PEREGRINO Y EXTRANJEROS: EN ESTO PENSAD

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DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 17

 


DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 17

Introducción

Es el resumen de todo, en lo que toca a Saúl: “Locamente has hecho; no guardaste el mandamiento de Jehová… tu reino no será duradero”. ¡Solemnes verdades! Saúl, el rey según el corazón del hombre, es puesto a un lado, para dar lugar al hombre según el corazón de Dios. Los hijos de Israel tuvieron numerosas ocasiones de poner a prueba el carácter de aquel que habían escogido para conducirlos y combatir en sus batallas. La caña en la cual tanto habían deseado apoyarse, se había roto, e iba a perforarles la mano. El rey según el hombre, ¡Ay!, ¿qué era y qué podía hacer? ¿Qué resulta en una circunstancia difícil; cómo actuará? La agitación y el sentimiento de su propia importancia caracterizan todas sus acciones. Ninguna dignidad, ninguna santa confianza en Dios, ninguno de sus actos que esté regido por los principios de la verdad. Todo es el «yo» por donde se lo vea, y esto, en las ocasiones más solemnes, actuando al mismo tiempo, en apariencia, para Dios y para su pueblo. Tal era el rey que agradaba al hombre. 

Este bello capítulo presenta un contraste sorprendente entra la eficacia de lo que Israel había deseado y obtenido para ser conducido, y la del antiguo principio de una fe simple en Dios. Saúl se sienta debajo de un granado, símbolo, podemos decir, de un vano despliegue de grandeza sin el menor poder real. Su hijo Jonatán, al contrario, actuando en un espíritu de fe, se convierte en el feliz instrumento de salvación para Israel. Israel, en su incredulidad, había pedido un rey para conducir sus guerras, y se imaginaba, seguramente, que, habiendo obtenido el objeto de sus deseos, ningún enemigo podría hacerle frente. Pero ¿era así? Una palabra 27 del capítulo 13 nos dará la respuesta: “y todo el pueblo iba tras él temblando” (v. 7). ¡Qué cambio! ¡Cuánto diferían de ese ejército poderoso que en otro tiempo había seguido a Josué, marchando contra las fortalezas de Canaán! Continuará...


33DC: VIDA

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DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 16

 


DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 16

Introducción

Saúl era muy particularmente el hombre según el corazón de Israel. Tenía todo lo que la carne desea: era “joven y hermoso. Entre los hijos de Israel no había otro más hermoso que él; de hombros arriba sobrepasaba a cualquiera del pueblo” (1 Samuel 9:2). Todo esto era muy imponente para los que miran sólo la apariencia; pero ¿qué había debajo de este atractivo exterior? Toda la conducta de Saúl lleva la huella del más profundo egoísmo y del más grande orgullo, arropados bajo el manto de la humildad. Cuando Saúl se esconde, es sólo con el fin de aparecer luego de una manera más imponente. Con el corazón lleno de pensamientos de realeza, guarda a este respecto el más profundo secreto hacia su tío; con todos sus pensamientos vueltos hacia la corona, se esconde entre el bagaje, a fin de convertirse en el objeto de mayor atención de toda la asamblea. En cada ocasión donde lo vemos aparecer, podemos sólo reconocer en él a un hombre profundamente egoísta, lleno de su propia importancia y completamente insumiso. Es verdad que el Espíritu viene sobre él, como sobre alguien puesto aparte para ocupar un cargo en medio del pueblo de Dios; pero Saúl era en todo una persona que sólo buscaba su propio interés, y empleaba el nombre de Dios sólo para sus propios fines, y las cosas de Dios como un pedestal para realzar su propia gloria. 

La escena que tiene lugar en Gilgal es muy característica y hace resaltar el principio que hacía actuar a Saúl. Impaciente de esperar el momento fijado por Dios, “se esforzó” y “ofreció el holocausto” (1 Samuel 13:12); pero debe oír de los labios de Samuel estas solemnes palabras: “Locamente has hecho; no guardaste el mandamiento de Jehová tu Dios que él te había ordenado; pues ahora Jehová hubiera confirmado tu reino sobre Israel para siempre. Mas ahora tu reino no será duradero. Jehová se ha buscado un varón conforme a su corazón, al cual Jehová ha designado para que sea príncipe sobre su pueblo, por cuanto tú no has guardado lo que Jehová te mandó” (1 Samuel 13:13-14). Continuará...


33DC:

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DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 15

 


DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 15

Introducción

¡Pero, lamentablemente, los hijos y sucesores de Samuel no podían decir esto!; para ellos, las “ganancias deshonestas” eran el principal móvil de sus acciones. Ahora bien, vemos, en este capítulo, que los israelitas se aprovecharon de esta perversa conducta de los hijos de Samuel, como una razón aparente para demandar un rey. “He aquí tú has envejecido, y tus hijos no andan en tus caminos; por tanto, constitúyenos ahora un rey que nos juzgue, como tienen todas las naciones” (1 Samuel 8:5). ¡Qué decadencia! Israel consiente en descender al nivel de las naciones que lo rodean, y eso porque Samuel era viejo y porque sus hijos se habían vuelto “tras la avaricia”. Jehová es excluido. Si los israelitas hubiesen levantado los ojos hacia Él, no habrían tenido ninguna razón para procurar ponerse bajo la tutela de un pobre mortal, semejante a sí mismos. Pero la capacidad de Jehová, para guardarlos y guiarlos, tenía poca cabida en sus pensamientos. No ven nada más allá de Samuel y sus hijos; si no podían obtener ninguna ayuda de parte de ellos, entonces de inmediato habrán de descender de su alta posición como pueblo que tiene a Jehová por Rey, y hacerse semejantes a las naciones vecinas, las cuales tienen una cabeza humana. Para el viejo hombre, es demasiado difícil mantenerse mucho tiempo en la posición de fe y de dependencia; sólo el sentimiento efectivo de una necesidad apremiante puede mantenernos apegados a Dios. En el capítulo 7, no es de ninguna manera cuestión de un rey: Dios era todo y en todos para Israel. Pero ahora no es así: Dios es excluido, y un rey es el objeto predominante. Pronto veremos a qué triste resultado conduce todo esto. 

Estos capítulos nos dan a conocer el carácter de Saúl, su unción y el comienzo de su reinado. No nos detendremos mucho tiempo en esto, dado que nuestro principal objetivo en esta introducción, es llamar la atención del lector respecto de los pasos que condujeron al establecimiento de un rey en Israel. Continuará..


33DC: TERUAH FEST

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DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 14

 


DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 14

Introducción

¿Quién no te temerá, oh Señor, y glorificará tu nombre?” (Apocalipsis 15:4). Tenemos aquí un paso decisivo en el establecimiento de un rey sobre Israel. “Aconteció que habiendo Samuel envejecido, puso a sus hijos por jueces sobre Israel... Pero no anduvieron los hijos por los caminos de su padre, antes se volvieron tras la avaricia, dejándose sobornar y pervirtiendo el derecho” (1 Samuel 8:1, 3) ¡Triste cuadro! Es el del hombre en cada época. El hombre, en todo tiempo, se corrompió a sí mismo y corrompió todo lo que le fue confiado a su cuidado a la primera oportunidad. Moisés y Josué vieron de antemano el alejamiento de Israel después de su partida (Deuteronomio 31:29; Josué 23:15-16). Y Pablo pudo decir a los ancianos de Éfeso: “Yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño” (Hechos 20:28). Pues bien, apenas Israel se recuperó de los efectos de la inmoralidad de los hijos de Elí, sintió los tristes resultados de la avaricia de los hijos de Samuel, y fue así empujado a la senda que finalmente condujo al rechazo de Jehová y al establecimiento de Saúl como rey. “Habiendo Samuel envejecido, (él) puso a sus hijos por jueces sobre Israel”. Algo muy diferente, por cierto, de un llamado de Dios. La fidelidad de Samuel no garantizaba de ningún modo la de sus hijos. Es lo que se pudo ver en la tan alabada teoría de la sucesión apostólica. Y ¿qué clase de sucesores hubo? ¿Se parecieron en algo a sus predecesores? Pablo podía decir: “Ni plata ni oro ni vestido de nadie he codiciado” (Hechos 20:33). Sus pretendidos sucesores, ¿pueden decir lo mismo? Samuel podía decir: “Aquí estoy; atestiguad contra mí delante de Jehová y delante de su ungido, si he tomado el buey de alguno, si he tomado el asno de alguno, si he calumniado a alguien, si he agraviado a alguno, o si de alguien he tomado cohecho para cegar mis ojos con él” (1 Samuel 12:3). Continuará...


