ACÉRCATE SEDIENTO Parte 98
Cuarta parte: Recibe Su Amor
QUINCE: ¿Has oído el portazo en tu celda?
Tampoco pueden hacerlo tus dudas, y sí que las has tenido. Es posible que las tengas ahora mismo. Hay mucho que no podemos conocer y que tal vez nunca sepamos, pero ¿no podemos estar seguros de esto? Las dudas no separan a los que las tienen del amor de Dios. La puerta de la celda nunca ha sido cerrada. Las reservas del amor de Dios nunca se desocupan. «Porque como la altura de los cielos sobre la tierra, engrandeció su misericordia sobre los que le temen» (Salmo 103.11). La gran noticia de la Biblia no es que tú amas a Dios sino que Él te ama. No que tú puedes conocer a Dios ¡sino que Él ya te conoce! Él ha tatuado tu nombre en la palma de su mano. Sus pensamientos acerca de ti son más numerosos que la arena en la playa. Tú nunca sales de su mente ni te pierdes de su vista. Él ve lo peor de ti y no deja de amarte. Tus pecados de mañana y tus fallas del futuro no lo tomarán por sorpresa pues los ve ahora mismo. Cada día y cada hecho de tu vida ha pasado delante de sus ojos y ha sido calculado conforme a su criterio. Él te conoce mejor de lo que tú te conoces y ha pronunciado su veredicto: Todavía te ama. Ningún descubrimiento lo decepcionará, ninguna rebelión lo disuadirá.
Él te ama con amor eterno. Escribí partes de este capítulo mientras me hospedé en un hotel de la Florida. Una mañana temprano pasé un rato sentado cerca de una piscina de tamaño olímpico. Tras leer los versículos que acabas de leer, levanté la mirada para ver a un ave que bajó del cielo y se paró al borde del agua. Metió el pico en la piscina, tomó agua y se fue volando. «¿Es esa una imagen de tu amor?», le pregunté a Dios. La cantidad de agua que tomó no redujo el nivel de la piscina. Tus pecados y los míos no bajan el nivel de amor de Dios. El descubrimiento más grande en el universo es el amor más grande que hay en el universo: El amor de Dios. Nada podrá jamás separarnos de su amor (Romanos 8.39). Piensa en lo que esas palabras significan. Es posible que te separes de tu cónyuge, de tus padres, de tus hijos, de tu cabello, etc., pero nunca jamás podrás separarte del amor de Dios. Acércate a la fuente de su amor y bebe sin reparos. Tal vez tardes un poco en sentir la diferencia. Las bebidas ocasionales no humedecen al corazón evaporado como los sorbos constantes y profundos. Tan pronto te llenes de su amor, nunca serás la misma persona. Pedro nunca lo fue, él cambió su barca por un púlpito y nunca miró atrás. Los discípulos tampoco. Los mismos hombres que corrieron despavoridos en el huerto recorrieron el mundo armados de fe y valor. Tomás nunca fue el mismo. Si las leyendas son ciertas, él llevó la historia del amor de Dios hacia los desconfiados y desertores hasta la India, donde al igual que sus amigos y su Salvador, murió por causa del amor. El temor del amor perdido angustió al joven Alfred, pero el gozo del amor hallado cambió a los discípulos. Es mi oración que seas cambiado(a). La próxima vez que temas haber oído un portazo en la celda, recuerda: «Nada puede jamás separarnos de su amor» (Romanos 8.39).
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