la vida guardando aquello que requiere vida para poder ser guardado; una vida que no tiene? Y ¿cómo obtenemos nosotros la vida? Cristo es nuestra vida. Vivimos en Aquel que murió por nosotros; somos bendecidos en Aquel que fue hecho maldición por nosotros al ser colgado en un madero; somos justos en Aquel que fue hecho pecado por nosotros; somos traídos cerca en Aquel que fue arrojado fuera por nosotros (Romanos 5:6-15; Efesios 2:4-6; Gálatas 3:13). Teniendo así, pues, vida y justicia en Cristo, somos llamados a andar como Él anduvo, y no simplemente a andar como un judío. Somos llamados a purificarnos así como él es puro; a andar en sus pisadas; a anunciar sus virtudes; a manifestar su Espíritu (Juan 13:14, 15; Juan 17:14-19; 1.ª Pedro 2:21; 1.ª Juan 2:6, 29; 1.ª Juan 3:3). Concluiremos nuestras observaciones sobre este tema sugiriendo al lector dos preguntas, a saber: (1) ¿Podrían los Diez Mandamientos sin el Nuevo Testamento ser una regla de vida suficiente para el creyente? (2) ¿Podría el Nuevo Testamento sin los Diez Mandamientos ser una regla de vida suficiente? Continuará...

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COLECCION DE ESCRITOS MISCELANEOS TOMO 1 CAPÍTULO 15

Tomo I 4- EL CRISTIANO Y LA LEY ¿Es la ley una «regla de vida» para el cristiano? ¿Cuál es, pues, el fundamento de nuestra justificación? Y ¿cuál es nuestra regla de vida? La Palabra de Dios responde de la siguiente manera: Somos “justificados por la fe de Cristo” (Gálatas 2:16), y Cristo es nuestra regla de vida. Él llevó todos “nuestros pecados en su propio cuerpo sobre el madero” (1.ª Pedro 2:24). Cristo fue “hecho por nosotros maldición” (Gálatas 3:13). Él bebió por nosotros la copa de la justa ira de Dios “hasta sus sedimentos” (Isaías 51:17; Juan 18:11). Despojó a la muerte de su aguijón, y al sepulcro de su victoria (1.ª Corintios 15:55-56). Dio su vida por nosotros. Descendió hasta la muerte, donde estábamos nosotros, a fin de conducirnos a una eterna asociación con Él en vida, justicia, favor y gloria delante de nuestro Dios y de Su Dios, de nuestro Padre y de Su Padre. (Véanse cuidadosamente los siguientes pasajes: Juan 20:17; Romanos 4:25; Romanos 5:1-10; Romanos 6:1-11; Romanos 7. Romanos 8:1-4; 1.ª Corintios 1:30, 31; 1.ª Corintios 6:11; 1.ª Corintios 15:55-57; 2.ª Corintios 5:17-21; Gálatas 3:13, 25-29; Gálatas 4:31; Efesios 1:19-23; Efesios 2:1-6; Colosenses 2:10-15; Hebreos 2:14, 15; 1.ª Pedro 1:23.). Si el lector pondera con oración todos estos pasajes de las Escrituras, verá claramente que no somos justificados por las obras de la ley, y no sólo eso, sino que también verá cómo somos justificados. Verá los profundos y sólidos fundamentos de la vida, la justicia y la paz cristianas, conforme a los consejos eternos que Dios tenía en sus planes, puestos en la consumada expiación de Cristo, desarrollados por Dios el Espíritu Santo en la Palabra escrita, y hechos efectivos en la bienaventurada experiencia de todos los verdaderos creyentes. Luego, en cuanto a la regla de vida del creyente, el apóstol no dice: «Para mí el vivir es la ley», sino: “Para mí el vivir es Cristo” (Filipenses 1:21). Cristo es nuestra regla, nuestro modelo, nuestra piedra de toque, nuestro todo. Lo que el cristiano debiera preguntarse continuamente en su vida, no es: «¿Es esto conforme a la ley?», sino: «¿Es esto conforme a Cristo?». Continuará...

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COLECCION DE ESCRITOS MISCELANEOS TOMO 1 CAPÍTULO 14

Tomo I 4- EL CRISTIANO Y LA LEY ¿Es la ley una «regla de vida» para el cristiano? Obsérvense dos cosas en este último pasaje citado: 1.º “Estamos libres de la ley” 2.º No para hacer lo que agrada a la vieja naturaleza, sino para que sirvamos “en novedad de espíritu”. Aunque fuimos librados de esclavitud, es nuestro privilegio “servir” en libertad. Asimismo, leemos también en este capítulo: “Y hallé que el mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte” (v. 10). Evidentemente, la ley no demostró ser una prueba de vida para él. “Y yo sin la ley vivía en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí” (v. 9). Independientemente de quién represente el “yo” en este capítulo de la epístola a los Romanos, él estaba vivo hasta que vino la ley, y entonces murió. De ahí, pues, que la ley no podía haber sido una regla de vida para él; ella, en realidad, era todo lo contrario: una regla de muerte. Es evidente, pues, que un pecador no puede ser justificado por las obras de la ley; y es igualmente evidente que la ley no constituye la regla de vida del creyente: “Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas” (Gálatas 3:10). La ley no reconoce ninguna distinción entre un hombre nacido de nuevo y otro que no lo es; maldice a todos los que intentan colocarse ante ella; rige y maldice a un hombre entretanto éste vive. Nadie como el verdadero creyente reconocerá plenamente que es incapaz de guardarla, y nadie así estaría más completamente bajo la maldición. Continuará...