33DC: RINDIENDO HONOR Y GLORIA

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DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 13

 


DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 13

Introducción

¿Qué podía conocer un filisteo de las lágrimas de arrepentimiento, del agua derramada, o de un cordero ofrecido en holocausto? Nada. Los hombres de este mundo sólo pueden tomar conocimiento de lo que yace en la superficie. El mundo comprende bien la grandeza exterior y las apariencias, la pompa y el deslumbramiento, el despliegue de la fuerza en la carne, pero nada sabe de los ejercicios profundos del alma delante de Dios. Y, sin embargo, es esto último lo que el cristiano debería buscar con más ardor. Una alma ejercitada es algo de lo más precioso a los ojos de Dios; y con ella Él se complace en permanecer en todo tiempo. No pretendamos ser algo; tomemos simplemente nuestro verdadero lugar delante de Dios, y seguramente él será nuestra fuerza y nos dará la energía según la medida de nuestras necesidades. 

“Y aconteció que mientras Samuel sacrificaba el holocausto, los filisteos llegaron para pelear con los hijos de Israel. Mas Jehová tronó aquel día con gran estruendo sobre los filisteos, y los atemorizó, y fueron vencidos delante de Israel” (1 Samuel 7:10). Tales fueron los felices resultados de la confianza en Dios y de la espera en “el Dios de los escuadrones de Israel”. Fue algo semejante al glorioso despliegue del poder de Jehová en las orillas del mar Rojo. “Jehová es varón de guerra” cuando su pueblo necesita de él, y cuando su fe puede contar con él para hallar ayuda “en tiempo oportuno”. Cuando los israelitas dejaban que Jehová combatiese por ellos, él siempre estaba dispuesto a aparecer, espada en mano, a favor de ellos; pero toda la gloria debe pertenecerle. Los vanos gritos de triunfo de Israel deben dar paso al silencio, a fin de que la voz de trueno de Jehová pueda oírse claramente. ¡Qué bueno es permanecer en silencio, y dejar que Jehová hable! ¡Qué poder en su voz! Es el poder que trae la paz al alma de su pueblo, y que infunde terror en el corazón de sus enemigos. “ Continuará...


JUAN CARLOS ALVARADO: LO MEJOR DE PALABRA EN ACCIÓN

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DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 12

 


DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 12

Introducción

Pero la actitud de Israel en el capítulo 7 forma un contraste perfecto con la escena del capítulo 4. “Y Samuel dijo: Reunid a todo Israel en Mizpa, y yo oraré por vosotros a Jehová. Y se reunieron en Mizpa, y sacaron agua, y la derramaron delante de Jehová” (una expresión de su débil y desvalida condición), “y ayunaron aquel día, y dijeron allí: Contra Jehová hemos pecado” (1 Samuel 7:5-6). Era una obra efectiva, y podemos decir: “Dios estaba allí”. No vemos allí la confianza en un mero símbolo o en una forma sin vida, ninguna pretensión ni vana presunción, ningún ruido ni ninguna jactancia, todo es real y profundo. Sus lamentos, el agua que derraman, el ayuno, la confesión, todo indica el gran cambio que se produjo en la condición moral de Israel. Ahora recurren al “sacerdote fiel”, y, por él, al mismo Jehová. No hablan ahora de ir a buscar el arca, no; su palabra es: “Entonces dijeron los hijos de Israel a Samuel: No ceses de clamar por nosotros a Jehová nuestro Dios, para que (él) nos guarde de la mano de los filisteos. Y Samuel tomó un cordero de leche y lo sacrificó entero en holocausto a Jehová; y clamó Samuel a Jehová por Israel, y Jehová le oyó” (1 Samuel 7:8-9). Allí estaba la fuente de la fuerza de los israelitas. El cordero de leche ofrecido enteramente a Jehová, daba a las circunstancias de ellos un nuevo aspecto, era un nuevo punto de partida en el curso de su historia. 

Y obsérvese que los filisteos parecen haber ignorado por completo todo lo que había pasado entre Jehová e Israel. Se imaginaban, sin duda, que, al no oírse gritos de triunfo, los israelitas estaban, si es posible, en una condición más miserable que antes. No hicieron que la tierra temblara nuevamente a causa de sus gritos, como en el capítulo 4, pero, ¡ah, había una obra silenciosa, que el ojo de un filisteo no podía ver y que el corazón de un filisteo no podía apreciar! Continuará...


JUAN CARLOS ALVARADO: TU PALABRA

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DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 11

 


DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 11

Introducción

Cuando, en otro tiempo, Jacob fue llamado a salir de en medio de las contaminaciones de Siquem y a ascender a Betel, no tenía sino poca idea de cuánto él y su familia se habían dejado atrapar en las redes de la idolatría. Pero el llamado de Dios: “Sube a Bet-el”, despierta sus energías adormecidas, reaviva su conciencia y agudiza su percepción moral. Por eso dice a su casa: “Quitad los dioses ajenos que hay entre vosotros, y limpiaos, y mudad vuestros vestidos” (Génesis 35:2). La sola idea de Betel (donde Dios le había aparecido) en contraste con Siquem, ejerció una influencia revitalizadora en el alma de Jacob y, vuelto a despertar, puede conducir a los demás con renovado poder. 

Lo mismo ocurre con la posteridad de Jacob, en el capítulo que estamos considerando. “Habló Samuel a toda la casa de Israel, diciendo: Si de todo vuestro corazón os volvéis a Jehová, quitad los dioses ajenos y a Astarot de entre vosotros, y preparad vuestro corazón a Jehová, y sólo a él servid, y os librará de la mano de los filisteos” (1 Samuel 7:3). Vemos aquí, hasta dónde habían descendido los israelitas en relación con la casa de Elí. El primer paso en el mal, es poner su confianza en una forma religiosa, dejando de lado a Dios, dejando de lado también los principios que dan a la forma su valor. El paso siguiente es erigir un ídolo. Por eso vemos que Israel dice primero sobre el arca: “para que… ésta nos salve”, y luego, por boca del profeta, leemos: “quitad los dioses ajenos y a Astarot de entre vosotros” (1 Samuel 4:3, VM; 7:3). Lector, ¿no hay en todo esto una solemne advertencia para la iglesia profesante? Ciertamente que sí. Los días actuales son, de manera particular, un tiempo de forma sin poder. El espíritu de un formalismo frío y sin influencia, se mueve en la superficie de las turbulentas aguas de la cristiandad, y pronto todo se reducirá a la calma de muerte de una profesión falsa, que sólo se romperá por “la voz del arcángel y con trompeta de Dios” (1 Tesalonicenses 4:17, VM). Continuará...


JUAN CARLOS ALVARADO: VIVO PARA CRISTO

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DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 10

 


DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 10

Introducción

“Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel:… He aquí, vosotros confiáis en palabras de mentira, que no aprovechan. Hurtando, matando, adulterando, jurando en falso, e incensando a Baal, y andando tras dioses extraños que no conocisteis, ¿vendréis y os pondréis delante de mí en esta casa sobre la cual es invocado mi nombre, y diréis: Librados somos; para seguir haciendo todas estas abominaciones?” (Jeremías 7:3, 8-10). Y leemos también, como uno de los caracteres particulares de los últimos tiempos, que los hombres “tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella” (2 Timoteo 3:5). La forma o apariencia conviene al corazón mundano, porque sirve para guardar la conciencia confortable, mientras que el corazón goza del mundo con todos sus atractivos. ¡Qué ilusión! ¡Cuán necesaria es la exhortación del apóstol: “Apártate también de los tales” (2 Timoteo 3:5, VM)! La obra maestra de Satanás consiste en amalgamar las cosas exteriormente cristianas con las que son decididamente profanas, y él seduce mucho más por este medio que por otros. Necesitamos una gran sagacidad espiritual para descubrir esta trampa. ¡Quiera el Señor concedérnosla, pues él sabe lo mucho que la necesitamos! 

Sin detenernos más en las valiosas enseñanzas de los capítulos 5 y 6, pasaremos a considerar brevemente la feliz restauración de Israel, bajo el ministerio del “sacerdote fiel”. Israel tuvo que lamentar la ausencia del arca y hacer el duelo durante varios días; los espíritus languidecían bajo la influencia desecante de la idolatría, y, por fin, los afectos comenzaron a volverse hacia Jehová. Pero, en este mismo despertar, podemos ver hasta qué punto el pueblo  había descendido. Siempre ocurre así. Continuará...


JUAN CARLOS ALVARADO: TU PALABRA CANTARÉ

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DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 9

 


DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 9

Introducción

Podemos bendecir al Señor por la seguridad que nos da de su fidelidad: “El no puede negarse a sí mismo”. “El fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo” (2 Timoteo 2:13, 19). Por eso, hasta en los tiempos más sombríos, él mismo mantendrá su verdad y suscitará un testimonio para sí, aunque sea en la casa de Dagón. Los cristianos pueden abandonar los principios de Dios, pero los principios permanecen. Su pureza, su poder, su virtud celestial, en nada se ven afectados por la inconstancia y la inconsecuencia de profesantes infieles; y, finalmente, la verdad triunfará. 

Los filisteos querían guardar en medio de ellos el arca de Dios, pero sus esfuerzos resultaron ser un completo fracaso. No podían hacer que Dagón y Jehová permaneciesen juntos: era una tentativa impía. “¿Qué concordia tiene Cristo con Belial?” Absolutamente ninguna. La medida de Dios nunca puede rebajarse, para adaptarse a los principios que gobiernan a los hombres de este mundo; y querer tener a Cristo de una mano y al mundo de la otra, no puede sino terminar en vergüenza y confusión de rostro. Sin embargo, ¡cuántas personas hay que intentan seguir este camino! ¡Cuántos hay, para quienes la gran cuestión consiste en saber lo que podrán retener del mundo sin sacrificar el nombre y los privilegios de cristianos! Es uno de los males más peligrosos, una trampa de Satanás, y, con toda propiedad, bien puede ser caratulado como el más refinado egoísmo. Es bastante triste por cierto ver a los hombres andar en la iniquidad y corrupción de su propio corazón; pero asociar el mal con el santo nombre de Cristo, es la cima de la perversidad. Continuará...


JUAN CARLOS ALVARADO: NUNCA DIGAS NUNCA

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DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 8


 DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 8

Introducción

Difícilmente podamos concebir algo más humillante y deprimente, en apariencia, que el estado en que se encontraba Israel en ese momento de su historia. El arca había sido arrebatada de en medio del pueblo; ellos demostraron ser indignos e incapaces de ocupar el lugar de testigos de Dios ante las naciones vecinas; y en cuanto a los motivos de triunfo que tenían sus enemigos, bastaba con decir: «el arca está en la casa de Dagón». Desde cierto punto de vista, esto era verdaderamente terrible; pero, desde otro punto de vista, ¡qué gloria maravillosa vemos estallar! Israel había faltado, había perdido todo lo que era sagrado y precioso para él, había dejado que el enemigo arrastrase su honor en el polvo y pisotease su gloria; pero Dios estaba por encima de todo. Allí se encontraba la fuente profunda de consuelo para todo corazón fiel. Verdaderamente Dios estaba allí, y él mismo se mostró en su maravilloso poder y gloria. Si Israel no fue capaz de defender el arca de Dios, Dios actuará por sí solo. Los príncipes de los filisteos habían vencido a Israel, pero los dioses de los filisteos caen postrados delante de esta arca que, en otro tiempo, había hecho retroceder las aguas del Jordán. Tal era el triunfo divino. En las tinieblas y la soledad de la casa de Dagón, allí donde no había ningún ojo para ver, ningún oído para oír, el Dios de Israel obraba para defender estos grandes principios de verdad que su pueblo de Israel no había sabido mantener. Dagón cae, y su caída proclama el honor del Dios de Israel. Las tinieblas del momento sólo proveen a la gloria divina una ocasión de brillar con todo su esplendor. La escena estaba tan vacía de la criatura, que el Creador podía desplegar todo Su carácter. Como reza el refrán: «La extrema necesidad del hombre es la oportunidad de Dios». La falta y la caída del hombre dieron lugar a la fidelidad de Dios. Los filisteos demostraron ser más fuertes que Israel, pero Jehová era más poderoso que Dagón. 

Todo está repleto de instrucción y de aliento para el tiempo presente, cuando, entre el pueblo de Dios, se advierte una tan triste decadencia en relación con la devoción y la separación que deberían caracterizarlo. Continuar...


JUAN CARLOS ALVARADO: EL LEON DE JUDA

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DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 7


 DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 7

Introducción

Durante este tiempo, Dios dejó de actuar públicamente en favor de Israel, y el arca de su presencia fue llevada de ciudad en ciudad entre los filisteos incircuncisos. Este período está lleno de instrucción. El arca de Dios entre extranjeros, e Israel, durante este tiempo, puesto a un lado, son circunstancias que no pueden dejar de interesar al espíritu y de cautivar la atención de toda persona que estudia la Escritura con cuidado e inteligencia. 

“Cuando los filisteos capturaron el arca de Dios, la llevaron desde Eben-ezer a Asdod. Y tomaron los filisteos el arca de Dios, y la metieron en la casa de Dagón, y la pusieron junto a Dagón” (1 Samuel 5:1-2). Vemos allí el triste y humillante resultado de la infidelidad de Israel. Con manos descuidadas y con corazones incrédulos, no supieron guardar el arca de Dios y evitar que fuese tomada y colocada en el templo de Dagón. ¡De qué manera había faltado Israel!: dejaron caer todo de sus manos; abandonaron lo más sagrado, y dejaron que fuese profanado y blasfemado por incircuncisos. Y nótese que éstos consideraron que la casa de Dagón era suficientemente sagrada para el arca de Jehová, la cual pertenecía al lugar santísimo. La sombra de Dagón fue sustituida por las alas de los querubines y los rayos de la gloria divina. Los pensamientos de los príncipes de los filisteos eran el triunfo de Dagón sobre Jehová, pero no eran ésos los pensamientos de Dios. Si los israelitas no supieron defender el arca, porque habían olvidado la gran verdad de que el arca jamás podía separarse de la presencia de Dios en medio de ellos; si, por otra parte, los príncipes de los filisteos habían presumido insultar el símbolo sagrado de la presencia divina, asociándolo de una manera impía con su dios Dagón; si, en una palabra, los israelitas se habían mostrado infieles y los filisteos profanos, el Dios de Israel seguía siendo fiel a sí mismo ―fiel a su propia santidad― y Dagón cae delante del arca de Su presencia. “Y cuando al siguiente día los de Asdod se levantaron de mañana, he aquí Dagón postrado en tierra delante del arca de Jehová; y tomaron a Dagón y lo volvieron a su lugar. Y volviéndose a levantar de mañana el siguiente día, he aquí que Dagón había caído postrado en tierra delante del arca de Jehová; y la cabeza de Dagón y las dos palmas de sus manos estaban cortadas sobre el umbral, habiéndole quedado a Dagón el tronco solamente” (1 Samuel 5:3-4). Continuará...


