APLAUSO DE CIELO 25 PARTE

 


APLAUSO DE CIELO 25 PARTE

…PORQUE EL REINO DE LOS CIELOS ES DE ELLOS.

4: EL REINO DEL ABSURDO

De sangre azul y ojos salvajes, este joven celote estaba decidido a mantener la pureza del reino, y eso significaba mantener fuera a los cristianos. Marchaba por las campiñas como un general exigiendo que los judíos apartados saludasen la bandera de la madre patria o besaran a sus familias y despidieran sus esperanzas. Todo esto se detuvo, sin embargo, en la orilla de una carretera. Armado de citaciones, esposas y una comitiva, Pablo iba rumbo a Damasco en camino a hacer un poco de evangelismo personal. Fue entonces cuando alguien prendió de golpe las luces del estadio, y oyó la voz. Cuando descubrió de quién era la voz, su mandíbula golpeó contra el suelo, seguida de su cuerpo. Se preparó para lo peor. Sabía que todo había acabado. Sintió la soga al cuello. Olía las flores del carro fúnebre. Rogaba que la muerte fuese rápida e indolora. Pero lo único que recibió fue silencio y lo primero de una vida de sorpresas. Acabó desorientado y confuso en un dormitorio prestado. Dios lo dejó allí durante unos días con los ojos cubiertos de escamas tan gruesas que sólo podía mirar a su interior. Y no le agradó lo que vio. Se vio tal cual era, según sus propias palabras, el peor de los pecadores.  Un legalista. Un aguafiestas. Un fanfarrón que declaraba haber dominado el código de Dios. Un justiciero que pesaba la salvación en una balanza de platillos.

Fue entonces que lo encontró Ananías. No tenía mucho que ver, desfigurado y vacilante al cabo de tres días de agitación. El aspecto de Sarai tampoco decía mucho, ni el de Pedro. Pero lo que tienen en común los tres dice más que un volumen de teología sistemática. Pues cuando ellos se rindieron. Dios entró en escena, y el resultado fue un viaje en montaña rusa directamente al reino. Pablo estaba un paso adelante del joven dirigente rico. Sabía que no debía negociar con Dios. No presentó excusa alguna; sólo suplicó misericordia. A solas, en la habitación, con sus pecados en su conciencia y sangre en sus manos, pidió ser lavado. Vale la pena leer las instrucciones de Ananías a Pablo: «¿Qué esperas? Levántate, bautízate y lava tus pecados, invocando su nombre».  No hizo falta que se lo dijesen dos veces. Saulo el legalista fue enterrado, y nació Pablo el libertador. Después de eso nunca volvió a ser el mismo. Tampoco el mundo lo fue. Continuará...


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