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COLECCION DE ESCRITOS MISCELANEOS TOMO1 CAPÍTULO 13

Tomo I 4- EL CRISTIANO Y LA LEY ¿Es la ley una «regla de vida» para el cristiano? Hay tres importantes puntos, relacionados entre sí, que a veces son tergiversados, sobre los cuales quisiéramos escribir unas palabras con el solo fin de guardar la verdad de toda falsificación, y de remover, dentro de nuestras capacidades, un tropiezo del camino de los lectores honestamente interesados en la verdad de Dios. Estos puntos son, el sábado, la ley y el ministerio cristiano. En esta ocasión sólo vamos a considerar el tema de la ley en relación con el cristiano, dejando para otra oportunidad los otros dos puntos. A la ley se la contempla erróneamente de dos maneras: ⦁ Primero, como fundamento de la justificación, y ⦁ Segundo, como regla de vida del cristiano Un pasaje o dos de la Escritura serán suficientes para zanjar la cuestión tanto de lo uno como de lo otro. En cuanto a la justificación: “Ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Romanos 3:20). “Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley” (Romanos 3:28). “Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado” (Gálatas 2:16). En cuanto al hecho de ser una regla de vida, leemos: “Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios” (Romanos 7:4). “Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu [lit.: ‘en novedad de espíritu’,] y no bajo el régimen viejo de la letra” (Romanos 7:6). Continuará...

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COLECCION DE ESCRITOS MISCELANEOS TOMO 1,CAPÍTULO 12

Tomo I 3- CRISTO EN LA BARCA Esto siempre nos basta. Descansemos con calma en él. ¡Ojalá que, en el fondo de nuestros corazones, siempre pueda haber esta calma profunda que proviene de una verdadera confianza en Jesús. Entonces, aunque la tempestad ruja y se encrespen las olas hasta lo sumo, no diremos: “¿No tienes cuidado que perecemos?” ¿Podemos acaso perecer con el Maestro a bordo? ¿Podemos pensar eso alguna vez, teniendo a Cristo en nuestros corazones? Quiera el Espíritu Santo enseñarnos a servirnos más plena, libre y ardientemente de Cristo. Realmente necesitamos esto justamente ahora, y lo necesitaremos cada vez más. Nuestro corazón debe asir a Cristo mismo por la fe y gozar de él. ¡Que esto sea para su gloria y para nuestra paz y gozo permanentes! Podemos señalar todavía, para terminar, cómo afectó a los discípulos la escena que acabamos de ver. En lugar de la calma adoración de aquellos cuya fe ha recibido respuesta, manifiestan el asombro de aquellos cuyos temores fueron objeto de reproche. “Entonces temieron con gran temor, y se decían el uno al otro: ¿Quién es éste, que aun el viento y el mar le obedecen?” (v. 41). Seguramente, tendrían que haberlo conocido mejor. Sí, querido lector, y nosotros también.

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COLECCION DE ESCRITOS MISCELANEOS TOMO 1, CAPÍTULO 11

Tomo I 3- CRISTO EN LA BARCA Tal era Jesús —verdadero Dios y verdadero hombre—, y tal es hoy, siempre dispuesto a responder a las necesidades de los suyos, a calmar sus ansiedades y alejar sus temores. ¡Ojalá que confiemos más simplemente en él! No tenemos más que una débil idea de lo mucho que perdemos al no apoyarnos más de lo que lo hacemos en los brazos de Jesús cada día. Nos aterrorizamos con demasiada facilidad. Cada ráfaga de viento, cada ola, cada nube nos agita y deprime. En vez de permanecer tranquilos y reposados cerca del Señor, nos dejamos sobrecoger por el terror y la perplejidad. En vez de tomar la tempestad como una ocasión para confiar en él, hacemos de ella una ocasión para dudar de él. Tan pronto como se hace presente la menor dificultad, pensamos en seguida que vamos a sucumbir, a pesar de que nos asegura que nuestros cabellos están contados. Bien podría decirnos, como a sus discípulos: “¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?” (v. 40). Parecería, en efecto, que por momentos no tuviésemos fe. Pero ¡oh, qué tierno amor es el suyo! Él está siempre cerca de nosotros para socorrernos y protegernos, aun cuando nuestros incrédulos corazones sean tan propensos a dudar de su Palabra. Su actitud para con nosotros no es conforme a los pobres pensamientos que tenemos acerca de Él, sino según su perfecto amor. He aquí el consuelo y el sostén de nuestras almas al atravesar el tempestuoso mar de la vida, en camino hacia nuestro reposo eterno. Cristo está en la barca. Continuará...

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COLECCION DE ESCRITOS MISCELANEOS TOMO 1 CAPÍTULO 10

Tomo I 3- CRISTO EN LA BARCA Además, ¡qué absurda es la incredulidad! ¿Cómo Aquel que dio su vida por nosotros, que dejó su gloria y descendió a este mundo de pena y miseria, donde sufrió una muerte vergonzosa para librarnos de la ira eterna, podría alguna vez no tener cuidado de nosotros? Y, sin embargo, estamos prestos a dudar, o bien nos volvemos impacientes cuando nuestra fe es puesta a prueba, olvidando que esa misma prueba que nos hace estremecer y retroceder, es mucho más preciosa que el oro, el cual perece con el tiempo, mientras que la fe es una realidad imperecedera. Cuanto más se prueba la verdadera fe, tanto más brilla; y por eso la prueba, por más dura que sea, redundará, sin duda, en alabanza, gloria y honra para Aquel que no sólo implantó la fe en el corazón, sino que también la hace pasar por el crisol de la prueba, velando atentamente sobre ella durante todo ese tiempo. Pero los pobres discípulos desfallecieron a la hora de la prueba. Les faltó confianza; despertaron al Maestro con esta indigna pregunta: “¿No tienes cuidado que perecemos?” ¡Ay, qué criaturas somos! Estamos dispuestos a olvidar diez mil bondades en cuanto aparece una sola dificultad. David dijo: “Al fin seré muerto algún día por la mano de Saúl” (1.º Samuel 27:1). Y ¿qué ocurrió al final? Saúl cayó en la montaña de Guilboa y David ocupó el trono de Israel. Ante la amenaza de Jezabel, Elías huyó para salvar su vida, ¿y cómo terminó todo? Jezabel fue arrojada por la ventana de su aposento y los perros lamieron su sangre, mientras que Elías ascendió al cielo en un carro de fuego (véase 1.º Reyes 19:1-4; 2.º Reyes 9:30-37; 2:11). Lo mismo ocurrió con los discípulos: tenían al Hijo de Dios a bordo, y creían que estaban perdidos; ¿y qué pasó al final? La tempestad fue reducida al silencio, y el mar se allanó como un espejo al oír la voz del que, antiguamente, llamó los mundos a la existencia. “Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza” (Marcos 4:39). ¡Cuánta gracia y majestad juntas! En lugar de reprochar a sus discípulos por haber interrumpido su sueño, reprende a los elementos que los habían aterrorizado. Así respondía a la pregunta: “¿No tienes cuidado que perecemos?” ¡Bendito Maestro! ¿Quién no confiaría en ti? ¿Quién no te adoraría por tu paciente gracia, y por tu amor que no hace reproches? Vemos una perfecta belleza en la manera en que nuestro bendito Señor pasa, sin esfuerzo alguno, del reposo de su perfecta humanidad a la actividad de la Deidad. Como hombre, cansado de su trabajo, dormía sobre un cabezal; como Dios, se levanta y, con su voz omnipotente, acalla al viento impetuoso y calma el mar. Continuará...