JUAN CARLOS ALVARADO: HOY MÁS QUE AYER

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DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 6

 


DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 6

Introducción

Como en esto no eran diferentes, era una cosa que comprendían y apreciaban. “Cuando los filisteos oyeron la voz de júbilo, dijeron: ¿Qué voz de gran júbilo es esta en el campamento de los hebreos? Y supieron que el arca de Jehová había sido traída al campamento. Y los filisteos tuvieron miedo, porque decían: Ha venido Dios al campamento” (v. 6-7). Suponían naturalmente que el grito de triunfo estaba basado en una realidad. No veían lo que estaba debajo de la superficie: un sacrificio manchado, un sacrificio despreciado y un templo profanado. Miraban el símbolo exterior, y se imaginaban que el poder lo acompañaba; de ahí su temor. Ignoraban que su temor y el triunfo de Israel eran también infundados. “Esforzaos, oh filisteos” decían “y sed hombres, para que no sirváis a los hebreos, como ellos os han servido a vosotros; sed hombres, y pelead” (v. 9). Tal era el recurso de los filisteos: ¡Sed hombres! Los israelitas no podían decir esto. Si el pecado los privaba de los recursos de Dios, eran más débiles que los demás hombres. Su única esperanza estaba en Dios, y si Dios no estaba con ellos, si se trataba de un combate de hombre a hombre, un israelita no era rival para un filisteo. El resultado del combate demostró plenamente esta verdad: “Pelearon, pues, los filisteos, e Israel fue vencido” (v. 10). ¿De qué otra forma iba a ser? Los israelitas no podían sino ser derrotados, y huir delante de sus enemigos, ya que su “escudo y adarga”, es decir, Dios mismo, no estaba en medio de ellos. Fueron derrotados, la gloria los dejó, el arca fue tomada; se vieron privados de su fuerza; sus gritos de triunfo se convirtieron en gemidos de dolor, su porción fue la vergüenza de la derrota; y el anciano Elí, a quien podemos considerar como el representante del sistema de cosas existente, cayó con este sistema, y fue sepultado bajo sus ruinas. Los capítulos 5 y 6 abarcan el período durante el cual “Icabod” (privado de gloria) fue escrito sobre la nación de Israel. Continuará...


MARCO BARRIENTOS: A LA BATALLA

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DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 5


 DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 5

Introducción

Sin embargo, Israel, en su vana esperanza, se imaginaba que el arca bastaría para todo, y grande fue el regocijo del pueblo —aunque no bien fundado— cuando ella entró en el campamento, acompañada, no por Jehová, sino por los dos sacerdotes profanos, Ofni y Finees: “Aconteció que cuando el arca del pacto de Jehová llegó al campamento, todo Israel gritó con tan gran júbilo que la tierra tembló” (v. 5). Todo esto, a juzgar por lo exterior, podía parecer imponente, pero, ¡lamentablemente, era algo hueco! Las voces de triunfo de los israelitas no tenían fundamento ni tampoco convenían. Debieron haberse conocido mucho mejor a sí mismos antes de desplegar semejante escenario vacío. Sus algazaras armonizaban mal con su miserable estado moral delante de Dios. Pero ocurre siempre así: los que menos se conocen a sí mismos, son los que tienen las más altas pretensiones y los que asumen la posición más elevada. El fariseo miraba con orgullosa indiferencia al publicano; se figuraba muy alto y al publicano muy bajo, en la escala moral; pero ¡cuán diferentes son los pensamientos de Dios! El corazón contrito y humillado es siempre el lugar donde tiene a bien habitar Aquel que es “el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo” (Isaías 57:15). ¡Loado sea su nombre! Sabe levantar y consolar a los corazones abatidos. Esta es su peculiar obra, y en ella él se complace. 

Pero los hombres de este mundo atribuyen siempre importancia a las elevadas pretensiones. Es algo que les gusta, y generalmente asignan un alto lugar en sus pensamientos a los que afirman ser algo, mientras que, por otra parte, procurarán rebajar aún más al que realmente se humilla. Así pues, en la instructiva escena que tenemos ante nosotros en este capítulo, vemos que los filisteos no concedían poca importancia a los gritos de los hombres de Israel. Continuará...


MARCO BARRIENTOS: PRÍNCIPE DE PAZ

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DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 4

 


DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 4

Introducción

¡Que la consideración de esta verdad nos conduzca a una mayor vigilancia en nuestros caminos, y a ser más solícitos en sembrar “para el Espíritu”, a fin de segar también del Espíritu “vida eterna” (Gálatas 6:8)! El capítulo 4 presenta un cuadro humillante de la condición de Israel, en relación con la casa culpable de Elí: “Por aquel tiempo salió Israel a encontrar en batalla a los filisteos, y acampó junto a Eben-ezer, y los filisteos acamparon en Afec. Y los filisteos presentaron la batalla a Israel; y trabándose el combate, Israel fue vencido delante de los filisteos, los cuales hirieron en la batalla en el campo como a cuatro mil hombres” (v. 1-2). Israel realizaba en ese momento la maldición inherente a la infracción de la ley (Deuteronomio 28:25). No podía hacer frente a sus enemigos; su desobediencia lo privaba de toda fuerza. 

Notemos ahora la naturaleza y la base de su confianza, en ese instante de apremiante necesidad: “Cuando volvió el pueblo al campamento, los ancianos de Israel dijeron: ¿Por qué nos ha herido hoy Jehová delante de los filisteos? Traigamos a nosotros de Silo el arca del pacto de Jehová, para que viniendo entre nosotros nos salve de la mano de nuestros enemigos” (v. 3). ¡Qué motivo pobre para confiar! No contiene una palabra acerca de Jehová. No piensan en Él como la fuente de toda fuerza; no es para ellos su “escudo y adarga”. No; confían en el arca e imaginan vanamente que ella puede librarlos. ¿De qué podía servirles, si no iba acompañada de la presencia de “Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel”? Él no estaba allí; había sido contristado por los pecados no confesados ni juzgados del pueblo. Y ningún símbolo, ni ninguna ordenanza, podía reemplazarlo. Continuará...


MARCO BARRIENTOS: POR SIEMPRE SEÑOR

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DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 3


 DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 3

Introducción

En el capítulo 3 se halla la predicción del terrible derrumbe de la casa de Elí: “Y aconteció un día, que estando Elí acostado en su aposento, cuando sus ojos comenzaban a oscurecerse de modo que no podía ver, Samuel estaba durmiendo en el templo de Jehová, donde estaba el arca de Dios; y antes que la lámpara de Dios fuese apagada, Jehová llamó a Samuel” (1 Samuel 3:2). Todas estas palabras tienen un alcance serio. Los ojos oscurecidos de Elí y el llamado de Jehová al niño, representan, en otros términos, la desaparición de la casa de Elí y la entrada en escena del “sacerdote fiel”. Samuel corre hacia Elí, pero, ¡ay!, todo lo que éste puede decirle es: “Vuelve y acuéstate” (v. 5). No tenía ningún mensaje para el joven. Abrumado por la edad y los ojos oscurecidos, podía pasar su tiempo en el sueño y las tinieblas, mientras que la voz de Dios se hacía oír muy cerca de él. ¡Qué advertencia solemne! Elí era sacerdote de Jehová, pero le faltaba vigilancia en su andar, orden en su familia, firmeza para contener a sus hijos; de ahí su triste fin. “Y Jehová dijo a Samuel: He aquí haré yo una cosa en Israel, que a quien la oyere, le retiñirán ambos oídos. Aquel día yo cumpliré contra Elí todas las cosas que he dicho sobre su casa, desde el principio hasta el fin. Y le mostraré que yo juzgaré su casa para siempre, por la iniquidad que él sabe; porque sus hijos han blasfemado a Dios, y él no los ha estorbado” (1 Samuel 3:11-13). 

“Lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gálatas 6:7). ¡Cuánta demostración tiene esta verdad en la historia de todo hijo de Adán, y particularmente en la de cada hijo de Dios! Segaremos según lo que hayamos sembrado. Esta fue la experiencia de Elí, y es lo que experimentaremos tú y yo, querido lector. Hay en esta declaración divina una realidad mucho más práctica, mucho más seria de lo que algunos, sin duda, imaginan. Si nos dejamos arrastrar por una corriente de malos pensamientos, si adoptamos malos hábitos de conversación y usamos palabras ligeras y vanas, si proseguimos una indecorosa línea de conducta, tarde o temprano segaremos los frutos. Continuará...


MARCO BARRIENTOS: SE EXALTADO

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DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 2


 DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 2

Introducción

El magnífico cántico de Ana es la acción de gracias del alma que reconoce los caminos y los hechos de Dios respecto de Israel. “Jehová empobrece, y él enriquece; abate, y enaltece. El levanta del polvo al pobre, y del muladar exalta al menesteroso, para hacerle sentarse con príncipes y heredar un sitio de honor” (1 Samuel 2:6-8). Es lo que tendrá lugar para este pueblo en los días venideros, pero es lo que disfruta hoy toda alma que, por gracia, es arrancada de su condición pecaminosa, de ruina y perdición, y llevada a gozar de la bendición y la paz en Jesús. El nacimiento de Samuel llenó un gran vacío, no sólo en el corazón de Ana, sino también, sin lugar a dudas, en el de todo fiel israelita que tomaba a pecho los intereses de la casa de Jehová y la pureza de sus ofrendas, todo esto sometido al menosprecio por parte de los profanos hijos de Elí. En el deseo de Ana de tener “un hijo varón” no vemos simplemente el corazón de la madre, sino también el de la verdadera israelita. Indudablemente, ella había contemplado la ruina de todo lo que atañía al templo de Jehová, y había gemido por ello. Los ojos oscurecidos de Elí, las acciones culpables de Ofni y Finees, la lámpara que estaba por apagarse, el templo profanado, los sacrificios menospreciados, todo contribuía para decir a Ana que el pueblo experimentaba una necesidad real y apremiante, a la cual podía tan sólo responder el don preciado de un hijo varón de parte de Jehová.  

Por esta causa, ella dijo a su marido: “Yo no subiré hasta que el niño sea destetado, para que lo lleve y sea presentado delante de Jehová, y se quede allá para siempre”. ¡Quedar allá para siempre! Nada más que esto podía satisfacer el corazón anhelante de Ana. No era meramente el hecho de que su oprobio había sido quitado lo que volvía a Samuel tan precioso a los ojos de ella. No, Ana deseaba ver “un sacerdote fiel” (1 Samuel 2:35) delante de Jehová, y, por la fe, su mirada se detenía en aquel que debía quedar allá para siempre. ¡Qué fe admirable! ¡Qué santo principio que eleva el alma por encima de la influencia abrumadora de las cosas visibles y temporales, remontándola a la luz de las cosas invisibles y eternas! Continuará...


MARCO BARRIENTOS: ES EL DÍA DE ALABANZA

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DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 1


 DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 1

Introducción

Es fácil seguir los sucesivos pasos que llevaron a establecer un rey en Israel, pues todos aquellos que estudiaron con cierta atención la historia humillante del corazón humano, tal como se presenta en ellos mismos o en otros, se darán fácilmente cuenta de este hecho. El comienzo del primer libro de Samuel presenta un muy solemne e instructivo cuadro de la condición en que se hallaba el pueblo de Israel. El escritor sagrado nos muestra, en la casa de Elcana, un ejemplo notable de Israel según la carne y de Israel según el Espíritu: Elcana tenía “dos mujeres; el nombre de una era Ana, y el de la otra, Penina. Y Penina tenía hijos, mas Ana no los tenía” (1 Samuel 1:2). Así pues, vemos desarrollarse en el círculo familiar de este hombre efrateo, escenas semejantes a las acontecidas mucho tiempo antes, bajo las tiendas de Abraham, entre Sara y Agar. Ana era la mujer estéril, y sentía profundamente su estado, porque “su rival la irritaba, enojándola y entristeciéndola, porque Jehová no le había concedido tener hijos” (v. 6). 

La mujer estéril, en la Escritura, es siempre el tipo de la condición natural del hombre arruinado y sin fuerza, sin ninguna capacidad de hacer nada para Dios, sin la menor energía para llevar fruto, presentando por doquier la muerte y la esterilidad: ésta es la verdadera condición de todo hijo de Adán. Nada puede hacer para Dios ni para sí mismo, en cuanto a su destino eterno. Es, en toda la extensión de la palabra, “débil” (Romanos 5:6), un “árbol seco” (Isaías 56:3), una “retama en el desierto” (Jeremías 17:6). Pero el Señor hizo sobreabundar su gracia en la flaqueza e impotencia de Ana, y puso en su boca un canto de alabanza. La hizo capaz de exclamar: “Mi poder se exalta en Jehová; mi boca se ensanchó sobre mis enemigos, por cuanto me alegré en tu salvación” (1 Samuel 2:1). Plació al Señor alegrar de manera especial a la mujer estéril, puesto que él sólo puede decir: “Regocíjate, oh estéril, la que no daba a luz; levanta canción y da voces de júbilo, la que nunca estuvo de parto; porque más son los hijos de la desamparada que los de la casada, ha dicho Jehová.” (Isaías 54:1). Ana vio estas palabras hechas realidad en ella y, en breve, Israel, ahora desolado, las verá también hacerse realidad, como lo dice el profeta: “Porque tu marido es tu Hacedor; Jehová de los ejércitos es su nombre; y tu Redentor, el Santo de Israel” (Isaías 54:5). Continuará...


33 DC: POR SU SANGRE

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EL DISCÍPULO EN UN TIEMPO MALO Parte 9

 


EL DISCÍPULO EN UN TIEMPO MALO Parte 9

LOS TIEMPOS DE LA PACIENCIA DE DIOS 

“Entonces Nabucodonosor se acercó a la puerta del horno de fuego ardiendo, y dijo: Sadrac, Mesac y Abed-nego, siervos del Dios Altísimo, salid y venid. Entonces Sadrac, Mesac y Abed-nego salieron de en medio del fuego. Y se juntaron los sátrapas, los gobernadores, los capitanes y los consejeros del rey, para mirar a estos varones, cómo el fuego no había tenido poder alguno sobre sus cuerpos, ni aun el cabello de sus cabezas se había quemado; sus ropas estaban intactas, y ni siquiera olor de fuego tenían” (3:26-27). Aquí tenemos, pues, un glorioso testimonio, testimonio que nunca hubiera sido rendido si, por un acto de poder, el Señor habría impedido que sus siervos fuesen lanzados en el horno. Nabucodonosor acababa de aprender por una sorprendente prueba que “los siervos del Dios Altísimo” no debían temer más su horno como tampoco adorar su estatua. En una palabra, el enemigo fue confundido, Dios glorificado, y sus queridos siervos puestos fuera “del horno de fuego ardiente” sin sufrir ningún daño. ¡Preciosos frutos de un nazareato fiel! Nótese ahora el honor conferido a nuestros nazareos. “Entonces Nabucodonosor dijo: Bendito sea el Dios… de Sadrac, Mesac y Abed-nego” (3:28). Sus nombres son estrechamente vinculados con el Dios de Israel. ¡Qué honor! Se habían identificado con el verdadero Dios cuando se trataba nada menos que de su vida, y por eso el verdadero Dios se identificó con ellos para conducirlos a un terreno rico y bendito. Estableció sus pies sobre una roca y ensalzó sus cabezas sobre todos sus enemigos en derredor de ellos (Salmo 27:6). ¡Qué realidad en este pasaje: “Yo honraré a los que me honran”! Pero es igualmente cierto que: “Los que me desprecian serán tenidos en poco” (1 Samuel 2:30). 

Querido lector, ¿ha hallado en la obra perfecta del Señor Jesucristo una paz segura y divina para su conciencia culpable? ¿Creyó a Dios simplemente en su palabra? ¿Ha dado por cierto con su sello “que Dios es veraz”? Si es así, entonces usted es un hijo de Dios. Sus pecados han sido todos perdonados y ha sido aceptado en Cristo como justo; el cielo, con todas sus glorias inefables, está ante usted, y usted está tan seguro de estar en la gloria como Cristo mismo, por el simple hecho de estar unido a él. Así pues, Dios tiene ya todo dispuesto para usted, así para el tiempo como para la eternidad, según el más profundo deseo de su corazón: Sus necesidades han sido satisfechas, su culpa borrada, su paz establecida y su título asegurado. No tiene nada que hacer usted: todo está divinamente terminado. ¿Qué es lo que resta? Simplemente esto: ¡Vivir para Cristo! Somos dejados aquí por “un poco”, para ocuparnos de él, y para aguardar su venida. ¡Oh, procuremos ser fieles a nuestro bendito Señor! No nos desanimemos por el estado de ruina de todo lo que nos rodea. Que el ejemplo de Daniel y de sus honorables compañeros animen nuestro corazón para procurar una marcha más elevada aquí abajo. Es nuestro privilegio gozar del compañerismo con el bendito Señor Jesús, tanto como si estuviésemos en los gloriosos días del testimonio apostólico. ¡Quiera el Espíritu Santo hacer que tanto el escritor como el lector de estas líneas se empapen del espíritu de Cristo, anden en sus pisadas, manifiesten Sus gracias y aguarden Su venida! 


33 DC: PLAN DE VUELO

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EL DISCÍPULO EN UN TIEMPO MALO Parte 8

 


EL DISCÍPULO EN UN TIEMPO MALO Parte 8

LOS TIEMPOS DE LA PACIENCIA DE DIOS 

Pues bien, querido lector, ¿no vale la pena pasar a través de un horno de fuego si es para gozar aún más de la presencia de Cristo, y de la simpatía de su amante corazón? ¿No es preferible estar lleno de cadenas junto a Cristo, que poseer, sin él, un sinnúmero de preciosas joyas? Un horno con él ¿no es un lugar más deseable que un palacio donde él no vive? La naturaleza responderá «¡No!», pero la fe dirá «¡Sí!». Conviene recordar que el tiempo en que estamos no es el tiempo del poder de Cristo, sino el de su simpatía. Al atravesar las aguas profundas de la aflicción, el corazón puede a veces sentirse dispuesto a exclamar: «¿Por qué el Señor no actúa con poder para librarme?» La respuesta es que no es aún “el día de su poder”. Podría prevenir esta enfermedad, hacer desaparecer tal o cual dificultad, aligerar las cargas, impedir esta catástrofe o preservar de la muerte a este ser querido. Pero, en vez de desplegar su poder, deja que las cosas sigan su curso, y derrama su dulce simpatía en el corazón oprimido y quebrantado, de tal manera que no dudamos en reconocer que no quisiéramos que se nos dejase sin esta prueba por nada del mundo, debido a la abundancia de la consolación. 

Ésta, querido lector, es la manera en que nuestro Jesús actúa ahora. Dentro de poco desplegará su poder, aparecerá como el Jinete del caballo blanco, desenvainará su espada, desnudará el brazo de su santidad, vengará a su pueblo y le hará justicia para siempre; pero, por el momento, su espada está en la vaina y su brazo está aún cubierto. Ahora es el tiempo, para él, de dar a conocer el profundo amor de su corazón y no el poder de su brazo ni el filo de su espada. ¿Está usted satisfecho de que sea así? ¿Es suficiente la simpatía de Cristo para su corazón, incluso en medio de las más profundas angustias y de la aflicción más viva? Nuestro corazón inquieto, la impaciencia de nuestro espíritu y nuestra voluntad no quebrantada, nos inducirían siempre a desear escapar de las pruebas, las dificultades o las cargas que nos agobian; pero no puede ser así, ya que implicaría una pérdida incalculable para nosotros. Debemos pasar por cada una de las clases de la escuela; pero el Amo nos acompaña y la luz de Su rostro, la tierna simpatía de Su corazón nos sostienen cuando pasamos por los ejercicios más penosos. ¡Y vemos también qué gloria redunda en el nombre del Señor cuando, por su gracia, su pueblo es hecho capaz de cruzar victoriosamente una prueba! Lea Daniel 3:26-28, y diga dónde se podrían encontrar frutos más abundantes y más bellos de una marcha fiel. El rey y los nobles de su reino, que, un momento antes, estaban tan absortos en las ceremonias de un falso culto y embelesados con una bulliciosa música, están ahora todos ocupados con el sorprendente hecho de que el fuego, que había matado a hombres fuertes y valientes, no había tenido sobre los adoradores del verdadero Dios otro efecto que el de consumir sus cadenas, permitiéndoles así marchar, en libertad, en compañía del Hijo de Dios. Continuará...


33 DC: MATICES

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EL DISCÍPULO EN UN TIEMPO MALO Parte 7

 


EL DISCÍPULO EN UN TIEMPO MALO Parte 7

LA FE PROBADA AL EXTREMO: LA FE QUE VE AL INVISIBLE 

Pero, como lo dijimos, si bien nuestros nazareos rehusaron inclinarse ante la estatua del rey, tuvieron que soportar la ira del rey y el horno de fuego que éste había hecho encender. Por la gracia de Dios, estaban preparados para todo eso: su nazareato era algo real; estaban dispuestos a sufrir la pérdida de todas las cosas, incluso la misma vida, para defender el verdadero culto del Dios de Israel. Servían y adoraban a su Dios, no sólo bajo la apacible sombra de las vides y las higueras en la tierra de Canaán, sino también en presencia del “horno de fuego ardiente”. Confesaban a Jehová no sólo en medio de una congregación de verdaderos adoradores, sino también en presencia de un mundo enemigo. Ellos verdaderamente habían vencido como discípulos en un tiempo malo. Amaban al Señor, y, por amor a él, rechazaron los bienes del rey, resistieron su ira y soportaron el horno de fuego que dispuso para ellos. “Rey Nabucodonosor…, no es necesario que te respondamos sobre este asunto. He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado” (3:16-18). Tal era el lenguaje de hombres que sabían a quién pertenecían, y dónde se encontraban; de hombres que habían calculado el costo con calma y decisión; de hombres para los cuales el Señor era todo y el mundo nada. Todo lo que el mundo podía ofrecer, y su vida misma, estaba en juego; pero ¿qué les importaba? Lo soportaron todo “como viendo al Invisible” (Hebreos 11:27). La gloria eterna se presentaba ante ellos, y estaban perfectamente preparados para alcanzarla pasando a través de las llamas. Dios podía conducir a sus siervos al cielo en un carro de fuego, o a través de un horno ardiente, como bien le pareciere. Cualquiera que sea el modo de ir, es bueno estar allí. Pero, ¿acaso el Señor no habría podido impedir que sus amados siervos fuesen arrojados al horno ardiente? Sin ninguna duda; eso habría sido fácil para Él. Sin embargo, no lo hizo. Era su voluntad que la fe de sus siervos fuese puesta a prueba en el horno de fuego, que pasara por el crisol más ardiente, a fin de que “sea hallada en alabanza, gloria y honra” (1 Pedro 1:7). Si el refinador hace pasar el lingote de oro por el horno, ¿será porque no tiene ningún valor para él? ¡No, precisamente lo contrario!; y como alguien bien lo ha señalado: «Su objetivo no es solamente eliminar las impurezas del metal, sino también hacer que resplandezca con más brillo». 

