ACÉRCATE SEDIENTO Parte 8

 


ACÉRCATE SEDIENTO Parte 8

Meagan 

—¿Qué podemos hacer al respecto? —Lo que hacemos típicamente no funciona. Nos vamos de vaca-ciones, tomamos píldoras, lo arriesgamos todo en Las Vegas, nos aprovechamos de mujeres más jóvenes... Jesse fijó la mirada en Bishop mientras hablaba, pero si este se dio por aludido lo estaba disimulando. Meagan sí captó el mensaje y, por primera vez en mucho tiempo, sonrió.

—No funciona, señor Bishop. En mi tierra lo llamamos ‘sorber del pantano’. En el pantano hay substancias que no estamos hechos para ingerir. Esta vez Jesse se dirigió a la cámara. Por un instante Meagan sintió como si le hablara a ella, solo a ella. Como reflejo defensivo, enmudeció el volumen y solo le vio hablar. No fueron más de siete los minutos que duró su participación en el programa. Ella alcanzó a oír más tarde que Bishop y Eric habían quedado complacidos, y hasta interesados en solicitarle que volviera al programa. Ella abrigaba la esperanza de que lo hicieran.

Jesse vio a Meagan por la ventana de una cafetería mientras exprimía limón en su vaso de agua. Observó por unos minutos. El restaurante tenía aspecto añejo, al estilo de los cincuenta con aparadores para venta de sodas y mesas con bordes metálicos. Dos hombres en un asiento contiguo le dijeron algo pero ella los ignoró. El mesero le ofreció un menú y ella dijo que no. Un automóvil rechinó al frenar y asustó con la bocina a un peatón despistado. Ella levantó la mirada, y en ese momento Meagan lo vio. Jesse sonrió pero ella no, aunque tampoco desvió la mirada. Lo vio cruzar la calle angosta, entrar a la cafetería y avanzar hacia su mesa. Le preguntó si podía sentarse y ella asintió. Mientras él hacía señas al mesero, Meagan notó que Jesse se veía cansado. 

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ACÉRCATE SEDIENTO Parte 7

 


ACÉRCATE SEDIENTO Parte 7

Meagan 

Meagan siguió su ritual diario de limpiar el mostrador, sacar su revista de arquitectura y sentarse en la silla de maquillaje. Pero ese día, al tomar el control remoto para apagar el monitor del cuarto de maquillaje, vio a Jesse entrar al escenario. El público aplaudió por cortesía. Miraron a Jesse saludar al anfitrión, tomar asiento y asentir a los presentes. Bishop dirigió su atención a las tarjetas guía que estaban sobre la mesa, cada una con alguna pregunta preparada por Eric. Las barajó y puso a rodar la bola.

—Cuéntenos de usted, señor Carpenter. Según tengo entendido es profesor en una universidad comunitaria. —Sí, enseño a los estudiantes de jornada nocturna. —¿En Alabama? —Sí señor, en Sawgrass, Alabama. —¿La gente de Sawgrass sabe cuál es el significado de la palabra estrés? Jesse asintió con la cabeza. Bishop continuó: —Este es un mundo muy, muy difícil. La competencia es brutal y las exigencias bastante altas. Díganos, ¿cómo podemos manejar el estrés? El profesor se acomodó mejor en la silla, juntó los dedos de sus manos como asiendo una pelota imaginaria y empezó a hablar. —El estrés es un síntoma de necesidades y anhelos más profundos.

Queremos ser aceptados y al mismo tiempo hacer una diferencia. La aceptación y la importancia son tan valiosas para nosotros que para tenerlas hacemos todo lo necesario: Nos endeudamos para comprar la casa, estiramos las tarjetas de crédito para comprar muebles e indu-mentaria y así empezamos la vida, tratando de no caernos mientras caminamos en dirección opuesta a la escalera eléctrica. —¿Como en una cinta caminadora en el gimnasio? —Efectivamente, gastamos una gran cantidad de tiempo y energía pero no llegamos a ninguna parte. Al final del día, o al final de la vida, no hemos avanzado un solo paso. Estamos atascados. 

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ACÉRCATE SEDIENTO Parte 6


 ACÉRCATE SEDIENTO Parte 6

Meagan 

—Bishop te exige bastante. Meagan movió la cabeza. —¿Fue esa una pregunta? —No, solo la verdad. —Él no es malo conmigo. Meagan evadió el tema intencionalmente y esquivó los ojos de Jesse mientras le desempolvaba la frente por última vez. El tono de Jesse fue solemne. —Meagan, no dejes que se endurezca tu corazón. No fuiste creada para vivir a la defensiva y con tanta incertidumbre. Ella dejó caer sus manos y miró a Jesse, sintiéndose primero ofendida y de inmediato curiosa. —¿Qué sabe usted de mí? —Sé que eres una persona mejor de lo que pareces. También sé que no es demasiado tarde para hacer un cambio. ¿Esa calle por la que te has encaminado? Las casas se ven lindas por fuera, pero el camino no lleva a ninguna parte.

Ella empezó a elaborar alguna refutación, pero los ojos de él atraparon los suyos. —Yo puedo ayudarte, Meagan. De verdad que sí. —Pues no necesito su ayuda —fueron las palabras que quiso decir, pero no las dijo. Él le ofreció una sonrisa suave y reconfortante. Hubo otro momento de silencio, pero no fue incómodo. Tan solo silencio. Meagan sintió que se formaba una sonrisa en su rostro, como prepa-rándose para responder algo, pero en ese momento... —¡Cinco minutos! —gritó una voz del estudio. Meagan levantó la mirada y vio a Eric. Meagan nunca veía el programa de Bentley Bishop. Los primeros días había tratado, pero muy pronto se hartó de su sonrisa postiza y voz de animador de fiestas. Perdió interés por completo en lo que la rodeaba y, aunque había tratado de conversar con otros miembros del personal, ellos le echaban en cara la manera como había obtenido y conservado su empleo. Los veteranos del programa conformaban un club hermético y las chicas como Meagan no tenían posibilidad de ser acogidas. «Cualquiera pensaría que soy leprosa», dijo entre dientes después de su último intento de entablar conversación. 

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ACÉRCATE SEDIENTO Parte 5

 


ACÉRCATE SEDIENTO Parte 5

Meagan 

—¿Primera vez en el programa?" —Sí. —¿Primera vez en la costa oeste? —Se podría decir que sí. Meagan aplicó polvos de base a sus mejillas y luego se detuvo. Él la estaba mirando fijamente. —¿Es indispensable hacer esto? —preguntó. No disfrutaba para nada la rutina. —Esto evita que la cara le brille demasiado —le explicó. Mientras le aplicaba el maquillaje, Jesse cerró sus ojos y después los abrió para mirarla, sin decir palabra. Meagan se preguntó qué estaría pensando. Cuando los hombres se la quedaban mirando, ella sabía qué tenían en mente. Probable-mente es igual a los demás. Se puso detrás de la silla y le mojó el pelo con un rociador. Él cerró otra vez los ojos. Ella se miró en el espejo, sintiendo curiosidad por lo que él pensara de ella al ver su rosa tatuada en el cuello, su pelo negro estilizado y sus uñas brillantes. Se había amarrado la camiseta en la espalda para dejar expuesto su estómago. Un aspecto muy distante al que tuvo como directora de la orquesta de secundaria. Su hermano mayor, que administraba la farmacia familiar en Missouri, siempre la llamaba para decirle: «No te vayas a poner un tatuaje, ¿me oyes? Y quítate esas arandelas de la nariz». Ella no le prestaba atención.

En realidad no le importaba lo que él pensara. Después de todo, tenía 21 años. ¿No puede una chica tener su propia vida? —¿Arquitectura? La pregunta de una sola palabra tomó a Meagan por sorpresa. —¿Qué? Jesse abrió los ojos, y con ellos le guió a la bolsa abierta que estaba sobre el mostrador. Podía verse la portada de la revista Architectural Digest. —Es como un interés secreto que tengo —explicó ella—. Quién sabe, algún día...— ¿Tienes otros secretos? Meagan suspiró. De todas las insinuaciones posibles. —Ninguno que necesite contarle —se encogió de hombros. Los hombres nunca dejaban de asombrarla. La advertencia de su madre fue correcta: No importa qué tan bueno sea el mozuelo, primero echa la cuerda y después viene el anzuelo. Durante unos minutos ninguno habló palabra. Así le gustaba a Meagan. Ella encontraba seguridad en el silencio. En cambio, Jesse no había terminado. 

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ACÉRCATE SEDIENTO Parte 4


 ACÉRCATE SEDIENTO Parte 4

Meagan 

Eric sacó un pedazo de papel del bolsillo de su chaqueta. —Me dijo que lamenta lo sucedido con Varner, Chambers, el clima en Chicago y la sobrecarga eléctrica de anoche, pero que no le había gustado el libro sobre la respiración. Al enterarse de nuestra situación precaria, se ofreció a participar en el programa. —Eso no tiene sentido. Eric abrió la puerta. Bishop entró sin perder de vista a Eric ni un instante. —¿Ya lo dejaste entrar? —En realidad, entró por iniciativa propia, pero hice varias llamadas y sé que está causando gran revuelo, sobre todo en los mercados secun-darios. Enseña ética en una escuela superior cerca de Birmingham, Alabama. Algunos líderes religiosos están preocupados por su popula-ridad, pero le gusta mucho a la gente común y corriente. Da conferencias en universidades y es popular en los banquetes. Habla mucho sobre cómo encontrar paz en el alma. Ahora Bishop iba hacia el auditorio.