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COLECCION DE ESCRITOS MISCELANEOS TOMO 1, CAPÍTULO 9

Tomo I 3- CRISTO EN LA BARCA ¡Profundo misterio! El que hizo el mar y podía sostener los vientos en su mano todopoderosa, dormía allí, en la popa de la barca, y dejaba que el viento le tratase sin más miramientos que a un hombre cualquiera. Tal era la realidad de la naturaleza humana de nuestro bendito Señor. Estaba cansado, dormía, y era sacudido en medio de ese mar que sus manos habían hecho. Detente, lector, y medita sobre esta maravillosa escena. Ninguna lengua podría hablar de ella como conviene. No podemos detenernos más en este punto; sólo podemos meditar y adorar. Como ya lo hemos dicho, la incredulidad de los discípulos fue la que hizo salir a nuestro bendito Señor de su sueño. “Y le despertaron, y le dijeron: Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?” (Marcos 4:38). ¡Qué pregunta! “¿No tienes cuidado?” ¡Cuánto debió de herir el sensible corazón del Señor! ¿Cómo podían pensar que era indiferente a su angustia en medio del peligro? ¡Cuán completamente habían perdido de vista su amor —por no decir nada de su poder— cuando se atrevieron a decirle estas palabras: “¿No tienes cuidado?”! Y, sin embargo, querido lector cristiano, esta escena ¿no es un espejo que refleja nuestra propia miseria? Ciertamente. Cuántas veces, en los momentos de dificultad y de prueba, esta pregunta se genera en nuestros corazones, aunque no la formulemos con los labios: “¿No tienes cuidado?” Quizá estemos enfermos y suframos; sabemos que bastaría una sola palabra del Dios Todopoderoso para curar el mal y levantarnos, pero esa palabra no la dice. O quizá tengamos dificultades económicas; sabemos que “el oro y la plata, y los millares de animales en los collados” son de Dios, que incluso los tesoros del universo están en su mano; sin embargo, pasan los días sin que nuestras necesidades se suplan. En una palabra, de un modo u otro atravesamos aguas profundas; la tempestad se desata, una ola tras otra golpea con ímpetu nuestra diminuta embarcación, nos hallamos en el límite de nuestros recursos, no sabemos qué más hacer y nuestros corazones se sienten a menudo prestos a dirigir al Señor la terrible pregunta: “¿No tienes cuidado?” Este pensamiento es profundamente humillante. La simple idea de lastimar el corazón de Jesús, lleno de amor, con nuestra incredulidad y desconfianza debería producir la más profunda contrición. Continuará...

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COLECCION DE ESCRITOS MISCELANEOS TOMO 1, CAPÍTULO 8

Tomo I 3- CRISTO EN LA BARCA No hay nada más absurdo ni más irracional que la incredulidad, cuando la consideramos con calma. En la escena que nos ocupa, la incredulidad de los discípulos es, evidentemente, absurda. En efecto, ¿qué podía ser más absurdo que suponer que la barca podía hundirse con el propio Hijo de Dios a bordo? Y, sin embargo, eso es lo que temían. Se dirá que precisamente en ese momento no pensaban en el Hijo de Dios. A la verdad, pensaban en la tempestad, en las olas, en la barca que se llenaba de agua, y, juzgando a la manera de los hombres, parecía una situación desesperada. El corazón incrédulo razona siempre así. Mira las circunstancias y deja a Dios de lado. La fe, en cambio, no considera más que a Dios, y deja las circunstancias de lado. ¡Qué diferencia! La fe se goza en los momentos de extremo peligro o de angustiosa necesidad, simplemente porque los tales son una oportunidad para Dios. La fe se complace en concentrarse en Dios, en encontrarse sobre ese terreno ajeno a la criatura, para que Dios manifieste su gloria; en ver que las “vasijas vacías” se multipliquen para que Dios las llene (2.º Reyes 4:3-6). Podemos afirmar ciertamente que la fe habría permitido a los discípulos acostarse y dormir junto a su divino Maestro en medio de la tempestad. La incredulidad, por otro lado, los hizo estar sobresaltados; no pudieron permanecer tranquilos ellos mismos, y perturbaron el sueño del Señor con sus incrédulas aprensiones. Él, cansado por un intenso y agobiador trabajo, había aprovechado la travesía para reposar durante unos instantes. Sabía lo que era el cansancio. Había descendido hasta todas nuestras circunstancias, de modo que pudo familiarizarse con todos nuestros sentimientos y debilidades, habiendo sido tentado en todo según nuestra semejanza, a excepción del pecado. En todo respecto fue hallado como hombre y, como tal, dormía sobre un cabezal, balanceado por las olas del mar. El viento y las olas sacudían la barca, a pesar de que el Creador se hallaba a bordo en la persona de ese Siervo abrumado y dormido. Continuará...

