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LECTURA DE LA PALABRA DE DIOS

TÚ Y TU CASA CAPÍTULO 26

El cristiano en el hogar C. H. Mackintosh LA CASA DEL CREYENTE EN EL NUEVO TESTAMENTO Todo lo que tengo que hacer es seguir las directivas de la Escritura, y la bendición seguirá seguramente tarde o temprano, pues Dios no puede negarse a sí mismo. Pero si, por la incredulidad de mi corazón, me persuado de que me es imposible alcanzar la bendición, de seguro que jamás la tendré. Todo privilegio o toda bendición que Dios pone delante de nosotros, exige una energía de fe para su consecución. Es como Canaán para los hijos de Israel: el país estaba delante de ellos, pero ellos debían entrar y tomar posesión de él, pues Dios había dicho: “Todo lugar que pisare la planta de vuestro pie” (Josué 1:3). Así ocurre siempre: la fe toma posesión de lo que Dios da. Nuestro único objetivo, en todo lo que hagamos, debiera ser glorificar a Aquel que ha hecho de nosotros todo lo que somos y lo que seremos por la eternidad; y ¿qué puede ser más contrario a este objetivo, y más deshonroso para Dios, que ver que la casa de un siervo de Dios es justamente lo contrario a lo que Él desea que sea? ¿Cómo los ojos de Dios debieran considerar tal o cual cosa, si nuestros ojos humanos se escandalizan de ello? Sin embargo, si uno fuese a juzgar según lo que ve en tal o cual casa, parecería como si los cristianos pensaran que no existe la menor relación entre la conducta de su casa y su testimonio. Es muy humillante encontrarse con aquellos que, en su aspecto personal, parecen excelentes cristianos, pero que fallan por completo en el gobierno de sus casas. Ellos hablan de la separación respecto del mundo, pero sus casas presentan la más penosa mundanalidad. Dicen que el mundo es crucificado para ellos y que ellos son crucificados respecto del mundo, y, sin embargo, el sello del mundo puede advertirse en su misma casa por doquier. Cada objeto de ella parece destinado a servir a “los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida” (1.ª Juan 2:16). Continuará...

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LECTURA DE LA PALABRA DE DIOS

TÚ Y TU CASA CAPÍTULO 25

El cristiano en el hogar C. H. Mackintosh LA CASA DEL CREYENTE EN EL NUEVO TESTAMENTO Al descuidar la esfera en la que Dios lo ha establecido, él evidencia conocer poco a Aquel a quien es llamado a representar y, por consecuencia, se asemeja poco a Él. Esto es muy simple. Si yo deseo saber qué cuidado debo tener de aquellos que están bajo mi responsabilidad y cómo debo gobernar mi casa, sólo tengo que estudiar cuidadosamente la manera en que Dios cuida de los suyos y en la cual gobierna su casa. Ésta es la verdadera manera de aprender. No se trata aquí de saber si las personas que constituyen la casa son o no convertidas. Lo que deseo urgir en la conciencia de todos los cristianos jefes de familia, es que todo lo que ellos hacen, de un extremo a otro de su marcha, debería llevar muy visiblemente el sello de la presencia de Dios y de su autoridad; que haya un claro reconocimiento de Dios de parte de cada integrante de la casa. La influencia del padre de familia debiera ser tal que, cuando él está allí, cada uno fuese llevado a decir o pensar: Dios está allí; y ello debiera tener lugar, no para que el jefe de la casa sea loado a causa de su influencia moral y de su juiciosa administración, sino simplemente para que Dios sea glorificado. Éste no es un objetivo demasiado inalcanzable, y nunca deberíamos estar satisfechos con nada inferior a él. La casa de todo cristiano debiera ser una representación en miniatura de la casa de Dios, no tanto en cuanto a la condición real de cada integrante en particular, sino en cuanto al orden moral y a la piadosa disposición del conjunto. Algunos podrían sacudir la cabeza y decir: «Todo esto es muy bello, pero ¿dónde lo hallamos?». Me limito a preguntar: ¿La Palabra de Dios enseña y prescribe al cristiano a gobernar su casa de esta manera? Si es así, ¡pobre de mí si rehusara obedecer o faltara en fidelidad a la obediencia! Continuará...