Es evidente que si, por un acto de poder, el Señor hubiese impedido que se lanzara a sus siervos al horno de fuego, habría resultado en menos gloria para él, y, por consecuencia, en menos bendición para ellos. Fue infinitamente mejor que gozaran de Su presencia y simpatía en el horno, que si Su poder los hubiese guardado de ser arrojados en él. ¡Qué gloria resultó para él, y qué inmenso privilegio para ellos! El Señor había descendido para andar con sus nazareos en el horno adonde fueron arrojados por su fidelidad. Habían andado con Dios en el palacio del rey, y Dios anduvo con ellos en el horno del rey. Fue el momento más bendecido de la carrera entera de Sadrac, Mesac y Abed-nego. ¡Qué poco imaginaba el rey la elevada posición en la que estaba poniendo a los objetos de su ira y furia! Todos los ojos se habían vuelto de la gran estatua de oro para contemplar con asombro a los tres cautivos. ¿Qué quería decir eso? “¡Tres varones atados!” “¡Cuatro varones sueltos!” ¿Podía ser esto real? ¿Era real el horno? ¡Lamentablemente, los “hombres más poderosos” del ejército del rey, habían probado que era real!, como lo habría hecho la estatua de Nabucodonosor si hubiese sido lanzada en él. No había ningún elemento del que hubiese podido agarrarse un escéptico o un incrédulo. Era un verdadero horno, una verdadera llama, y estos tres “varones fueron atados con sus mantos, sus calzas, sus turbantes y sus vestidos”. Todo era realidad. Pero había una realidad aún mayor: Dios estaba allí, y Su presencia cambiaba todas las cosas; ella cambió “el edicto del rey”, transformó el horno en un lugar de elevada y santa comunión, e hizo de los hombres atados por Nabucodonosor, hombres sueltos por Dios. ¡Dios estaba allí!; allí, en su poder soberano, para hacer ver toda la vanidad de la oposición del hombre; allí, en toda su profunda y tierna compasión para con sus siervos probados y fieles; allí, en Su gracia incomparable para poner en libertad a los cautivos y para atraer los corazones de sus nazareos a esa íntima comunión con él de la que tan ardiente sed tenían. continuará... 


33 DC: AVÍVANOS

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EL DISCÍPULO EN UN TIEMPO MALO Parte 6

 


EL DISCÍPULO EN UN TIEMPO MALO Parte 6

PONERSE DEL LADO DE DIOS Y NO DEJARSE IMPRESIONAR POR EL HOMBRE 

Pero la misma fe que volvió a estos santos hombres de la antigüedad capaces de rechazar la comida del rey, les hizo también despreciar la estatua del rey. Se habían separado de toda contaminación con el fin de gozar de una comunión más íntima con el verdadero Dios; y, por lo tanto, no podían postrarse ante una estatua de oro, por más alta que fuere. Sabían que Dios no es una estatua; sabían que es una realidad; no podían presentar su adoración sino sólo a Dios, pues él solamente es el verdadero objeto de la adoración. Poco les importaban que todo el mundo estuviese contra ellos: sólo tenían que vivir para Dios. Podía acusárselos de creerse más sabios que sus vecinos; quizá cuando fueron contra la corriente de la opinión pública su conducta fue tildada de presunción; quizá alguien incluso les pudo haber preguntado si se creían los dueños de la verdad. ¿Acaso todos “los sátrapas, magistrados, capitanes, oidores, tesoreros, consejeros, jueces, y todos los gobernadores de las provincias” estaban en las tinieblas y en la ignorancia? ¿Era acaso posible que tantos hombres de alto rango, inteligencia y saber estuviesen en el error, y que sólo unos pocos extranjeros cautivos estuvieran en lo correcto? 

Nuestros nazareos no tenían que preocuparse en absoluto de semejantes cuestiones. Su camino estaba claramente trazado ante ellos. ¿Debían inclinarse ante una estatua y adorarla, para no dar la impresión de que se está condenando a la multitud? Ciertamente no. ¡Y, sin embargo, cuán a menudo aquellos que desean “tener siempre una conciencia sin ofensa ante Dios”, son acusados de erigirse en jueces y condenar a los demás! Sin duda Lutero fue condenado por muchos por haberse opuesto a los doctores, a los cardenales y al papa. Para evitar tal condena, ¿habría debido vivir y morir en el error? ¡Quién podría pensarlo! «Ah, pero» —quizá diga alguno— «Lutero se encontraba frente a un error palpable». Es lo que pensaba Lutero; pero miles de hombres instruidos y eminentes pensaban de una manera muy diferente. “Sadrac, Mesac y Abed-nego” también tuvieron que enfrentarse con una idolatría manifiesta; pero el mundo entero era de una opinión contraria. ¿Qué se debía hacer entonces? “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29). Que los demás actúen como les parezca, “pero yo y mi casa serviremos a Jehová” (Josué 24:15). Si hubiese que permanecer en el error y persistir en hacer lo que uno al menos siente que está mal, para evitar la impresión de estar juzgando a los demás, ¿dónde estaríamos? 

¡Oh, mi querido lector! Procure mantener con perseverancia la marcha firme, adelante, y dirigida hacia el cielo, de un verdadero discípulo. No tiene que considerar si, al actuar así, condena al mundo. “Dejad de hacer lo malo” (Isaías 1:16). Es lo primero que el verdadero discípulo debe hacer. Luego, cuando haya obedecido este precepto, podrá esperar aprender “a hacer el bien”. “Si, pues, tu ojo fuere sencillo, todo tu cuerpo estará lleno de luz” (Isaías 1:17; Mateo 6:22, VM). Cuando Dios habla, no tengo que volverme hacia mis vecinos para saber qué efecto producirá sobre ellos mi obediencia a Su voz, o para considerar lo que pensarán de mí. Cuando la voz de Jesús resucitado y glorificado cayó sobre el oído de Saulo de Tarso, no empezó a averiguar qué podrían pensar de él los principales sacerdotes y los fariseos, si obedecía. Seguramente que no. “No consulté en seguida con carne y sangre” (Gálatas 1:16). “Por lo cual, oh rey Agripa, no fui rebelde a la visión celestial” (Actos 26:19). Tal es el espíritu y el verdadero principio según los cuales debe marchar un discípulo. “Dad gloria a Jehová Dios vuestro, antes que haga venir tinieblas, y antes que vuestros pies tropiecen en montes de oscuridad” (Jeremías 13:16). Nada puede ser más peligroso que vacilar cuando la luz divina resplandece sobre el camino. Si usted no actúa según la luz, cuando la posee, seguramente se verá envuelto en densas tinieblas. Y como otro lo dijo en otra parte: «No vayas nunca más allá de tu fe, ni te quedes detrás de tu conciencia». Continuará...


