APLAUSO DE CIELO 27 PARTE

 


APLAUSO DE CIELO 27 PARTE

DICHOSOS… LOS QUE LLORAN…

5. LA PRISIÓN DEL ORGULLO

En comparación con las celdas brasileñas, esta no estaba tan mal. Había un ventilador sobre la mesa. Cada una de las camas gemelas tenía un delgado colchón y una almohada. Había un inodoro y un lavatorio. No, tan mal no estaba. Pero, por otro lado, no era yo quien debía permanecer allí. Aníbal sí. Estaba ahí para quedarse. Más sorprendente aun que su nombre era el hombre mismo. El ancla tatuada en su antebrazo simbolizaba su personalidad: hierro forjado. Su amplio tórax estiraba su camisa. El movimiento más leve de su brazo abultaba sus bíceps. Su rostro tenía aspecto de cuero tanto por la textura como por el color. Su mirada penetrante podía ampollar a un adversario. Su sonrisa era una explosión de dientes blancos. Pero hoy la mirada penetrante se había ido y la sonrisa era forzada. Aníbal no se encontraba en las calles donde era el jefe; estaba en una cárcel donde era un prisionero.

Había matado a un hombre, un «delincuente del vecindario», como lo llamaba Aníbal, un adolescente inquieto que vendía marihuana a los niños en las calles y fastidiaba a todos con su hablar. Una noche, el vendedor de drogas se excedió con sus palabras y Aníbal decidió silenciarlo. Se había ido del bar atestado donde ambos habían discutido, fue a su casa, sacó una pistola de un cajón y regresó al bar otra vez. Aníbal entró y llamó al muchacho por su nombre. El vendedor de drogas se volteó justo a tiempo para recibir una bala en el corazón. Aníbal era culpable. Punto. Su única esperanza era que el juez estuviese de acuerdo en que le había hecho un favor a la sociedad al desembarazarse de un problema del vecindario. En un mes sería sentenciado. Conocí a Aníbal por medio de un amigo cristiano, Daniel. Aníbal había levantado pesas en el gimnasio de Daniel. Este le había regalado una Biblia y lo había visitado varias veces. Continuará...


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