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TÚ Y TU CASA CAPÍTULO 24

El cristiano en el hogar C. H. Mackintosh LA CASA DEL CREYENTE EN EL NUEVO TESTAMENTO Ahora bien, estoy convencido de que si este juicio tuviera lugar y todo fuese puesto en la luz, se vería que una de las mayores causas de tanto mal, de tanta debilidad y de tan grande caída, consiste en la negligencia de lo que implica la expresión: “Tú y tu casa.” Para algunos observadores, los hijos constituyen la piedra de toque de lo que son los padres; y la casa revela el estado moral de su jefe. Yo jamás podría formarme una idea exacta de lo que es un hombre, según lo que veo u oigo de él en una asamblea. Allí él puede parecer muy espiritual, y enseñar cosas muy bellas y verdaderas; pero, para juzgar sanamente acerca de su persona, permitidme entrar en su casa, y allí podría conocer de él. Él podría hablar como un ángel del cielo, pero si su casa no es gobernada según Dios, no puede ser un fiel testimonio de Cristo. EL SIGNIFICADO DE LA EXPRESIÓN “CASA” Ahora bien, bajo la expresión “casa”, dos cosas — eventualmente tres— se hallan comprendidas: la casa misma, los hijos y, dado el caso, los criados o domésticos. Estas tres cosas, ya sea que las tomemos juntas o por separado, deberían llevar el sello de lo que pertenece a Dios. La casa de un hombre de Dios debiera ser gobernada por Dios, para su gloria y en su nombre. El jefe de una casa cristiana es el representante de Dios. Ya como padre o como amo, él es, para todos aquellos que están bajo su techo, el depositario de la autoridad de Dios, y tiene el deber de actuar según la inteligencia y el desarrollo práctico de este hecho. Sobre este principio debe dirigir su casa y proveer para la misma. Por eso está escrito: “Si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo” (1.ª Timoteo 5:8). Continuará...

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TÚ Y TU CASA CAPÍTULO 23

El cristiano en el hogar C. H. Mackintosh LA CASA DEL CREYENTE EN EL NUEVO TESTAMENTO ¡Cuántos cristianos hay, además, que van para rendir culto y que no tienen la conciencia purificada, ni el corazón juzgado ni la carne mortificada! Ocupan su lugar en los bancos, pero son fríos y estériles, sin oraciones y sin fe, sin un objeto real. Asisten mecánicamente, porque tienen el hábito de asistir, pero no los motiva un sincero deseo de encontrar al Señor. Para ellos, el congregarse no es más que una pura formalidad religiosa, y para los demás no son otra cosa que un obstáculo para la bendición. Así pues, numerosas y diversas causas concurren para corromper las fuentes de la vida y del vigor en las asambleas, y ésa es la razón de por qué el testimonio es, en general, tan pobre y tan débil en medio de nosotros. Sólo un profundo trabajo de conciencia sería capaz de sondear hasta el fondo esas causas funestas. ¡Ah!,... “¿Soy yo, Señor?” Es abolutamente inútil esperar una bendición duradera o una verdadera restauración, en tanto no seamos seriamente llevados a una verdadera humillación, a un sincero juicio de nosotros mismos. Si somos llamados a dar testimonio de Cristo, es menester que este llamado nos encuentre a los pies de Jesús, habiendo aprendido, allí, lo que somos, y cuánto hemos faltado. Nadie tiene el derecho de arrojar la piedra contra el otro. Todos nosotros hemos pecado; todos hemos sido infieles al testimonio del Hijo de Dios; todos hemos contribuido, en alguna medida, al humillante estado de cosas que nos rodea. No se trata aquí de una simple cuestión de iglesia, de una simple diferencia de juicio en cuanto a ciertos puntos de la verdad, por importantes que sean en sí mismos. No, hermanos, el mundo, la carne y el diablo están en el fondo de nuestro triste estado actual, y todos los argumentos que el amor de Cristo podría sugerirnos, se reúnen para invitarnos a que nos juzguemos a fondo a nosotros mismos en la presencia de Dios. Continuará...

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TÚ Y TU CASA CAPÍTULO 22

El cristiano en el hogar C. H. Mackintosh LA CASA DEL CREYENTE EN EL NUEVO TESTAMENTO ¡Cuántos cristianos asisten a las reuniones sin tener a Cristo como su primer y directo objeto! Unos van para oír los mensajes, a fin de ser edificados. Los reúne la edificación, no Cristo. Puede que haya piadosas emociones, santas aspiraciones, mucho de sentimientos religiosos, un vivo interés intelectual en ocuparse de la letra de las Escrituras o de ciertos puntos de la verdad; mas todo esto puede existir sin la menor realización de la santa y santificante presencia de Cristo, según la promesa hecha en Mateo 18:20. Otros vienen a la asamblea con el corazón preocupado de lo que quieren decir o hacer. Tienen un capítulo para leer, un himno para indicar, algunas observaciones que hacer, o tienen la intención de orar y esperan el momento favorable para adelantarse. ¡Ay, es perfectamente evidente que no es Cristo el objeto principal de estos cristianos, sino únicamente el yo, sus pobres actos y sus miserables palabras! Estas personas contribuyen a despojar a la asamblea de su carácter de santidad, poder y verdadera elevación, pues, a causa de ellas, no es Cristo el que preside, es la carne la que figura, y eso, además, en las más solemnes circunstancias. La carne puede desempeñar su rol en un teatro o en una tribuna política, pero, en una asamblea de santos, ella debiera ser como si no existiera. No estoy en absoluto autorizado para presentarme delante del Señor, en una reunión de hijos de Dios, con la premeditación de leer tal o cual capítulo, de indicar tal o cual himno, o con un discurso preparado. Debo venir en medio de mis hermanos para colocarme en la presencia de Dios y someterme a su soberana dirección. En una palabra, si fijara la mira en el nombre de Jesús, él solo sería mi objeto y olvidaría cualquier otra cosa. Eso no quiere decir que al tener a Jesús por objeto, no pueda ni comunicar ni recibir edificación. ¡Oh, muy al contrario!; pues en tanto el Señor esté puesto delante de mí, seré verdaderamente capaz de edificar y de ser edificado. Lo menor está siempre incluido en lo mayor. Si tengo a Cristo, no puedo dejar de tener la edificación, pero si busco ésta en lugar de Cristo, si hago de ella mi objeto, pierdo las dos cosas. Continuará...

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TÚ Y TU CASA CAPÍTULO 21

El cristiano en el hogar C. H. Mackintosh LA CASA DEL CREYENTE EN EL NUEVO TESTAMENTO En todas estas cosas, como en muchas otras, ha tenido lugar una de las más profundas y evidentes caídas, una caída que ha contristado al Espíritu Santo de Dios por el cual profesamos estar sellados, y que ha deshonrado el santo Nombre que es invocado sobre nosotros. El pensamiento de esta caída debería hacernos tomar el saco y las cenizas, cubrirnos de vergüenza y de confusión de rostro, conducirnos a la humillación y a la confesión, no un momento, un día o una semana, sino hasta que Dios mismo nos levante. A veces hemos tenido algunas reuniones de oración y de humillación, pero, ¡ay, hermanos, no bien estamos fuera, probamos, por la detestable ligereza de nuestro espíritu y de nuestra manera de ser, cuán poco hemos realmente juzgado nuestro estado delante de Dios! De esta manera, ¿cómo podría alcanzarse la tan profunda y extendida raíz del mal de nuestros corazones? Nuestra conciencia tiene necesidad de ser profundamente trabajada, a fin de que la semilla de la verdad divina no haya sido sembrada en vano. El instrumento de que Dios se sirve para trabajar y sembrar a la vez, es la verdad. Por consiguiente, Él nos coloca bajo la acción de esta verdad, produciendo, bajo su influencia, un corazón honesto y bondadoso, una conciencia delicada y un espíritu recto. Ahora bien, si la verdad actuara sobre nosotros de esta manera, ¿qué nos revelará? ¿Cuál es nuestro estado? ¿Qué es lo que somos en medio de esta esfera, en la cual el Amo nos ha mandado “negociar entretanto que viene”? ¿A qué se debe que nuestras reuniones de culto, de edificación y de oración sean tan a menudo sin poder y sin eficacia? La promesa de Cristo es, por ende, siempre verdadera: “Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18:20). Ahora bien, allí donde su presencia es realizada, tiene que haber poder y bendición; pero él no nos hace sentir su presencia a menos que nuestros corazones, verdaderos y rectos delante de él, le busquen como el objeto especial de nuestra reunión. Si tenemos en vista otro objeto aparte de Él, no podemos decir más que estamos reunidos en su Nombre, y, en consecuencia, su presencia no será realizada. Continuará...

