ACÉRCATE SEDIENTO Parte 97

 


ACÉRCATE SEDIENTO Parte 97

Cuarta parte: Recibe Su Amor

QUINCE: ¿Has oído el portazo en tu celda?

En ese caso, las dudas empezaron a desvanecerse tan pronto oyó la voz. Jesús llamó a sus amigos y los urgió a lanzar sus redes por el lado derecho de la barca. El hecho de que no reconocieran a Jesús no les impidió intentarlo. Después que sacaron un montón de peces, Juan reconoció al Maestro. «¡Es el Señor!» (Juan 21.7). Pedro a duras penas alcanzó a ceñirse la ropa antes de saltar al agua y nadar hacia Cristo. Al rato los dos estaban, quién lo pensaría, junto al fuego. Pedro había negado a Cristo junto al primer fuego, pero no pudo negar el amor de Cristo en esta ocasión. Tal vez Pedro le contó esta historia a Pablo. De pronto al terminar de contarla, Pablo se secó una lágrima y dijo: «Estoy convencido. Nada puede separarnos del amor de Dios». «Niega a Jesús», testificó Pedro, «y Él no dejará de amarte». «Duda de Jesús», podría añadir Tomás, «y el resultado es el mismo». Tomás tenía sus dudas. No le importó que diez pares de ojos hubieran visto a Jesús resucitado, o que las mujeres que lo habían visto en la tumba le vieron entrar al aposento. Que celebren y aplaudan todo lo que quieran, Tomás se iba a sentar a esperar. No estaba en el aposento cuando Jesús se hizo presente. Tal vez había salido a comprar pan, o su muerte le dio más duro que a los demás. En una de las cuatro ocasiones que es citado en las Escrituras, Tomás declara: «Vamos también nosotros, para que muramos con él» (Juan 11.16). Tomás estaba dispuesto a morir por Cristo. Con toda seguridad moriría por la oportunidad de ver al Cristo resucitado, pero no iba a dejarse engatusar. Ya había sepultado una vez sus esperanzas y era suficiente. No las iba a enterrar otra vez por un simple «embeleco». Sin importar qué dijeran los demás, él necesitaba verlo con sus propios ojos. Por eso quedó sentado durante siete días. Otros se regocijaron y él se aguantó las ganas. Celebraron mientras él permaneció en silencio. Tomás necesitaba evidencia de primera mano y por eso Jesús se la dio.

Primero una mano, luego la otra y después el costado atravesado. «Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente» (Juan 20.27). Tal cual lo hizo Tomás. «¡Señor mío, y Dios mío!» (v. 28). Solo un Dios podría volver de los muertos, y solo un Dios de amor podría volver para verse con un desconfiado como él. Deserta de Dios y Él todavía te amará. Niega a Dios y Él no te dejará de amar. Duda de Dios y Él seguirá amándote. Pablo estaba convencido. ¿Lo estás tú? ¿Tienes convicción de que nunca has vivido un día sin ser amado? Ni uno solo. Sin haber recibido amor. ¿Aquellas veces en que desertaste de Cristo? Él te amó entonces. Te escondiste de Él y vino a buscarte. ¿Qué decir de aquellas ocasiones en las que negaste a Cristo? Aunque le pertenecías decidiste pasarla en malas compañías y cuando su nombre salió a flote, tú maldijiste como un marinero ebrio. Dios te permitió oír el canto de gallo de tu conciencia y sentir el ardor de las lágrimas, pero nunca se apartó de ti. Tus negaciones no pueden disminuir su amor. Continuará...


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