—A mí me vendría bien un poco de paz. Espero que este tipo sea bueno. ¿Cuál es su nombre? —Jesse. Jesse Carpenter. —Nunca lo he oído mencionar. Vamos a darle quince minutos. Para la segunda mitad del programa, vuelve a pasar el segmento de novedades. —Pero ya hicimos eso la semana pasada. —La gente se olvida. Ve al cuarto de maquillaje para seguirle la pista a este carpintero. Meagan podía ver su rostro y el de Jesse en el espejo. Más tarde le describiría como apuesto pero no para morirse. Tenía un abrigo marrón con parches en los codos, pantalón color caqui y una corbata aceptable aunque olvidable. Se hacía la raya del pelo a un lado y parecía recién peluqueado. Meagan ató el delantal a su cuello y empezó con una conversación de cortesía, pero el hombre sonreía sin necesidad de que lo entretuvieran. 

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ACÉRCATE SEDIENTO Parte 3

 


ACÉRCATE SEDIENTO Parte 3

Meagan 

—Respira bien, vive bien. Uno está resfriado, el otro no devolvió la llamada. —Entonces solo nos queda el rabino. —Tampoco está disponible. —¿El rabino Cohen? Él nunca sale de viaje. Ha sido nuestro invitado suplente durante diez años. —Quince. Su hermana murió y tuvo que irse a Kansas. —¿Con quién quedamos entonces? ¿Entrevistamos a un invitado por vía telefónica? Ya sabes que no me gusta hacer eso. Ahora la voz de Bishop empezaba a sonar como un trueno y a Eric se le enrojeció la cara. El corredor del noveno piso en el edificio Burbank Plaza había quedado en silencio. 

Todos seguían atareados, pero bastante callados. Nadie envidiaba a Eric en ese momento. —Tampoco se puede hacer una entrevista a distancia, señor Bishop. El sistema dejó de funcionar. —¿Qué? —Por una descarga eléctrica durante la tormenta de anoche. —¿Hubo tormenta anoche? —preguntó Bishop a todos los que pudieran escucharlo. Eric se encogió de hombros. —Ya estábamos enlazados con el médico del presidente cuando descubrimos los problemas técnicos. No podemos recibir señales externas. La sonrisa histriónica había desaparecido hacía rato de la cara de Bishop. —No tenemos invitados y no hay señal externa, ¿por qué no me llamaste? Eric sabía que le valía más abstenerse de contestar honestamente. —¿Ya hay gente en el estudio?

—Está repleto. Vinieron a ver al doctor Allsup. —¿Qué hacemos entonces? —demandó Bishop. —¡Diez minutos! —dijo una voz. —Tenemos un invitado —explicó Eric mientras se encaminaba despacio hacia la puerta del estudio—. Ya está en maquillaje. —¿Dónde lo encontraste? —Creo que él nos encontró —ahora ambos caminaban con paso acelerado —. Me envió un mensaje electrónico hace una hora. —¿Cómo consiguió nuestra dirección? —No sé. Tampoco sé cómo se enteró de nuestro problema, pero está al tanto. 

Continuará...


ACÉRCATE SEDIENTO Parte 2


 ACÉRCATE SEDIENTO Parte 2

Meagan 

Eric habría despedido a Meagan sin vacilar, pero no tenía la autoridad. Meagan habría renunciado sin mirar atrás, pero necesitaba el dinero. —Señor. Bishop —dijo Eric mientras miraba su reloj—. Tenemos un problema. El anuncio se escuchó desde el otro lado del pasillo. "Quince minutos para salir al aire".,—Qué lío —bromeó Bishop mientras se quitaba el delantal de maquillaje—. Parece que tendremos que terminar esto después, nena. Meagan aplicó un toque final de polvo a la mejilla y ofreció una sonrisa

forzada. —El doctor. Allsup canceló —informó Eric mientras ambos se dirigían hacia el estudio. —¿Qué? —Por la situación del clima. Llamó desde el aeropuerto de Chicago. —¿Hay problemas meteorológicos en los alrededores de Chicago? —Sí, y en la ciudad misma. Los dos se detuvieron en la mitad del pasillo y por primera vez, desde su

llegada, Bishop prestó a Eric toda su atención. Se acercó a su productor mientras su melena de pelo grueso y blanco le hacía verse aun más alto. Al parecer, todos en Norteamérica reconocían esa mandíbula cuadrada y esas cejas de oruga. Veinte años de entrevistas vespertinas televisadas le habían elevado a estrella de la pantalla chica. —¿Cuál es nuestro tema esta noche? —preguntó. —Cómo sobrevivir al estrés. —Muy apropiado. ¿Llamaste a algunos suplentes? —Lo hice. —¿El doctor Varner? —Está enfermo. —¿El doctor Chambers? —Está fuera de la ciudad. —¿Y aquellos dos que tuvimos el mes pasado que escribieron ese libro sobre técnicas de respiración?