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TÚ Y TU CASA CAPÍTULO 20

El cristiano en el hogar C. H. Mackintosh LA CASA DEL CREYENTE EN EL NUEVO TESTAMENTO Asimismo en la casa de Cornelio: “Envía hombres a Jope, y haz venir a Simón, el que tiene por sobrenombre Pedro; él te hablará palabras por las cuales serás salvo tú y toda tu casa” (Hechos 11:13-14). Así fue dicho también al carcelero de Filipos: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa” (Hechos 16:31). Después vemos el resultado práctico: “Y llevándolos a su casa, les puso la mesa; y se regocijó con toda su casa de haber creído a Dios” (v. 34). En el mismo capítulo, Lidia, tras haber sido bautizada, así como su casa, dijo: “Si habéis juzgado que yo sea fiel al Señor, entrad en mi casa, y posad” (v. 15). “Tenga el Señor misericordia de la casa de Onesíforo”; y ¿por qué? ¿Acaso debido a las buenas acciones de esta casa hacia el apóstol? No —dijo Pablo—, sino porque él, Onesíforo, “me confortó, y no se avergonzó de mis cadenas” (2.ª Timoteo 1:16). “Es necesario que el obispo sea irreprensible... que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad (pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?)” (1.ª Timoteo 3:2, 4-5). En todas estas citas, hallamos la misma gran verdad, a saber, que cuando Dios visita a un hombre, confiriéndole bendiciones y responsabilidades, visita de la misma manera la casa de este hombre. Recorred toda la Escritura inspirada, desde el principio hasta el fin, y veréis este principio práctico cuidadosamente establecido y asentado. Es algo digno de Dios que lo hagamos conocer; pero, ¡ay, amados hermanos en el Señor, cuán infieles hemos sido y cuánto perjuicio hemos ocasionado al testimonio dado al Hijo de Dios en estos últimos tiempos por nuestras faltas a este respecto y a tantos otros! Continuará...

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TÚ Y TU CASA CAPÍTULO 19

El cristiano en el hogar C. H. Mackintosh LA CASA DEL CREYENTE EN EL NUEVO TESTAMENTO ¿Es la gracia lo que da libre curso a los caprichos, el mal genio, los apetitos y las pasiones de una naturaleza corrompida? ¡Ay, guardémonos de llamar a eso gracia, por miedo a perder la inteligencia del verdadero sentido de esta palabra, y a llegar a imaginar que la gracia es el principio de todo este mal! Llamemos a esto por su propio nombre: un monstruoso abuso de la gracia; una negación de Dios, no solamente como Gobernador de su propia casa, sino también como Administrador moral del universo: una flagrante contradicción de todos los preceptos inspirados que tratan sobre este tan importante tema. EJEMPLOS TOMADOS DEL NUEVO TESTAMENTO Ahora bien, dejando el Antiguo Testamento, veamos si no hallamos, en las sagradas páginas del Nuevo, amplias y numerosas pruebas en apoyo de nuestra tesis. En esta gran división del Libro de Dios, ¿el Espíritu Santo separa la familia de un hombre de los privilegios y responsabilidades que el Antiguo Testamento le confieren? Veremos muy claramente que él no hace nada de eso. Vayamos a las pruebas. Cuando el Señor Jesús envía a sus apóstoles en misión, les dice: “Mas en cualquier ciudad o aldea donde entréis, informaos quién en ella sea digno, y posad allí hasta que salgáis. Y al entrar en la casa, saludadla. Y si la casa [no solamente el jefe] fuere digna, vuestra paz vendrá sobre ella; mas si no fuere digna, vuestra paz se volverá a vosotros” (Mateo 10:11-13). Por otra parte, Jesús le dijo a Zaqueo: “Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:9-10). Continuará...

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TÚ Y TU CASA CAPÍTULO 18

El cristiano en el hogar C. H. Mackintosh LA CASA DEL CREYENTE EN EL NUEVO TESTAMENTO Mas puede que se objete que todo lo que hemos dicho hasta aquí sobre este punto, no respira más que la admósfera del antiguo testamento, y que los principios y pruebas sólo han sido deducidos de allí. «Ahora, al contrario —se dirá—, Dios actúa hacia nosotros según el principio de la elección y de la gracia, el cual conduce al llamamiento individual de una persona, sin tener en cuenta ningún lazo ni ninguna relación doméstica, de modo que podemos hallar a un santo muy piadoso, devoto y adicto a las cosas celestiales, a la cabeza de una familia impía, desordenada y mundana.» En oposición a esto, sostengo que los principios del gobierno moral de Dios son eternos y, por consiguiente, deberían ser los mismos y tener su aplicación en todas las edades. Dios no puede enseñar, en un tiempo, que un hombre y su casa son uno y que la cabeza debe gobernarla convenientemente, y luego, en otro tiempo, enseñar que el padre y su familia no son uno y que el padre es libre de dirigirla como le plazca. Esto es imposible. La aprobación o la desaprobación de Dios respecto a tal o cual cosa deriva de lo que Él es en sí mismo; y como Dios gobierna su casa según lo que él es en sí mismo, él encomienda a sus siervos que dirijan sus casas según el mismo principio. La dispensación de la gracia o del cristianismo ¿ha anulado acaso este bello orden moral? ¡Oh, no! Al contrario; ha agregado, si es posible, nuevas trazas de belleza. Si la casa de un judío era considerada como parte de sí mismo, la de un creyente ¿lo será tal vez menos? Por cierto que no. Sería hacer un triste abuso y una falsa aplicación de esa celestial palabra gracia, si se autorizara su uso para justificar el desorden y la desmoralización que prevalece en las casas de innumerables cristianos de nuestros días. ¿Es verdaderamente la gracia lo que hace que un padre dé rienda suelta a la voluntad de sus hijos? Continuará...