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COLECCION DE ESCRITOS MISCELANEOS TOMO 1, CAPÍTULO 7

Tomo I 3- CRISTO EN LA BARCA Veamos, por ejemplo, la escena entre José y sus hermanos en el capítulo 50 del Génesis: “Viendo los hermanos de José que su padre era muerto, dijeron: Quizá nos aborrecerá José, y nos dará el pago de todo el mal que le hicimos. Y enviaron a decir a José: Tu padre mandó antes de su muerte, diciendo: Así diréis a José: Te ruego que perdones ahora la maldad de tus hermanos y su pecado, porque mal te trataron; por tanto, ahora te rogamos que perdones la maldad de los siervos del Dios de tu padre. Y José lloró mientras hablaban” (v. 15-17). Triste respuesta a cambio de todo el amor y los cuidados que José había prodigado a sus hermanos. ¿Cómo podían suponer que aquel que les había perdonado tan libre y completamente, que había salvado sus vidas cuando estaban enteramente en sus manos, querría desatar contra ellos, después de tantos años de bondad, su ira y su venganza? Fue ciertamente grave el error de parte de ellos, y no es de extrañar que José llorara mientras hablaban. ¡Qué respuesta a todos sus indignos temores y a sus terribles sospechas! ¡Un mar de lágrimas! ¡Así es el amor! “Y les respondió José: No temáis; ¿acaso estoy yo en lugar de Dios? Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo. Ahora, pues, no tengáis miedo; yo os sustentaré a vosotros y a vuestros hijos. Así los consoló, y les habló al corazón” (v. 19- 21). Así ocurrió con los discípulos en la ocasión que estamos considerando. Meditemos un poco este pasaje. “Aquel día, cuando llegó la noche, les dijo: Pasemos al otro lado. Y despidiendo a la multitud, le tomaron como estaba, en la barca; y había también con él otras barcas. Pero se levantó una gran tempestad de viento, y echaba las olas en la barca, de tal manera que ya se anegaba. Y él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal” (Marcos 4:35-38). Tenemos aquí una escena interesante a la vez que instructiva. A los pobres discípulos les toca vivir un momento de extremo peligro, una situación límite. No saben qué más hacer. Una recia tempestad, la barca llena de agua, el Maestro durmiendo. Era realmente un momento de prueba y, si nos miramos a nosotros mismos, seguramente no nos extrañará el miedo y la agitación de los discípulos. De haber estado en su lugar, sin duda habríamos reaccionado de la misma manera. Sin embargo, no podemos sino ver dónde fallaron. El relato se escribió para nuestra enseñanza, y debemos estudiarlo y tratar de aprender la lección que nos enseña. Continuará...

LECTURA DE LA PALABRA DE DIOS

COLECCION DE ESCRITOS MISCELANEOS TOMO 1, CAPÍTULO 6

Tomo I 3- CRISTO EN LA BARCA El momento de extremo peligro o de angustiosa necesidad en la vida del hombre es el momento oportuno para Dios.» Éste es un dicho muy familiar en el mundo de habla inglesa, que citamos a menudo y que, sin ninguna duda, creemos plenamente; y, sin embargo, cuando a nosotros mismos nos toca pasar por un momento crítico, cuando nos vemos enredados en un gran aprieto, a menudo estamos poco dispuestos a contar únicamente con la oportunidad de Dios. Una cosa es exponer una verdad o escucharla, y muy otra realizar el poder de esa verdad. No es lo mismo hablar de la capacidad de Dios para guardarnos de la tempestad cuando navegamos sobre un mar en reposo, que poner a prueba esa misma capacidad cuando realmente se desata la tempestad a nuestro alrededor. Sin embargo, Dios es siempre el mismo. En la tempestad o en la calma, en la enfermedad o en la salud, en las necesidades o en las circunstancias favorables, en la pobreza o en la abundancia, él es “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:8); él es la misma gran realidad sobre la cual la fe puede apoyarse y de la cual puede echar mano en cualquier tiempo y circunstancia. Lamentablemente, ¡somos incrédulos!, y ésta es la causa de nuestras flaquezas y caídas. Nos hallamos perplejos y agitados cuando deberíamos estar tranquilos y confiados; buscamos socorro de todos lados cuando deberíamos contar con Dios; hacemos “señas a los compañeros” en lugar de “poner los ojos en Jesús”. Y de este modo, sufrimos una gran pérdida al mismo tiempo que deshonramos al Señor en nuestros caminos. Pocas cosas habrá, sin duda, por las que debamos humillarnos más profundamente que por nuestra tendencia a no confiar en el Señor cuando surgen las dificultades y las pruebas; y seguramente afligimos su corazón al no confiar en él, pues la desconfianza hiere siempre a un corazón que ama. Continuará...

