ACÉRCATE SEDIENTO Parte 68
Segunda parte: Apóyate en Su Energía
NUEVE: No depende de ti
De forma invisible pero indispensable, el Espíritu Santo sirve como timón para la nave de tu alma y te mantiene a flote en la dirección correcta. La vida cristiana no es un viaje solitario. La próxima vez que sientas que lo es, revisa algunos de los dones que el Espíritu da. Por ejemplo: «fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia» (Efesios 1.13- 14). El Espíritu te sella. El verbo sellar evoca una variedad de imágenes. Para proteger una carta, se puede sellar el sobre. Para que no entre aire a un frasco, se sella la abertura con una tapa hermética de caucho. Para que el oxígeno no se salga del vino, se sella la botella con corcho y cera. Para sellar un trato, se puede firmar un contrato o validar una firma en la notaría. El sello es una declaración de propiedad y posesión que asegura aquello que contiene un contrato.
El sello más «famoso» del Nuevo Testamento se colocó en la tumba donde pusieron el cuerpo de Jesús. Los soldados romanos rodaron una piedra sobre la entrada y así «aseguraron el sepulcro, sellando la piedra» (Mateo 27.66). Los arqueólogos creen que se trató de dos ribetes que se extendieron como cintas al frente de la entrada, pegados con cera endurecida que llevaba la impronta del gobierno romano: SPQR (Senatus Populusque Romanus o Senado y Pueblo Romano). Como para decir «¡Mantenga la distancia! El contenido de este sepulcro pertenece a Roma». Por supuesto, el sello de los romanos fue por completo inútil. En cambio, el sello del Espíritu Santo se conserva y tiene «fuerza de ley». Cuando aceptaste a Cristo, Dios te selló con su Espíritu: «habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa» (Efesios 1.13). Cuando los atracadores del infierno vienen para separarte de Dios, el sello los aleja de inmediato. Él te compró, es tu dueño y te protege. Dios pagó un precio demasiado alto como para dejarte desprotegido. Como Pablo escribe más adelante: «[el] Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención» (Efesios 4.30). Continuará...
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