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TÚ Y TU CASA CAPÍTULO 17

El cristiano en el hogar C. H. Mackintosh ELÍ Y SU CASA En este ejemplo vemos que cualquiera sea el carácter personal del siervo de Dios, el Señor no lo tendrá por inocente si no pone en orden su casa como corresponde. Elí debía haber reprimido a sus hijos. Era su privilegio, como lo es el nuestro, poder contar con el poder de Dios actuando con él para someter todo elemento que, en su casa, fuese por naturaleza a comprometer el testimonio que debía a Dios. Pero él no actuó en este sentido ni supo prevalerse de este poder para vencer el mal en los suyos; así pues, el fin de Elí fue un terrible juicio: porque su corazón no había sido quebrantado con motivo de su casa, su nuca fue quebrantada con motivo de la casa de Dios. Si Elí hubiera contado con Dios y actuado fielmente con Él para reprimir a sus contumaces hijos, según la santa responsabilidad que recaía sobre él, la casa de Dios nunca habría sido profanada, y el arca de Dios no habría sido tomada. En una palabra, si Elí hubiese considerado a su familia como parte de sí mismo, y hubiese hecho de ella lo que debía ser, no habría atraído sobre sí el terrible juicio de Aquel que tiene por principio no separar jamás estas palabras: “Tú y tu casa.” ¡Ay, después de este evento, cuántos padres han seguido las pisadas de Elí! ¿Cuántos padres hay que se hacen una idea totalmente falsa de la base y del carácter de sus relaciones con sus hijos, actuando hacia ellos según el principio de una indulgencia ilimitada, dejándoles hacer su propia voluntad en todo el período que va desde la infancia, pasando por la adolescencia, hasta la edad adulta? Tales padres no tienen fe para asumir el terreno divino, y les ha faltado hasta la fuerza moral necesaria para asumir el terreno humano para hacer que sus hijos los respeten y los obedezcan; y el resultado de todo esto es el más triste espectáculo de extravagante insubordinación y de insensata confusión.

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TÚ Y TU CASA CAPÍTULO 16

El cristiano en el hogar C. H. Mackintosh LA CASA DEL SIERVO DE DIOS EN EL LIBRO DEL DEUTERONOMIO A lo largo de todo el libro de Deuteronomio, los israelitas son una y otra vez enseñados por Dios a poner los mandamientos, los estatutos, los juicios y los preceptos de la ley delante de sus niños; y estos mismos niños son representados, en muchas circunstancias, como inquiriendo en la naturaleza y objeto de diversas ordenanzas e instituciones. El lector si quiere puede leer fácilmente los diversos pasajes. JOSUÉ Y SU CASA Quiero pasar ahora a considerar esa tan bella declaración de Josué: “Escogeos hoy a quién sirváis... pero yo y mi casa serviremos a Jehová” (Josué 24:15). Notemos que él no dijo solamente “yo”, sino “yo y mi casa”. Josué comprendía que no era suficiente que él mismo fuese personalmente puro de todo contacto con las contaminaciones y abominaciones de la idolatría; sentía, además, que tenía que velar sobre el carácter moral y sobre la condición práctica de su casa. Aunque Josué no hubiese ido a adorar a los ídolos, ¿habría sido culpable si sus hijos los hubiesen servido? Además, el testimonio de la verdad habría sido así realmente manchado tanto por la idolatría de la casa de Josué como por la idolatría de Josué mismo; y el juicio, en consecuencia, no podría haber sido evitado. ELÍ Y SU CASA Bueno es ver esto claramente. El comienzo del primer libro de Samuel proporciona una muy solemne prueba de esta verdad: “Y Jehová dijo a Samuel: He aquí haré yo una cosa en Israel, que a quien la oyere, le retiñirán ambos oídos. Aquel día yo cumpliré contra Elí todas las cosas que he dicho sobre su casa, desde el principio hasta el fin. Y le mostraré que yo juzgaré su casa para siempre, por la iniquidad que él sabe; porque sus hijos han blasfemado a Dios, y él no los ha estorbado” (1.º Samuel 3:11-13). Continuará...

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TÚ Y TU CASA CAPÍTULO 15

El cristiano en el hogar C. H. Mackintosh LA CASA DEL SIERVO DE DIOS EN EL LIBRO DE NÚMEROS En el capítulo 16 del libro de Números, v. 26-27, vemos todavía a los niños considerados como inseparablemente unidos a sus padres, y eso en una circunstancia de lo más trágicamente solemne. Y Moisés “habló a la congregación, diciendo: Apartaos ahora de las tiendas de estos hombres impíos, y no toquéis ninguna cosa suya, para que no perezcáis en todos sus pecados. Y se apartaron de las tiendas de Coré, de Datán y de Abiram en derredor; y Datán y Abiram salieron y se pusieron a las puertas de sus tiendas, con sus mujeres, sus hijos y sus pequeñuelos”. Todos estos niños descendieron vivos al abismo y los tragó la tierra, no por estar personalmente asociados a la rebelión, sino a causa de su identidad con sus padres rebeldes. Ya en bendición, ya en juicio, Dios trata a los hijos como no siendo sino uno con sus padres. Se podría preguntar: ¿Por qué? Y Dios responde en Éxodo 34:6-7: “Y pasando Jehová por delante de él, proclamó: ¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación.” Algunas personas podrían encontrar difícil el hecho de conciliar este pasaje con el de Ezequiel 18:20, donde se dice: “El alma que pecare, esa morirá; el hijo no llevará el pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del hijo; la justicia del justo será sobre él, y la impiedad del impío será sobre él.” En este último versículo, el padre y el hijo son considerados en su propia capacidad individual y, en consecuencia, son juzgados según el estado moral de cada uno individualmente. Aquí se trata de una cuestión absolutamente personal. Continuará...

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TÚ Y TU CASA CAPÍTULO 14

El cristiano en el hogar C. H. Mackintosh LA CASA DEL SIERVO DE DIOS EN EL LIBRO DE NÚMEROS La conducta es la mejor prueba de la realidad de nuestras convicciones, y, en esto, así como en todas las demás cosas, esta Palabra del Señor es solemnemente verdadera: “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios” (Juan 7:17). Pero a menudo queremos conocer la doctrina antes de hacer Su voluntad, y la consecuencia de ello es que somos dejados en la más profunda ignorancia. Hacer la voluntad de Dios respecto a nuestros hijos, es considerarlos tal como Dios lo hace: como parte de nosotros mismos, y educarlos en consecuencia. No es simplemente esperar que ellos más tarde se manifiesten como hijos de Dios, sino considerarlos como aquellos que ya han sido introducidos en una posición de privilegio, y tratar con ellos según este principio, en todo respecto. Se podría concluir de los pensamientos y actos de muchos padres cristianos que, a sus ojos, sus hijos no son más que gentiles que no tienen, para el presente, ningún interés en Cristo ni ninguna relación con Dios en absoluto. Esto, seguramente, es errar terriblemente el blanco divino. No se trata aquí de la tan a menudo debatida cuestión del bautismo de los niños o de los adultos. No; se trata simple y únicamente de una cuestión de fe en el poder y en los alcances de esta palabra tan particularmente llena de gracia: “Tú y tu casa”; una palabra cuya fuerza y belleza se harán cada vez más evidentes a nosotros a medida que avancemos en este breve escrito. Continuará...

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TÚ Y TU CASA CAPÍTULO 13

El cristiano en el hogar C. H. Mackintosh LA CASA DEL SIERVO DE DIOS EN EL LIBRO DE NÚMEROS Cuán a menudo el corazón de los padres cristianos razona sobre la manera de tratar con sus hijos, en lugar de situarse simplemente sobre el terreno de Dios respecto a ellos. Puede argüirse que «no podemos hacer cristianos de nuestros niños». Pero no se trata de eso. No somos llamados a «hacer» algo de ellos; ésta es la obra de Dios y de Dios solamente; pero si Él nos dice: «Llevad a vuestros niños con vosotros», ¿rehusaríamos obedecerle? O todavía: «Yo no querría hacer de mi hijo un formalista, ni podría hacer de él un verdadero cristiano»; mas si Dios, en su infinita gracia, me dice: «Yo considero tu casa como parte de ti mismo y, al bendecirte, la bendigo a ella.» ¿Debería yo, por incredulidad de corazón, rechazar esta bendición, bajo el pretexto del temor al formalismo o de mi imposibilidad de comunicar la verdad? ¡Dios nos guarde de semejante extravío! Regocijémonos, más bien, con un gozo vivo y sincero, de lo que Dios nos ha bendecido con una bendición tan rica y abundante que no sólo se extiende a nosotros, sino que también alcanza a todos aquellos que nos pertenecen; y, puesto que la gracia nos ha acordado esta bendición, dejemos que la fe eche mano de ella y la apropie para nuestra familia. Recordemos que el medio de probar que sabemos gozar de una bendición, es ser fieles a la responsabilidad que ella impone. Decir que cuento con Dios para llevar a mis hijos a Canaán y, al mismo tiempo, educarlos para Egipto, es una perniciosa ilusión. Mi conducta pone de manifiesto que mi profesión es una mentira, y no debería asombrarme si, en sus justas dispensaciones, Dios permite que coseche los frutos amargos de mis caminos. Continuará...