LECTURA DE LA PALABRA DE DIOS

COLECCION DE ESCRITOS MISCELANEOS TOMO 1, CAPÍTULO 5

Tomo I 2- AUTORIDAD Y PODER Éste es un punto de la más seria importancia. Sería de hecho imposible que el lenguaje humano expresase con la debida fuerza o en los términos adecuados, la inmensa importancia de la absoluta y completa sumisión a la autoridad de la Escritura en todas las cosas —sí, y lo decimos con énfasis— en todas las cosas. Una de nuestras mayores dificultades prácticas al tratar con las almas, surge del hecho de que ellas no parecen tener ninguna idea de someterse en todas las cosas a la Escritura. No quieren confrontarse con la Palabra de Dios, ni consentir en ser enseñados exclusivamente por sus sagradas páginas. Credos y confesiones; formulaciones religiosas; mandamientos, doctrinas y tradiciones de los hombres: estas cosas sí serán oídas y se someterán a ellas. A nuestra propia voluntad, a nuestro propio juicio, a nuestras propias opiniones de las cosas, les serán permitidos amplio lugar. La conveniencia, la posición, la reputación, la influencia personal; el utilitarismo; la opinión de los amigos; los pensamientos y el ejemplo de buenos y grandes hombres; el miedo de lastimar o de causar ofensa a aquellos a quienes amamos y estimamos y con quienes pudimos haber estado asociados por largo tiempo en nuestra vida y servicio religiosos; el temor de que piensen que seamos presuntuosos; querer evitar a toda costa la apariencia de juzgar o de condenar a muchos a cuyos pies nos sentaríamos de buena voluntad: todas estas cosas actúan y ejercen una muy perniciosa influencia en el alma, e impiden la plena entrega de nosotros mismos a la suprema autoridad de la Palabra de Dios. ¡Quiera el Señor en su gracia avivar nuestros corazones en relación con este solemne tema! ¡Quiera Él conducirnos, por su Santo Espíritu, a ver el verdadero lugar, valor y poder de su Palabra! ¡Que esa Palabra se establezca en nuestras almas como la única regla plenamente suficiente, de modo que todo —no importa qué— lo que no se halle basado en su autoridad, sea absolutamente rechazado sin la menor vacilación! Entonces podemos esperar hacer progresos. Entonces nuestra senda será como “la senda de los justos, como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto” (Proverbios 4:18). ¡Nunca estemos satisfechos, en relación con todos nuestros hábitos, con todos nuestros caminos, con todas nuestras asociaciones, con nuestra posición religiosa y con nuestros servicio, con todo lo que hacemos y con todo lo que no hacemos; con el lugar adonde vamos y adonde no vamos, hasta que podamos verdaderamente decir que tenemos la aprobación de la Palabra de Dios y la luz de Su presencia! Aquí, y solamente aquí, yace el profundo y precioso secreto de LA AUTORIDAD Y EL PODER.

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COLECCION DE ESCRITOS MISCELANEOS TOMO 1, CAPÍTULO 4

Tomo I 2- AUTORIDAD Y PODER Ahora bien, nada es más cierto que esto: que cuando se trata simplemente de una cuestión de opinión humana, de la voluntad del ser humano, o del juicio del hombre, no hay una sombra de autoridad, ni una partícula de poder. Ninguna opinión humana tiene alguna autoridad sobre la conciencia; ni tampoco puede comunicar ningún poder al alma. Puede aceptarse en la medida de su propio valor, pero no tiene autoridad ni poder para mí. Debo tener la Palabra de Dios y la presencia de Dios, de lo contrario, no puedo dar un solo paso. Si algo, no importa qué, viene a interponerse entre mi conciencia y la Palabra de Dios, no sé dónde estoy, no sé qué hacer ni hacia a donde dirigirme. Y si alguna cosa, no importa qué, viene a interponerse entre mi corazón y la presencia de Dios, quedo absolutamente desprovisto de poder. La Palabra de mi Señor es mi único directorio; Su morada en mí y conmigo, mi único poder. “Mira que te mando… tu Dios estará contigo.” Pero puede que el lector se sienta dispuesto a preguntar: «¿Es realmente cierto que la Palabra de Dios contiene amplia guía para todos los detalles de la vida? ¿Me dice, por ejemplo, adónde debo ir el día del Señor; y qué he de hacer desde el lunes por la mañana hasta el sábado por la noche? ¿Me dirige en mi senda personal, en mis relaciones domésticas, en mi posición comercial, en mis asociaciones y opiniones religiosas?» Muy ciertamente que sí. La Palabra de Dios nos prepara o equipa enteramente para toda buena obra (2.ª Timoteo 3:17), y ninguna obra para la cual ella no nos prepare, puede ser buena, sino mala. Por lo tanto, si usted no puede encontrar autoridad para el lugar adonde va el día del Señor —no importa dónde sea— debe, inmediatamente, dejar de ir. Y si no puede encontrar autoridad para lo que hace el lunes, usted debe, inmediatamente, dejar de hacerlo. “Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros” (1.º Samuel 15:22). Confrontemos honestamente la Escritura. Inclinémonos bajo su santa autoridad en todas las cosas. Sometámonos humilde y reverentemente a su dirección celestial. Renunciemos a todo hábito, a toda práctica, a toda asociación —de la naturaleza que fuere, o aprobada por quien fuere— para los cuales no tenemos la autoridad directa de la Palabra de Dios, y en las cuales no podemos gozar del sentido de Su presencia, de la vida de Su apreciativo talante. Continuará...

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COLECCION DE ESCRITOS MISCELANEOS TOMO 1, CAPÍTULO 3

Tomo I 2- AUTORIDAD Y PODER Si hubo un momento en la historia de la iglesia profesante en que fue más necesario que nunca tener autoridad divina para la senda cristiana, y poder divino para andar en ella, ese momento es precisamente el presente. Son tantas las opiniones antagónicas, las voces discordantes, las escuelas opuestas, las partes contenciosas, que, por todos lados, corremos peligro de perder nuestro equilibrio y de ser arrastrados quién sabe adónde. Vemos a los mejores de los hombres poniéndose en lados opuestos del mismo asunto; hombres que, hasta donde llega nuestra apreciación, parecen tener un ojo sencillo para la gloria de Cristo, y tomar la Palabra de Dios como su sola autoridad en todas las cosas. ¿Qué, pues, ha de hacer un alma sencilla? ¿Qué actitud ha de tomar uno frente a toda esta situación? ¿No habrá un puerto tranquilo y seguro donde poder anclar nuestra pequeña embarcación, lejos de las feroces olas del agitado y tempestuoso océano de las opiniones humanas? Sí, bendito sea Dios, lo hay. Y el lector puede experimentar en este mismo momento la profunda bendición de echar el ancla allí. Es el dulce privilegio del más simple hijo de Dios, del más sencillo niño de Cristo, tener autoridad divina para su senda y poder divino para avanzar por ella —autoridad para su posición, y poder para ocuparla— , autoridad para su servicio, y poder para llevarlo a cabo. ¿En qué consiste? ¿Dónde está? La autoridad se encuentra en la palabra divina; el poder, en la presencia divina. Así pues —bendito sea Dios—, todo hijo de Dios puede saber esto; es más, debiera saberlo, para la firmeza de su camino y el gozo de su corazón. Al contemplar la condición actual de los cristianos profesantes en general, uno se ve sorprendido con este tan lamentable hecho, a saber, que tan pero tan pocos están preparados para encarar las Escrituras en todos los puntos y en todo asunto personal, doméstico, comercial y eclesiástico. Una vez que la cuestión de la salvación del alma ha sido resuelta —y ¡ay, cuán raramente está verdaderamente resuelta!— entonces, la gente en realidad se considera en libertad de desprenderse del sagrado dominio de las Escrituras, y de arrojarse sobre las perdidas aguas turbulentas de la opinión y la voluntad humanas, donde cada cual puede pensar, elegir y actuar por sí mismo. Continuará...