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ACÉRCATE SEDIENTO Parte 1

 


ACÉRCATE SEDIENTO Parte 1

Meagan 

Bentley Bishop salió del ascensor para quedar inmerso en un mar de actividad dirigida exclusivamente a él. La primera voz que escuchó expresaba la urgencia de Eric, su productor. «Señor Bishop, he tratado de conseguirlo en todas partes durante las últimas dos horas». Eric temblaba de puro nerviosismo. No era muy alto y tenía el vestido arrugado, la corbata suelta y los mismos zapatos que había usado durante el último año. Aunque apenas acababa de cumplir treinta, la calvicie ya había arrasado casi con la mitad de su cabeza. Aun cuando su estilo no era el último grito de la moda, su conocimiento y experiencia en los medios sí tenía mucho peso. Eric leía la sociedad como un radar. Conocía a fondo la cultura corporativa y estaba a la cabeza en cuanto a actualidad y novedades, las últimas tendencias, los intereses de los adolescentes y las dietas de los ejecutivos. Resultado, sabía producir programas de opinión. Conocía los temas más interesantes y “calientes”, así como los mejores invitados, y Bentley Bishop estaba seguro de que su programa no corría peligro en manos de Eric. Tanto, que poco le importaba su tendencia a caer presa del pánico por el más mínimo contratiempo.

—Nunca llevo teléfono al campo de golf, Eric. Tú lo sabes. —¿No le avisaron los encargados que yo llamé? —Sí me informaron —la maquilladora acababa de amarrar un delantal al cuello de Bishop—. ¿Hoy quedé bien bronceado, dulzura? —preguntó, examinándola de la cabeza a los pies. Era tan joven como para ser su hija, pero su mirada no fue nada paternal. —Por supuesto, el rubor de la cara es culpa tuya, Meagan. Verte siempre me hace sonrojar. El coqueteo de Bishop asqueaba a todos menos a él mismo. El equipo de producción le había visto hacer lo mismo con una docena de chicas. Las dos recepcionistas intercambiaron miradas exasperadas. También a ellas solía hablarles con piropos y empalagos, pero últimamente se le antojaba juguetear con «la dulzura en los pantalones apretados», como le habían oído describirla. 

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7- La sabiduría ecléctica Parte 11


 7- La sabiduría ecléctica Parte 11

El toque de la mano del maestro

Estaba maltratado y marcado de cicatrices, y aunque pensó que no valdría la pena malgastar tanto tiempo con el viejo violín, el subastador lo sostuvo en alto, sonriendo. «¿Qué me ofrecéis, amigos?»—preguntó—. «¿Quién quiere empezar las ofertas?». «Un dólar, un dólar...»y después, ¡dos!¿Sólo dos? «Dos dólares, ¿quién me da tres?» «Tres dólares, a la una; tres dólares, a las dos; a las...» Pero no, Desde el fondo del salón, un hombre de pelo gris Se adelantó a coger el arco y, después De sacudir el polvo del viejo instrumento Y volver a tensarle las cuerdas, Tocó una melodía tan dulce y tan pura Como las canciones que cantan los ángeles. Terminada la melodía, el subastador, En voz baja y grave, volvió a preguntar, «¿Cuánto me ofrecéis por el viejo violín?» Y levantó el violín y el arco. Mil dólares, ¿quién ofrece dos? ¡Dos mil, a la una! ¿Quién ofrece tres? Tres mil, a la una; tres mil, a las dos, y tres mil; a las tres, ¡adjudicado!», concluyó. La gente aplaudía, aunque algunos lloraban:

«No entendemos bien qué fue lo que cambió su valor», preguntaban, y la respuesta fue rápida: «El toque de una mano maestra». De ese modo más de un hombre de vida desafinada, Marcado por los golpes y cicatrices del pecado, Como al viejo violín, Se lo ofertan barato a los indiferentes, Por un plato de sopa, por un vaso de vino; Y hecha la jugada, sigue su camino. «Adjudicado» una vez, y «adjudicado» la segunda, .Adjudicado», y casi «está vendido». Pero llega el Maestro, y la multitud estúpida Jamás alcanza a entender del todo Cuál es el valor de un alma, ni el cambio que opera El toque de la mano del Maestro.

Myra B. Welch


7- La sabiduría ecléctica Parte 10

 


7- La sabiduría ecléctica Parte 10

El regalo del delfín

Inundada de alivio, me relajé, abrazándome a él. Tuve la sensación de que el delfín me tranquilizaba, me daba seguridad, y de que, al ir llevándome hacia la superficie, me sanaba. Los calambres desaparecieron mientras ascendíamos y sentí que, gracias a la seguridad que me ofrecía el delfín, me relajaba; pero lo más importante era la sensación de curación. Ya en la superficie, mi salvador me llevó hacia la costa, hasta una zona tan poco profunda que empezó a preocuparme la idea de que el delfín se quedara varado. Lo empujé un poco para que volviera a buscar más profundidad y allí se quedó, esperando, observándome... para ver si todo estaba bien, me imagino.

Sentí que estaba en otra vida. Cuando me despojé del cinturón de lastre y del tanque de oxígeno, terminé por quitarme todo y, desnuda, volví al océano y nadé otra vez hasta el delfín. Me sentía tan ligera, tan libre, tan viva, que sólo quería jugar más con el agua y el sol, con total libertad. El delfín volvió a adentrarme en el mar y se puso a jugar conmigo en el agua. Advertí que mar adentro había un grupo de delfines. Pasado un rato, mi nuevo amigo volvió a llevarme a la playa. En aquel momento me sentía muy cansada, a punto de desplomarme, y él se aseguró de que estaba sana y salva, de nuevo en la playa. El delfín se puso de costado, mirándome a los ojos. Así nos quedamos durante un rato que me pareció muy largo, un momento sin tiempo; yo estaba casi en trance y por mi cabeza desfilaban recuerdos de mi pasado personal. Después, él emitió un último sonido y fue a reunirse con los demás y, todos juntos, se alejaron.

Elizabeth Gawain


7- La sabiduría ecléctica Parte 9


 7- La sabiduría ecléctica Parte 9

El regalo del delfín

Estaba sola, buceando en un lugar con una profundidad de unos doce metros, pero me sentía tan segura de mí misma que estaba decidida a correr el riesgo. Había muy poca corriente y el agua estaba tibia, transparente—, una invitación. De repente tuve un calambre y descubrí inmediatamente lo imprudente que había sido. Aunque procuraba mantenerme serena, tenía unos calambres en el estómago que me doblaban en dos. Intenté quitarme el cinturón de lastre, pero no podía alcanzar el cierre. Como me estaba hundiendo, empecé a sentirme cada vez más asustada e incapaz de moverme. Al mirar mi reloj me di cuenta de que en muy poco tiempo me quedaría sin aire. Intenté masajearme el abdomen. Aunque no llevaba traje de buceo, no podía enderezarme ni llevar las manos hasta los músculos acalambrados. «No puede ser que me pase esto —pensé—. Tengo cosas que hacer.» No podía ser que muriera de esa forma, sin que nadie se enterase siquiera de lo que me había pasado. Mentalmente, emití una llamada pidiendo que algo o alguien me ayudara.

Pero no estaba preparada para lo que sucedió. De pronto sentí que me empujaban desde atrás, por la axila. «Oh, no, ¡tiburones!», pensé, y sentí un terror y una desesperación auténticos. Pero me di cuenta de que algo me levantaba con fuerza el brazo y en mi campo visual apareció un ojo... el ojo más maravilloso que se pueda imaginar... por cierto, un ojo sonriente. Era el ojo de un gran delfín, y al mirarme en él, supe que estaba a salvo. El animal se me adelantó un poco, hundiéndose luego hasta que pudo colocar su aleta dorsal en mi axila, sosteniéndome el brazo sobre el lomo.

Continuará...


7- La sabiduría ecléctica Parte 8

 


7- La sabiduría ecléctica Parte 8

Sachi

Poco después del nacimiento de su hermano, la pequeña Sachi empezó a pedir a sus padres que la dejaran sola con el nuevo bebé. Como ellos temían que, al igual que la mayoría de niños de cuatro años, la pequeña estuviera celosa y quisiera golpear o sacudir a su hermano, le dijeron que no. Pero Sachi no daba señales de celos. Era bondadosa con el bebé y pedía cada vez con más urgencia

que la dejaran a solas con él. Finalmente, los padres decidieron permitírselo. Jubilosa, la niña entró en la habitación del bebé y cerró la puerta, que sin embargo se abrió apenas, dejando una rendija, suficiente para que los curiosos padres pudieran observarla y escucharla. Entonces pudieron ver cómo la pequeña Sachi se acercaba silenciosamente a su nuevo hermano y, acercando su rostro al de él, le decía en voz baja: —Bebé, cuéntame cómo es Dios, que yo ya estoy empezando a olvidarme.