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TÚ Y TU CASA CAPÍTULO 12

El cristiano en el hogar C. H. Mackintosh LA CASA DEL SIERVO DE DIOS EN EL LIBRO DE NÚMEROS En el libro de los Números, los “niños” todavía nos son presentados. Ya hemos visto que el verdadero propósito de un alma en comunión con Dios era salir con sus hijos de Egipto. Ellos debían ser sacados de allí a toda costa; pero ni la fe ni la fidelidad de los padres cristianos terminaban allí. Debemos contar con Dios no solamente para sacarlos de Egipto, sino también para introducirlos en Canaán. A este respecto, Israel falló de una manera notable, pues, cuando los espías volvieron de Canaán, el pueblo, al oír su desalentador informe, pronunció estos tristes acentos: “¿Por qué nos trae Jehová a esta tierra para caer a espada, y que nuestras mujeres y nuestros niños sean por presa? ¿No nos sería mejor volvernos a Egipto?” (Números 14:3). Terribles palabras eran éstas. De hecho, no hacían sino comprobar, en lo que toca a ellos, lo que tan astuta y ruinmente el Faraón había predicho respecto de esos mismos niños: “¿Cómo os voy a dejar ir a vosotros y a vuestros niños? ¡Mirad cómo el mal está delante de vuestro rostro!” (Éxodo 10:10). La incredulidad justifica siempre a Satanás y hace a Dios mentiroso, en tanto que la fe, por el contrario, justifica siempre a Dios y hace a Satanás mentiroso; y así como es invariablemente cierto que conforme a nuestra fe nos será hecho, también es igualmente cierto que la incredulidad cosechará lo que sembró. Así ocurrió con Israel, desdichado, a causa de su incredulidad. “Vivo yo, dice Jehová, que según habéis hablado a mis oídos, así haré yo con vosotros. En este desierto caerán vuestros cuerpos; todo el número de los que fueron contados de entre vosotros, de veinte años arriba, los cuales han murmurado contra mí. Vosotros a la verdad no entraréis en la tierra, por la cual alcé mi mano y juré que os haría habitar en ella; exceptuando a Caleb hijo de Jefone, y a Josué hijo de Nun. Pero a vuestros niños, de los cuales dijisteis que serían por presa, yo los introduciré, y ellos conocerán la tierra que vosotros despreciasteis. En cuanto a vosotros, vuestros cuerpos caerán en este desierto” (v. 28-32). “Limitaron al Santo de Israel” en cuanto a sus niños (Salmo 78:41; V.M.). Continuará...

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LECTURA DE LA PALABRA DE DIOS

TÚ Y TU CASA CAPÍTULO 11

El cristiano en el hogar C. H. Mackintosh LA CASA DEL CREYENTE EN EL ANTIGUO TESTAMENTO LA CASA DEL SIERVO DE DIOS EN EL LIBRO DEL ÉXODO Ahora bien, con afecto y también con fidelidad, quisiera preguntar a mis lectores si gran parte del fracaso en el testimonio práctico para Cristo ¿no se podría atribuir justamente al descuido del principio que hallamos implicado en estas palabras: “Tú y tu casa”? Estoy convencido de que este descuido tiene mucho que ver al respecto. Una cosa es cierta: mucho de mundanalidad, de confusión y de mal moral se ha deslizado en medio de nosotros, porque nuestros hijos han sido dejados en Egipto. Muchos que, diez, quince o veinte años atrás, tomaron en la Iglesia una posición eminente de testimonio y de servicio, y que parecían estar de todo corazón dedicados a la obra del Señor, ahora han vuelto atrás de una manera tan lamentable que no tienen la fuerza para mantener sus cabezas arriba del agua, y menos todavía para ayudar a otros a mantenerse en pie. Todo esto profiere una fuerte voz de advertencia para los padres cristianos que formaron una familia: Guardaos de dejar a vuestros hijos en Egipto. Más de un corazón de padre quebrantado, en este presente tiempo, ha quedado sumido en llantos y gemidos por no haber sido fiel en el gobierno de su casa. El tal dejó a sus niños en Egipto, en un tiempo malo de crasas ilusiones; y ahora que con una real fidelidad, tal vez, y una seria afección, se atreve a dejar deslizar unas palabras en los oídos de aquellos que han crecido a su alrededor, él no encuentra sino corazones indiferentes que hacen oídos sordos a sus advertencias, pero que se aferran con decisión y con vigor a ese Egipto en el cual él los dejó por su incredulidad e inconsecuencia. Éste es un hecho duro, cuya sola mención podría atormentar a más de un corazón; mas la verdad debe ser declarada; pues aunque pudiera herir a algunos, bien podría ser una saludable advertencia para otros. Continuará...