33 DC: REY DE LAS NACIONES

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EL DISCÍPULO EN UN TIEMPO MALO Parte 5


 EL DISCÍPULO EN UN TIEMPO MALO Parte 5

LA ACTITUD DEL HOMBRE DE FE SUPERIOR A LAS CIRCUNSTANCIAS 

¡Cuánta verdad y simplicidad hay en todo esto! “Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él” (1 Juan 1:5). Por lo tanto, si deseamos luz, no podemos hallarla sino en Su presencia; y sólo podremos conocer realmente el poder de Su presencia cuando llevemos a la práctica nuestra separación de todas las impurezas de la tierra. Observemos otro resultado de la santa separación de Daniel. “Entonces el rey Nabucodonosor se postró sobre su rostro y se humilló ante Daniel, y mandó que le ofreciesen presentes e incienso” (2:46). Aquí vemos al más orgulloso y poderoso monarca de la tierra a los pies de un cautivo. ¡Magnífico fruto de la fidelidad! ¡Preciosa demostración de esta verdad: que Dios honrará siempre la fe que puede, en alguna medida, elevarse a la altura de Sus pensamientos! Jamás deshonrará a aquellos que con plena confianza echen mano de sus inagotables tesoros. En esta memorable ocasión, Daniel experimentó por sí mismo, tan plenamente como nunca antes nadie lo había hecho, esta antigua promesa de Dios: “Y verán todos los pueblos de la tierra que el nombre de Jehová es invocado sobre ti, y te temerán… Te pondrá Jehová por cabeza, y no por cola; y estarás encima solamente, y no estarás debajo” (Deuteronomio 28:10-13). Seguramente, en la escena representada más arriba, Daniel se hallaba a “la cabeza” y Nabucodonosor a “la cola”, al menos si lo consideramos desde el punto de vista divino. Veamos todavía el mantenimiento de este nazareato en presencia del impío Belsasar (Daniel 5:17-29). ¿No tenemos aquí un testimonio tanto más magnífico de la preeminencia a la cual estaba destinada la simiente de Abraham, que cuando los capitanes de Josué ponían los pies sobre el cuello de los reyes de Canaán, o que cuando “toda la tierra procuraba ver la cara de Salomón, para oír la sabiduría que Dios había puesto en su corazón” (Josué 10:24; 1 Reyes 10:24)? Sin ninguna duda; y, hasta cierto punto, el testimonio es más magnífico aún. Es natural esperar una escena similar en la historia de Josué o en la de Salomón; pero, hallar a un orgulloso rey de Babilonia a los pies de uno de sus cautivos, es algo que excede con mucho todo lo que el hombre puede concebir. 

Sin embargo, esto se nos presenta aquí como una prueba sorprendente del poder que tiene la fe para triunfar sobre todo tipo de dificultades, y para producir los más maravillosos resultados. El poder de la fe sigue siendo el mismo, ya sea que actúe en las llanuras de Palestina, sobre el monte Carmelo, junto a los ríos de Babilonia o entre las ruinas de la Iglesia profesante. No hay cadenas que la puedan retener, ni persecución que la pueda enfriar, ni ningún cambio que la pueda alcanzar. Siempre se eleva al objeto que le es propio, y este objeto es Dios mismo, y su eterna revelación. Las dispensaciones cambian, los siglos siguen su curso, las ruedas del tiempo siguen girando y aplastando bajo su enorme peso las más caras esperanzas del pobre corazón humano; pero la fe permanece inconmovible: esta realidad inmortal, divina y eterna que bebe de la fuente de la pura verdad, y que encuentra todos sus recursos en Cristo, quien es “el camino, y la verdad, y la vida”. Por esta fe preciosa actuó Daniel cuando “propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey” (1:8). Es cierto que ya no le era posible volver a la santa casa donde sus padres habían adorado. La ciudad santa había sido hollada por el rudo pie de un enemigo extranjero; el fuego había dejado de arder sobre el altar del Dios de Israel; el candelero de oro, con sus siete lámparas, no alumbraban más el lugar santo; pero la fe se encontraba en el corazón de Daniel, y esa fe lo transportó más allá de la influencia que pudieran ejercer las circunstancias que lo rodeaban, y le permitió apropiarse de “todas las promesas de Dios”, que son «Sí y amén en Jesucristo» (2 Corintios 1:20), y actuar según su eficacia. La fe no se ve afectada por templos en ruinas, por ciudades destruidas, por lumbreras apagadas ni por glorias extintas. Y ¿por qué? Porque Dios mismo no se ve afectado por ninguna de esas cosas. Dios siempre puede ser hallado, y la fe posee siempre la certeza de poder hallarlo. Continuará...


PEREGRINOS Y EXTRANJEROS: COMUNIÓN ÍNTIMA

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EL DISCÍPULO EN UN TIEMPO MALO Parte 4

 


EL DISCÍPULO EN UN TIEMPO MALO Parte 4

LA ACTITUD DEL HOMBRE DE FE SUPERIOR A LAS CIRCUNSTANCIAS 

Es así como, en el tiempo de los Jueces, la fe obtuvo más gloriosos triunfos que todos los que se conocieron en los días de Josué. Por ello el altar de Elías sobre el monte Carmelo estuvo rodeado de una gloria tan brillante como la que coronaba el altar de Salomón. Esto es verdaderamente alentador. ¡El pobre corazón es tan propenso a debilitarse y a dejarse abatir al contemplar las caídas y la infidelidad del hombre, en vez de detenerse a considerar la fidelidad de Dios que nunca falla! “Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo” (2 Timoteo 2:19). ¿Qué poder podría menoscabar jamás esta verdad inmutable? Ninguno seguramente. Y nada, por lo tanto, puede menoscabar la fe que echa mano de ella, ni el edificio de devoción práctica que se erige sobre el fundamento de esta fe. Consideremos ahora los gloriosos efectos de la devoción y la separación de Daniel. En los tres primeros capítulos observamos tres cosas distintas que resultan de la posición asumida por Daniel y sus compañeros en lo que respecta a “la comida del rey”: 1. El secreto referente al sueño del rey les fue revelado. 2. Resistieron a las seducciones de “la estatua que había levantado el rey”. 3. Cruzaron sin sufrir el menor daño, el horno de fuego ardiente encendido por orden del rey. 

“El secreto de Jehová es para los que le temen” (Salmo 25:14, RV 1909). Este pasaje es admirablemente confirmado en el caso que tenemos ante nosotros. Los “magos, astrólogos, encantadores y caldeos” (2:2), que respiraban la atmósfera de la presencia real, estaban todos en una completa ignorancia en cuanto al sueño del rey. “Los caldeos respondieron delante del rey, y dijeron: No hay hombre sobre la tierra que pueda declarar el asunto del rey” (2:10). Era indudablemente así; pero había un Dios en el cielo que conocía todo eso, y que, además, podía revelar el asunto a los que tenían suficiente fe, devoción y renunciamiento de sí mismos para separarse de las contaminaciones de Babilonia, aun cuando estuviesen cautivos en esta ciudad. Lo que para el hombre es sólo un enigma, un laberinto o una cosa misteriosa, es perfectamente conocido para Dios; y Él puede, y hasta quiere, revelarlo a todos aquellos que andan con él en la santidad de su presencia. Los nazareos de Dios pueden ver más lejos en las circunstancias humanas que los más profundos filósofos de este mundo. Y ¿por qué medio? ¿Cómo pueden descubrir tan fácilmente los misterios de este mundo? Porque se emplazan sobre los vapores o tinieblas que lo envuelven; no participan de sus contaminaciones; ocupan un lugar de separación, dependencia y comunión. “Luego se fue Daniel a su casa e hizo saber lo que había a Ananías, Misael y Azarías, sus compañeros, para que pidiesen misericordias del Dios del cielo sobre este misterio” (2:17-18). Vemos ahora la fuente de donde ellos obtenían fuerza e inteligencia. Sólo tenían que volver la mirada al cielo para obtener un claro entendimiento de todos los destinos de este mundo. Continuará...