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COLECCION DE ESCRITOS MISCELANEOS TOMO 1, CAPÍTULO 2

Tomo I 1- AISLAMIENTO Él se ha estropeado completamente en su carrera práctica; él ha sucumbido a las dificultades de su tiempo y ha probado totalmente la ineficacia de encontrar las realidades serias de su verdadera vida. Entonces, en lugar de ver y confesar esto, él se retira a su propio círculo estrecho, encontrando las faltas de todos, excepto las propias. ¡Qué verdaderamente delicioso y refrescante es volver de este cuadro triste, al único Hombre perfecto que pisó esta tierra! Su camino fue verdaderamente más aislado que ninguno. Él no tenía simpatía con la escena alrededor de Él. “Pero el mundo no le conoció”. “A lo suyo vino (Israel), y los suyos no le recibieron”. “Y esperaba quien se compadeciera de mí, mas no lo hubo; y consoladores, mas no los hallé” (Salmos 69:20.V.M.).Incluso sus propios discípulos amados lo abandonaron sin compadecerse con Él, o entenderlo. Ellos durmieron en el monte de la transfiguración en la presencia de Su gloria y ellos se durmieron en el Jardín del Getsemaní en la presencia de Su agonía. Ellos lo despertaron de Su sueño con sus temores en incredulidad y continuamente lo estorbaban con sus preguntas ignorantes y opiniones necias. ¿Cómo Él soportó todo esto? En gracia perfecta, paciencia y ternura. Él contestó sus preguntas; Él corrigió sus opiniones; Él acalló sus miedos; Él resolvió sus dificultades; Él satisfizo sus necesidades; Él quitó sus dolencias; Él les dio confianza para la devoción en el momento de deserción; Él los miraba a través de Sus propios ojos amorosos y los amó, a pesar de todo. “Como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Juan 13:1). Cristiano lector, busquemos para beber nuestra bendición del espíritu del Maestro y caminar en Sus pasos. Entonces nuestro aislamiento será benévolo, y aunque nuestro camino pueda ser estrecho, el corazón será grande.

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COLECCION DE ESCRITOS MISCELANEOS TOMO 1, CAPÍTULO1

Tomo I 1- AISLAMIENTO Esta es una de nuestras grandes dificultades en el momento presente, de hecho ha sido en la vida una dificultad para combinar un camino estrecho con un corazón amplio. Hay muchísimo en todos los lados que tiende a producir aislamiento. Nosotros no podemos negarlo. Los eslabones de la amistad humana parecen ser tan frágiles; tantas cosas que producen titubeo en la confianza; tantas cosas que posiblemente no pueden ser sancionadas, que el camino se ha hecho más y más aislado. Todo esto es indiscutiblemente verdad. Pero nosotros debemos tener mucho cuidado acerca de cómo nos encontramos en tal condición de cosas. Nosotros tenemos una vaga idea de lo mucho que dependemos del espíritu que nosotros llevamos en medio de las escenas y circunstancias, todos deben admitir, que es un área singularmente penosa. Por ejemplo, yo puedo ensimismarme y puedo volverme amargado, triste, áspero, intolerante, mustio, no teniendo corazón para el pueblo del Señor, para Su servicio, para los santos y felices ejercicios de la asamblea. Yo podría volverme infructuoso en las buenas obras, no teniendo simpatía con el pobre, el enfermo, el afligido. Yo podría vivir en el estrecho círculo en el que yo estoy retraído y pensando solo en mí, y en mis intereses personales y familiares. ¿Que puede ser más miserable que esto? Es el más deplorable egoísmo, pero nosotros no vemos esto, por nuestra excesiva ocupación con los fracasos del pueblo. Ahora es una cuestión muy fácil el de encontrar fallas y faltas en nuestros hermanos y amigos. Pero la pregunta es, ¿Cómo estamos nosotros frente a estas cosas?, ¿Estas faltas ya no están en nosotros? ¡De ninguna manera! Hacer esto es volvernos tan miserables en nosotros mismos, tan despreciables, y aún peor que aquel que es despreciado, para otros. Hay pocas cosas más lastimosas que cuando nosotros visitamos a “un hombre defraudado.” Él está siempre encontrando la falta de otros. Él jamás ha descubierto el origen real del asunto o el verdadero secreto de cómo tratar con esto. Él se ha aislado, pero en sí mismo. Él está aislado, pero su aislamiento es absolutamente falso. Este es un estado miserable; y él hará a todos los que vienen bajo su influencia – todos los que son débiles y suficientemente necios para escucharlo – tan miserables como lo es él. Continuará...

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LA ASAMBLEA DE DIOS CAPÍTULO 41

