ACÉRCATE SEDIENTO Parte 69
Segunda parte: Apóyate en Su Energía
NUEVE: No depende de ti
En su hermoso libro titulado La danza de la esperanza [The Dance of Hope], mi amigo Bill Frey cuenta la historia de un estudiante ciego llamado Juan, a quien asesoró como tutor en la Universidad de Colorado en 1951. Un día Bill le preguntó a Juan cómo quedó ciego. El estudiante invidente describió cierto accidente sucedido durante su adolescencia. La tragedia no solo cobró la vista del menor sino también su esperanza, como contó a Bill: «Estaba amargado y furioso con Dios por dejar que eso me pasara y descargué mi ira contra todos los que me rodeaban. Sentí que como me había quedado sin futuro, tampoco levantaría un solo dedo para mejorar mi situación. Iba a esperar que otros lo hicieran todo por mí. Cerré la puerta de mi habitación y me negué a salir excepto para comer». Aquella confidencia tomó a Bill por sorpresa porque su pupilo nunca había mostrado señas de amargura o enojo. Le pidió a Juan que explicara el cambio evidente y este le dio el crédito a su padre. Hastiado de la autoconmiseración de su hijo y dispuesto a ayudarlo a salir adelante en la vida, el padre le recordó al joven que se aproximaba el invierno y le dijo que pusiera las ventanas de protección contra tormentas. «Si no terminas el trabajo antes de que vuelva a casa, vamos a tener problemas», le advirtió el padre antes de dar tremendo portazo.
Juan se puso verde de la rabia, murmuró, maldijo y llegó como pudo hasta el garaje, donde encontró las ventanas, la escalera y las herramientas para realizar el trabajo. Van a sentir mucha culpa y lástima cuando me caiga de la escalera y me rompa el cuello. Pero el joven no se cayó. Poco a poco recorrió toda la casa y terminó el oficio asignado. Así se cumplió la meta del padre. Juan por fin se dio cuenta de que aún podía trabajar y empezó a reconstruir su vida poco a poco. Años más tarde se enteró de algo más que había sucedido ese día. Al contarle este detalle a Bill, sus ojos apagados se empañaron. «Después supe que en ningún momento, durante todo aquel día, mi padre se apartó de mi lado más que 2 o 3 metros de distancia». El padre no tenía la más mínima intención de permitir que su hijo desfalleciera y cayera. Continuará...
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