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LECTURA DE LA PALABRA DE DIOS

TÚ Y TU CASA CAPÍTULO 10

El cristiano en el hogar C. H. Mackintosh LA CASA DEL CREYENTE EN EL ANTIGUO TESTAMENTO LA CASA DEL SIERVO DE DIOS EN EL LIBRO DEL ÉXODO Yo no debería tener para mis hijos ningún otro principio, ninguna otra porción ni ninguna otra perspectiva que la que tengo para mí mismo; ni tampoco debería prepararlos con vistas a otra cosa. Si Cristo y la gloria celestial son suficientes para mí, también lo son para ellos; pero entonces la prueba de que ellos son suficientes para mí debiera ser inequívoca. El carácter de un padre o de una madre cristianos debería ser tal que no diera lugar a la menor sombra de duda en cuanto al verdadero propósito que abriga en su alma o al objeto positivo de su corazón. ¿Qué pensaría mi hijo si le dijera que mi deseo ardiente es que sea partícipe de Cristo y del cielo, cuando, al mismo tiempo, lo educo para el mundo? ¿Qué creerá? ¿Qué es lo que ejercerá la más poderosa influencia en su corazón y en su vida: mis palabras o mis actos? Que la conciencia responda y que su respuesta sea recta y franca: que proceda de las más íntimas profundidades del alma, y que demuestre indisputablemente que la cuestión ha sido comprendida en toda su fuerza y gravedad. Creo verdaderamente que ha venido el tiempo para que los cristianos busquen actuar en la conciencia de unos a otros. Debe ser evidente para todo hombre de oración que observa con atención el estado actual del mundo cristianizado, que éste presenta un aspecto muy enfermizo; que su tono está miserablemente bajo; en una palabra, que debe tener en sí algo radicalmente malo. En cuanto al testimonio relativo al Hijo de Dios, ¡ay, es algo que raramente, muy raramente, se tiene en cuenta! La salvación personal parece constituir, para el noventa y nueve por ciento de los cristianos profesantes, el todo de lo que les interesa, como si fuésemos dejados aquí abajo para ser salvos, y no, como salvos, para glorificar a Cristo. Continuará...

Ministerio cristiano : Manantial de Vida, Audiolibro: Meditaciones Diari...

LECTURA DE LA PALABRA DE DIOS

TÚ Y TU CASA CAPÍTULO 9

El cristiano en el hogar C. H. Mackintosh LA CASA DEL CREYENTE EN EL ANTIGUO TESTAMENTO LA CASA DEL SIERVO DE DIOS EN EL LIBRO DEL ÉXODO Que tal habría sido el caso, Satanás bien lo sabía; por eso puso en boca de Faraón esta objeción: “No será así; id ahora vosotros los varones, y servid a Jehová” (Éxodo 10:11). Esto es precisamente lo que muchos cristianos profesantes hacen o más bien tratan de hacer en la actualidad. Profesan salir de Egipto para servir al Señor, pero dejan allí a sus niños. Profesan haber realizado el “camino de tres días” por el desierto; en otras palabras, profesan haber dejado el mundo, estar muertos al mundo, y resucitados con Cristo, como quienes poseen una vida celestial, y como herederos de una gloria celestial, la cual constituye su esperanza. Pero dejaron a sus hijos atrás, en manos de Faraón, o más bien de Satanás. Han renunciado al mundo para sí mismos, pero no pudieron hacerlo para sus hijos. Por eso, en el día del Señor, ellos revisten la profesión de extranjeros y peregrinos; cantan himnos, pronuncian oraciones y enseñan principios, dando muestras de ser personas muy avanzadas en la vida celestial y que, por su experiencia real, tocan las fronteras de Canaán (en espíritu, naturalmente, ya están allí); pero ¡ay, desde el lunes por la mañana, cada uno de sus actos, cada uno de sus hábitos, cada uno de sus objetivos contradice su profesión de la víspera! Sus hijos son formados para el mundo. El alcance, el objeto y el tipo de educación que reciben, así como la elección de su carrera, es de carácter totalmente mundano, en el sentido más cierto y estricto del término. Moisés y Aarón no habrían podido admitir tal manera de actuar, como tampoco un corazón moralmente sincero y una mente recta podrían comprenderlo. Continuará...