2.4- LA AUTORIDAD SEGÚN LA CUAL SE REÚNE LA ASAMBLEA Alguno puede decir: «¿Sois vosotros, pues, el pueblo de Dios?». La pregunta no es: «¿Somos nosotros el pueblo de Dios?», sino: «¿Estamos en el terreno divino?». Si no lo estamos, cuanto antes abandonemos nuestra posición será mejor. Que hay un terreno divino, a pesar de toda la oscuridad y confusión, difícilmente será negado. Dios no ha dejado a su pueblo expuesto a la necesidad de permanecer en conexión con el error y el mal. Y ¿cómo podemos saber si estamos o no en el terreno divino? Sencillamente por la Palabra divina. Probemos honesta y seriamente, mediante la confrontación con la Escritura, todo aquello con lo cual nos hallamos ligados, y, si no puede soportar la prueba, abandonémoslo de inmediato. Sí, inmediatamente. Si nos detenemos para razonar o para pesar las consecuencias, seguramente equivocaremos nuestro camino. Deténgase Ud., ciertamente, para cerciorarse de cuál es el pensamiento del Señor, pero nunca para argumentar una vez que se ha cerciorado de él. El Señor nunca da luz para dar dos pasos a la vez. Él nos da luz y, cuando obramos en consecuencia, nos da más. “La senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto” (Proverbios 4:18). ¡Preciosa divisa, alentadora para el alma! La luz “va en aumento”. No hay ninguna detención, ningún alto, ningún descanso en su logro. Ella “va en aumento” hasta que seamos introducidos en la cabal esfera de luz del perfecto día de gloria. Lector, ¿está Ud. en este divino terreno? Si es así, aférrese a él con toda su alma. ¿Está Ud. en esta senda? Si es así, avance con todas las energías de su ser moral. Nunca se contente con algo inferior a lo que es Su morada en Ud. y a la conciencia de su cercanía respecto de él. No permita que Satanás le despoje de su propia porción al inducirle a quedarse en lo que no es más que un mero nombre. Que él no le tiente hasta el punto de hacerle tomar su ostensible posición por su real condición. Cultive la comunión íntima, la oración personal, el constante juicio de sí mismo. Esté alerta contra toda esa forma de orgullo espiritual. Cultive la humildad, la mansedumbre, el quebrantamiento de espíritu, la sensibilidad de conciencia en su propio andar privado. Procure combinar la gracia más dulce hacia los demás con el coraje de un león cuando se trate de la verdad. Entonces será Ud. una bendición para la Asamblea de Dios y un testigo eficaz de la absoluta suficiencia del Nombre de Jesús.

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LA ASAMBLEA DE DIOS CAPÍTULO 40

2.4- LA AUTORIDAD SEGÚN LA CUAL SE REÚNE LA ASAMBLEA Pero no debemos usar la gracia de Dios como pretexto para actuar de un modo contrario a la Escritura, como tampoco debemos servirnos de la ruina de la Iglesia como excusa para aprobar el error. Tenemos que confesar la ruina, contar con la gracia y actuar con sencilla obediencia a la Palabra del Señor. Tal es la senda de bendición en todas las épocas. Los fieles del remanente, en los días de Esdras, no pretendían el poder y el esplendor de los días de Salomón, sino que obedecieron la Palabra del Señor de Salomón y su obra fue abundantemente bendecida. Ellos no dijeron: «Las cosas están en ruinas y, por consiguiente, más vale permanecer en Babilonia y no hacer nada.» No, ellos confesaron sencillamente sus propios pecados y los del pueblo, y contaron con Dios. Esto es precisamente lo que debemos hacer. Debemos reconocer la decadencia y contar con Dios. Finalmente, si se nos preguntase «¿Dónde está la Asamblea de Dios actualmente?», responderíamos: Donde dos o tres están congregados en el Nombre de Jesús. Ésta es la Asamblea de Dios. Y nótese con cuidado que, a fin de obtener resultados divinos, es preciso estar en las condiciones divinas. Pretender aquellos resultados sin estar en estas condiciones, es sólo una vana ilusión. Si no estamos realmente congregados en el Nombre de Jesús, no tenemos ningún derecho a esperar que él esté en medio de nosotros; y si él no está en medio de nosotros, nuestra asamblea será un asunto de poco valor. Pero es nuestro feliz privilegio estar congregados de manera tal que podamos gozar de su bendita presencia entre nosotros, y, teniéndolo a él, no necesitamos establecer a un pobre mortal para que nos dirija. Cristo es Señor de su propia casa; que ningún mortal se atreva a usurpar su lugar. Cuando la Asamblea se reúne para el culto, Dios dirige en medio de ella, y, si él es plenamente reconocido, la corriente de la comunión, de la adoración y de la edificación fluirá sin agitación, sin trabas y sin desvíos. Todo estará en armonía. Pero, si se permite que la carne actúe, el Espíritu será contristado y apagado, y todo se echará a perder. La carne debe ser juzgada en la Asamblea de Dios, lo mismo que debería serlo en nuestro andar individual de cada día. Debemos recordar también que los errores y faltas de la Asamblea no son argumentos válidos contra la verdad de la Presencia Divina allí, como no lo son tampoco nuestros errores y faltas individuales para ser usados contra la verdad bíblica de la morada del Espíritu Santo en el creyente. Continuará...

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LA ASAMBLEA DE DIOS CAPÍTULO 39

2.4- LA AUTORIDAD SEGÚN LA CUAL SE REÚNE LA ASAMBLEA Pues bien, ¿no deberíamos celebrar la Cena del Señor, en medio de nosotros, según la orden consignada en el Nuevo Testamento? ¿Deberíamos adherirnos al sacrificio de la misa, o a la consubstanciación, porque la verdadera noción de la Eucaristía parece haber estado perdida para la Iglesia profesante durante tantos siglos? Seguramente que no. ¿Qué debemos hacer? Tomar el Nuevo Testamento y ver lo que dice al respecto, inclinarnos con reverente sumisión ante su autoridad, aderezar la Mesa del Señor en su divina sencillez y celebrar la fiesta según la orden dada por nuestro Amo y Señor, quien dijo a sus discípulos, y por consecuencia a nosotros: “Haced esto en memoria de mí.” Pero también se nos puede preguntar: «¿No es más que inútil procurar realizar la verdadera noción de la Asamblea de Dios, viendo que la Iglesia profesante está en una ruina tan completa?.» Respondemos preguntando: ¿Debemos ser desobedientes porque la Iglesia esté en ruinas? ¿Debemos continuar en el error porque la dispensación ha fracasado? Seguro que no. Reconocemos la ruina, nos condolemos por ella, la confesamos, tomamos nuestra parte en ella y en sus tristes consecuencias, procuramos caminar silenciosa y humildemente en medio de ella, reconociendo que nosotros mismos somos muy infieles e indignos. Pero, aunque nosotros hayamos fracasado, Cristo no ha fracasado. Él permanece fiel; él no puede negarse a sí mismo. Él prometió estar con los suyos hasta el fin del siglo. La promesa formulada en Mateo 18:20 es tan segura hoy en día como hace casi 2.000 años atrás. “Sea Dios veraz y todo hombre mentiroso” (Romanos 3:4). Rechazamos completamente la idea de que los hombres se pongan a crear iglesias o se consideren con derecho a ordenar ministros. La consideramos como pura pretensión, enteramente desnuda de autoridad bíblica. Es la obra de Dios reunir una Iglesia y suscitar ministros. No nos atañe constituirnos en iglesia y ordenar funcionarios. Sin duda, el Señor es muy misericordioso y está lleno de compasión. Él soporta nuestra debilidad y gobierna nuestros errores y, si nuestro corazón le es fiel, aun en la ignorancia, él no dejará de conducirnos a una luz superior. Continuará...

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LA ASAMBLEA DE DIOS CAPÍTULO 38

2.4- LA AUTORIDAD SEGÚN LA CUAL SE REÚNE LA ASAMBLEA En primer lugar, se nos puede preguntar: «¿Dónde podemos encontrar lo que Ud. llama ‘la Asamblea de Dios’, desde los días de los apóstoles hasta el siglo XIX? Y ¿dónde la podemos hallar ahora?». Nuestra respuesta es sencillamente ésta: Tanto entonces como ahora, encontramos la Asamblea de Dios en las páginas del Nuevo Testamento. Poco importa para nosotros que Neander, Mosheim, Milner y otros numerosos historiadores eclesiásticos no hayan advertido, en sus interesantes investigaciones, ni trazas de la verdadera noción de la Asamblea de Dios desde el final de la era apostólica hasta el principio del corriente siglo. Es muy posible que haya habido, aquí y allá, entre las densas tinieblas de la Edad Media, “dos o tres” realmente reunidos en el Nombre de Jesús; o, al menos, que suspiraran tras esa verdad. Pero, de cualquier manera, esta verdad permanece completamente intacta. No edificamos sobre los documentos de los historiadores, sino sobre la infalible verdad de la Palabra de Dios; por eso, aunque pudiera probarse que por dieciocho siglos no hubo siquiera “dos o tres” reunidos en el Nombre de Jesús, ello no afectaría en absoluto la cuestión, la cual no es: ¿Qué dice la historia de la Iglesia? sino: ¿Qué dice la Escritura? Si hubiera alguna fuerza en el argumento fundado sobre la historia, se aplicaría, igualmente, a la preciosa institución de la Cena del Señor. En efecto, ¿qué sucedió con esa ordenanza por más de mil años? Fue despojada de uno de sus grandes elementos, velada en una lengua muerta, enterrada en una tumba de superstición e intitulada: «Un sacrificio incruento por los pecados de los vivos y de los muertos». Y aun cuando, en el tiempo de la Reforma, se le permitió nuevamente a la Biblia que hablase a la conciencia del hombre y difundiera su viva luz sobre el sepulcro en el cual yacía la Eucaristía, ¿qué fue lo que se vio? ¿Bajo qué forma aparece ante nosotros la Cena del Señor en la Iglesia Luterana? Bajo la forma de consubstanciación. Lutero negó que el pan y el vino fuesen cambiados en el cuerpo y la sangre de Cristo, pero sostuvo —y ello, además, en feroz e inflexible oposición a los teólogos suizos— que había una presencia misteriosa de Cristo con el pan y el vino. Continuará...

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LA ASAMBLEA DE DIOS CAPÍTULO 37

2.4- LA AUTORIDAD SEGÚN LA CUAL SE REÚNE LA ASAMBLEA No tenemos el menor deseo de cortarle las alas al evangelista sino tan sólo de guiar sus movimientos. Estamos maldispuestos para ver una auténtica energía espiritual derrochada en un servicio incierto o incompleto. Sin duda, es un gran resultado traer almas a Cristo. La unión de una alma con Cristo es un trabajo hecho para siempre. Pero los corderos y las ovejas ¿no deben estar reunidos y cuidados? ¿Alguien puede estar satisfecho de adquirir ovejas y luego dejarlas errar por donde ellas quieran? Seguramente que no. Pero ¿dónde deberían estar reunidas las ovejas de Cristo? ¿En los corrales dispuestos por el hombre o en la Asamblea de Dios? En la última, incuestionablemente, pues ella, aunque sea débil, despreciada, denigrada y maldecida, es el lugar apropiado para todos los corderos y ovejas del rebaño de Cristo. Aquí, sin embargo, habrá responsabilidad, cuidado, ansiedad, trabajo, una constante necesidad de vigilancia y oración, todo lo que la carne y la sangre querrían evitar en lo posible. Hay algo muy agradable y atractivo en la idea de ir por todo el mundo como evangelista, teniendo a miles pendientes de sus labios y a centenares de almas como sellos de su ministerio; pero ¿qué deberá hacerse con esas almas? Mostrarles por todos los medios que su verdadero lugar está en la Asamblea de Dios, en la cual, a pesar de la ruina y apostasía del cuerpo profesante, ellas pueden gozar de la comunión espiritual, del culto y del ministerio. Ello implicará muchas pruebas y ejercicios penosos. Esto fue así en los tiempos apostólicos. Aquellos que realmente cuidaban del rebaño de Cristo tenían que derramar muchas lágrimas, hacer subir oraciones fervientes, pasar noches en vela. Pero también, con todo ello, gustaron la dulzura de la comunión con el Pastor principal; y, cuando él aparezca, aquellas lágrimas, oraciones y desvelos serán recordados y recompensados; mientras que los falsos pastores que, sin compasión, sólo toman el báculo pastoral para usarlo como un instrumento de crueldad contra las ovejas y de vergonzosa ganancia, tendrán sus rostros cubiertos con eterna confusión. Podríamos concluir aquí si no fuera porque estamos ansiosos por responder a tres preguntas que podrían acudir a la mente del lector. Continuará...

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