Dan Millman


7- La sabiduría ecléctica Parte 7


 7- La sabiduría ecléctica Parte 7

Los dos monjes

En una peregrinación dos monjes llegaron al vado de un río. Allí, vestida con sus mejores galas, se encontraron con una muchacha que evidentemente no sabía qué hacer, porque el río estaba crecido y ella no quería mojarse la ropa. Sin pensárselo dos veces, uno de los monjes se la cargó a la espalda, la llevó al otro lado del río y allí la dejó sobre terreno seco.

Luego, ambos monjes siguieron su camino, pero, pasada una hora, el otro monje empezó a quejarse: —Indudablemente, no está bien tocar a una mujer; va contra las reglas tener contacto con mujeres. ¿Cómo has podido ir contra las reglas de la vida monástica? El que había cargado con la muchacha siguió andando en silencio, hasta que finalmente dijo: —Hace una hora que la dejé en la orilla del río; ¿por qué sigues todavía cargando con ella?

Irmgard Schloegl

The Wisdom of Zen Masters


7- La sabiduría ecléctica Parte 6


 7- La sabiduría ecléctica Parte 6

Si tuviera que vivir otra vez mi vida

En las entrevistas con ancianos y con enfermos terminales no se refleja que esas personas lamenten las cosas que hicieron, sino que siempre están presentes las cosas que lamentan no haber hecho. La próxima vez me atrevería a equivocarme más. Me relajaría más y haría más ejercicio. Me permitiría ser más tonto de lo que he sido en esta ocasión. Me tomaría en serio muchas menos cosas.

Correría más riesgos. Viajaría más. Escalaría más montañas y nadaría en más ríos. Comería más helados y menos judías. Tal vez tendría más problemas reales, pero menos imaginarios. Fíjate que yo soy una de esas personas que llevan una vida sensata y cuerda, hora tras hora y día tras día. Oh, yo he tenido mis momentos, y si tuviera que volver a empezar, procuraría tener más. En realidad, trataría de no tener nada más que momentos. Viviría tantos años adelantándome a cada día.

He sido una de esas personas que nunca van a ninguna parte sin llevar el termómetro, la bolsa de agua caliente, el impermeable y el paracaídas. Si tuviera que empezar de nuevo, iría más ligero de equipaje. Si tuviera que volver a vivir, empezaría a andar descalza a comienzos de la primavera y así me quedaría hasta finales del otoño. Iría a más bailes. Daría más vueltas en carrusel. Cortaría más margaritas.

Nadine Stair (85 años)


7- La sabiduría ecléctica Parte 5


 7- La sabiduría ecléctica Parte 5

Dedica un momento a ver realmente

Creo que todos estábamos hondamente conmovidos por la escena que acabábamos de presenciar. A nuestro alrededor había seres humanos que durante un momento habían ido más allá de sí mismos para ayudar a cuatro personas que lo necesitaban. Desde que sucedió aquello he reflexionado muchas veces sobre esa situación y he aprendido varias lecciones importantes. La primera es: «Ve más despacio y podrás oler las rosas»... algo que raras veces había hecho yo hasta entonces. Tómate tiempo para mirar a tu alrededor y para ver realmente lo que está sucediendo ante ti en ese preciso instante. Hazlo, te darás cuenta de que cada momento es crucial y, lo que es más importante, que este momento es todo lo que tienes para marcar una diferencia en tu vida. La segunda lección que aprendí es que lo que nos permite alcanzar los objetivos que nos fijamos es la fe en nosotros mismos y la confianza en los demás, a pesar de obstáculos aparentemente insuperables. El objetivo de la pareja de ciegos era, simplemente, llegar sanos y salvos al otro lado de la calle. Su obstáculo eran ocho filas de coches que se dirigían directamente hacia ellos. Y, sin embargo, sin titubeos, sin pánico, siguieron avanzando hasta alcanzar su meta.

También nosotros podemos seguir adelante en pos de nuestros objetivos, poniéndonos orejeras para evitar ver los obstáculos que se interponen en nuestro camino. Sólo necesitamos confiar en nuestra intuición y dejarnos guiar por otros que quizá los vean con mayor claridad. Por último, aprendí a apreciar verdaderamente el don de la vista, algo que con demasiada frecuencia había dado por sentado. ¿Podéis imaginaros lo diferente que sería la vida sin vuestros ojos? Procurad por un momento imaginar cómo sería tener que atravesar una calle atestada de tráfico sin poder ver. Pensad con cuánta frecuencia nos olvidamos de los dones, tan simples como increíbles, que nos brinda la vida. Me alejaba de aquel cruce y lo hacía con más conciencia de la vida y con más compasión hacia los demás de la que tenía al llegar allí. Desde entonces, he tomado la decisión de estar realmente atento a lo que sucede mientras me ocupo de mis actividades cotidianas y uso los talentos que Dios me ha concedido para ayudar a otros menos afortunados. Mientras sigues tu camino por la vida, hazte un favor: demora el paso y tómate tiempo para ver, para ver de verdad. Párate y contempla lo que está sucediendo a tu alrededor en ese momento, ahí mismo, donde estás. Puede ser que te estés perdiendo algo maravilloso.

Jeffrey Thomas


7- La sabiduría ecléctica Parte 4

 


7- La sabiduría ecléctica Parte 4

Dedica un momento a ver realmente

Al principio me sentí conmovido. Aquel matrimonio estaba superando algo que, a mi parecer, es una de las peores desventajas... la ceguera. Pensé en lo terrible que debía de ser aquello, pero el horror me paralizó al ver que la pareja no seguía caminando por el paso de peatones, sino que se estaba desviando en diagonal, directamente hacia el centro del cruce. Sin darse cuenta del peligro que corrían, se encaminaban directamente hacia los coches que se acercaban. Me asusté, porque no sabía si los demás conductores entendían lo que estaba sucediendo. Mientras contemplaba la escena desde la primera línea de tráfico (tenía el mejor asiento del teatro), pude ver cómo ante mis ojos se producía un milagro.

Todos los coches en todas las direcciones se detuvieron simultáneamente. Ni siquiera se oyó un grito de «¡Salid del paso!». Todo quedó inmóvil. En aquel momento pareció como si el tiempo se hubiera detenido para esa familia. Atónito, recorrí con la mirada los coches que me rodeaban, para asegurarme de que todos veíamos lo mismo. La atención de todos estaba igualmente fija en la pareja. De pronto, el conductor que estaba a mi derecha reaccionó y sacó la cabeza por la ventanilla para gritar: —¡A vuestra derecha, a vuestra derecha!

Otros se le unieron, gritando al unísono: —¡A vuestra derecha! Sin perder ni un instante su ritmo de paso, la pareja rectificó su dirección siguiendo las instrucciones de los conductores. Confiados en su bastón blanco y en las voces de los preocupados ciudadanos, llegaron al otro lado de la calle. Cuando subieron al bordillo, me sorprendió que aún siguieran cogidos del brazo. Me dejó desconcertado que sus rostros no expresaran emoción alguna y pensé que no tenían la menor idea de lo que en realidad estaba sucediendo a su alrededor, pero inmediatamente sentí los suspiros de alivio exhalados por todos los conductores que estaban detenidos en aquel cruce. Mientras recorría con la vista los coches que me rodeaban, el conductor que tenía a mi derecha articuló: —Pero... ¿ha visto usted eso? —al mismo tiempo que el de mi izquierda decía: —¡No puedo creérmelo! 

Continuará...


7- La sabiduría ecléctica Parte 3


 7- La sabiduría ecléctica Parte 3

Dedica un momento a ver realmente

Todos hemos oído el consejo: hay que saber detenerse a oler las rosas, pero ¿con cuánta frecuencia nos tomamos, en realidad, el tiempo necesario para salir del ritmo frenético de la vida actual para contemplar el mundo que nos rodea? Son demasiadas las veces que nos dejamos atrapar por nuestra agenda repleta o por el recuerdo de lo que tenemos que decir en nuestra próxima conferencia, o que nos distraemos con el tránsito urbano o con la vida en general, hasta el punto de que ni siquiera nos damos cuenta de que hay otras personas a nuestro alrededor.

Yo soy tan culpable como cualquier otro de desconectarme del mundo, especialmente cuando conduzco por las atestadas calles de California. Hace poco, sin embargo, fui testigo de algo que me hizo ver hasta qué punto el hecho de andar siempre refugiándome en mí mismo me ha impedido tomar plena conciencia de la imagen de todo lo que me rodea. Acudía en mi coche a una reunión de negocios y, como es habitual, iba planeando mentalmente lo que quería decir, cuando llegué a un cruce muy atestado con el semáforo en rojo. «Vale —pensé—, si me adelanto a todos, podré pasar el próximo semáforo.» Tenía la mente y el coche con el piloto automático puesto, a punto para arrancar, cuando repentinamente una visión inolvidable me arrancó de mi trance. Una joven pareja, ciegos los dos, estaban cruzando, tomados del brazo, mientras los coches zumbaban en ambas direcciones. El hombre llevaba de la mano a un niño pequeño, mientras que la mujer apretaba contra el pecho una mochila porta-bebés, evidentemente ocupada. Cada uno llevaba un delgado bastón blanco, con el que buscaba a tientas las pistas para salir indemne de la aventura de aquel cruce. 

Continuará...


7- La sabiduría ecléctica Parte 2

 


7- La sabiduría ecléctica Parte 2

Trato hecho

Un día, después de que se fuera a la escuela, fue como si el Señor me llamara la atención, diciéndome: —¿No te das cuenta de que cada mañana le dices lo mismo a tu hija? «Vaya facha que tienes.» Cuando llega a la escuela y sus compañeras hablan de lo anticuadas que son esas madres que se quejan todo el tiempo, a ella nunca le faltan comentarios que hacer. ¿Te has fijado alguna vez en el aspecto de las demás niñas de su clase? ¿Por qué no les echas un vistazo?

Ese día fui con el coche a buscarla y me di cuenta de que el aspecto de muchas de las otras chicas todavía era peor. Camino de casa, le comenté lo exagerada que había sido mi reacción cuando me la encontré estropeando sus vaqueros y le ofrecí un pacto: —En lo sucesivo, puedes ponerte lo que quieras para ir a la escuela y estar con tus amigas, yo no te molestaré por eso. —Será un alivio. —Pero cuando vengas conmigo a la iglesia o salgamos de compras o vayamos a casa de una amiga mía, me gustaría que, sin tener que decírtelo, te pusieras algo de lo que tú ya sabes que a mí me gusta.

Como vi que se quedaba pensando, añadí: —Eso significa que el noventa y cinco por ciento de las veces haces lo que a ti te gusta, y el cinco por ciento, lo que me gusta a mí. ¿Qué te parece? Le brillaron los ojos mientras me tendía la mano: —Mamá, ¡trato hecho! Desde entonces, me despido alegremente de ella cada mañana, sin comentarios fastidiosos sobre su ropa. Y cuando salgo y la llevo conmigo, se viste como a mí me gusta sin ninguna queja. ¡Ya tenemos cerrado el trato!

Florence Littauer


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7- La sabiduría ecléctica Parte 1

 


7- La sabiduría ecléctica Parte 1

Trato hecho

Cuando Marita tenía trece años era la época en que las camisetas se teñían con batik y se usaban los téjanos desteñidos. Aunque yo había crecido durante la Depresión, los años treinta, y no tenía dinero para ropa, jamás me había vestido de una forma tan miserable. Un día la vi en la carretera, frotando los dobladillos de sus téjanos nuevos con tierra y gastándolos con piedras. Me quedé aterrada al ver cómo destrozaba aquellos pantalones, que yo acababa de comprarle, y me apresuré a decírselo. Ella siguió con su empeño mientras yo insistía en contarle el culebrón de mis privaciones infantiles. Cuando terminé, sin haber conseguido arrancarle una lágrima de arrepentimiento, le pregunté por qué estaba estropeando sus téjanos nuevos. —No se pueden usar nuevos —me contestó, sin levantar los ojos. —¿Por qué no? —Porque no, y los estoy estropeando para que parezcan viejos. ¡Qué falta de lógica! ¿Cómo era posible que estuviera de moda estropear la ropa nueva?

Cada mañana, cuando ella se iba a la escuela, yo me la quedaba mirando y suspiraba: «Vaya aspecto tiene mi hija». Pero ahí estaba, con una camiseta vieja del padre, teñida con grandes rayas y manchas azules. Un trapo para sacudir el polvo, pensaba yo. Y esos vaqueros, tan bajos en las caderas que temía que sí suspiraba se le cayeran, aunque eso era imposible, los llevaba tan ajustados que a duras penas podía. En el trasero, gastado a fuerza de piedras, le colgaban hilos que se iban sacudiendo cuando caminaba. 

Continuará...


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6- Como superar los obstáculos Parte 40


 6- Como superar los obstáculos Parte 40

Estáis todos rodeados de grandeza… ¡Usadla!

Pasé tres días con el maestro, el campeón mundial de salto con pértiga, y durante ese tiempo Dutch me ofreció todo lo que él sabía. Yo estaba haciendo mal algunas cosas y él intentó corregirlas. Para abreviar, que salí ganando veinte centímetros. Aquel deportista modelo me regaló lo mejor que tenía. He comprobado que los campeones y héroes deportivos están bien dispuestos a ayudarte para que tú también llegues a ser grande.

John Wooden, el gran entrenador de baloncesto de la Universidad de California en Los Ángeles, piensa que lo que se espera de él es que día a día ayude a alguien que jamás puede devolverle el favor, y que hacerlo es su obligación.

Cuando preparaba su tesis universitaria sobre la defensa en el fútbol americano, George Allen presentó un trabajo de treinta páginas que envió a los principales entrenadores de los Estados Unidos. El ochenta y cinco por ciento de ellos le contestaron.

La disposición a compartir, característica de los grandes, es lo que hizo de George Allen uno de los mayores entrenadores de fútbol del mundo. Los verdaderamente grandes comparten sus secretos. Búscalos, llámalos por teléfono o lee sus libros. Ve adonde ellos estén, ponte en contacto, habla con ellos. Cuando te acercas a los grandes, es fácil ser grande.

Bob Richards

Atleta olímpico


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