Cuarta parte: Recibe Su Amor
DIECISÉIS: Enfrenta sin temor la eternidad
Boca seca. Manos húmedas. El pulso retumba como el bombo de una banda en plena marcha. Los ojos lanzan miradas por encima de los hombros. El corazón se sube a la garganta. Tú sabes lo que se siente. Conoces el momento y sabes con exactitud lo que significa ver por el espejo retrovisor las luces intermitentes y cegadoras de la patrulla de policía. ¿Cuál es tu primera reacción? Tu vida de oración pega un tremendo salto. «Ay Señor, sácame de esta». «Dios mío, ten misericordia de mí, pecador». Los agentes de policía han suscitado más oraciones que varios millares de púlpitos.
Nuestras peticiones son unánimes, predecibles y ante todo egoístas. «Ojalá sea porque hay un accidente más adelante». «Señor, ¿ves al muchacho que conduce la furgoneta roja? Manda al oficial a seguirlo a él». No obstante, así no es como sucede. La ventana trasera se llena de luces rojas y blancas, linternas poderosas y luces de parqueo, y mientras te detienes al lado de la carretera, se da inicio a tu segunda reacción. Las oraciones dirigidas al cielo ahora se convierten en pensamientos revisionistas. ¿Qué hice mal? ¿Qué tan rápido iba? ¿Maté a algún perro? Un oficial de carreteras del tamaño de Arnold Schwarzenegger hace su aparición junto al espejo de la puerta, así que ni te atrevas a mover un dedo porque si lo haces, lanzará su mano hacia el cinturón para tantear su revólver y te dirá: «Quédese dentro del vehículo, por favor». Tu mejor opción es volver a la oración. Solo Dios puede ayudarte ahora. Todos sentimos pavor de pasar experiencias como esa. ¿Recuerdas al profesor o la profesora que te mandó salir del salón de clase? ¿Aquella ocasión en la que tu papá te oyó salir por la ventana del cuarto pasada la medianoche? Cuando mi hija mayor era pequeña, la sorprendí cometiendo una leve infracción. Continuará...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario