APLAUSO DE CIELO 29 PARTE

 


APLAUSO DE CIELO 29 PARTE

DICHOSOS… LOS QUE LLORAN…

5. LA PRISIÓN DEL ORGULLO

La respuesta condicional me dejó un gusto amargo en la boca. —Usted no es quien establece las reglas —le dije—. No se trata de un contrato que usted negocia antes de firmarlo. Es un regalo… ¡un regalo inmerecido! Pero para poder recibirlo, hace falta que reconozca que lo necesita. —Está bien. Pasó sus gruesos dedos por su cabello y se puso de pie. —Pero no crea que va a verme en la iglesia los domingos. Suspiré. ¿Cuántos golpes en la cabeza es necesario que reciba un hombre para que pida ayuda? Al observar a Aníbal caminar de un lado a otro de la pequeña celda, comprendí que su verdadera prisión no estaba construida con ladrillos y argamasa, sino de orgullo. Había sido encarcelado dos veces. Una por asesinato y otra por obstinación. Una vez por su país y otra por sí mismo. La prisión del orgullo. Para la mayoría de nosotros no ocurre de manera tan declarada como en el caso de Aníbal, pero las características son las mismas. El labio superior siempre está rígido. El mentón siempre protubera hacia adelante, y el corazón es igual de duro.

La prisión de orgullo se llena de hombres autosuficientes y mujeres decididos a levantarse por sí mismos, con los cordones de sus botas, aunque se caigan de nalgas. No importa lo que hayan hecho, ni a quién se lo hayan hecho, ni dónde acabarán; sólo importa que «Lo hice a mi manera». Usted ha visto a los prisioneros. Ha visto al alcohólico que no reconoce su problema. O a la mujer que rehúsa hablar con alguien acerca de sus temores. Ha visto al hombre de negocios que se niega rotundamente a recibir ayuda, aun cuando sus sueños se desmoronen. Tal vez lo único que necesita hacer para ver tal prisionero es mirar al espejo. «Si confesamos nuestros pecados. Él es fiel y justo».  La palabra más grande en las Escrituras bien podría ser esa de dos letras, si. Pues la confesión de pecados —reconocer las fallas— es justamente lo que rehúsan hacer los prisioneros del orgullo. Usted conoce el dicho: «Bueno, tal vez no sea perfecto, pero soy mejor que Hitler y ¡por cierto más bondadoso que Idi Amin!» Continuará...


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