APLAUSO DE CIELO 31 PARTE

 


APLAUSO DE CIELO 31 PARTE

DICHOSOS… LOS QUE LLORAN…

5. LA PRISIÓN DEL ORGULLO

Y esta noche, Pedro sabe que está en dificultades. Los vientos rugen sobre el mar de Galilea como un halcón sobre una rata. Los relámpagos zigzaguean por el cielo oscuro. Las nubes vibran con el trueno. La lluvia suena y va aumentando en intensidad golpeando contra la cubierta hasta que todos los que están a bordo están empapados y tiritando. Olas de tres metros de altura los levantan para luego bajarlos de golpe con una fuerza que estremece los huesos. Estos hombres empapados no parecen un equipo de apóstoles que está a sólo una década de cambiar al mundo. No tienen aspecto de ser un ejército que marchará hasta los confines de la tierra para cambiar el rumbo de la historia. No parecen ser una banda de pioneros que pronto pondrá al mundo patas arriba. No, más bien parecen un puñado de marineros temblorosos que se preguntan si la próxima ola será la última. Y puede estar seguro de una cosa. El que tiene los ojos más abiertos es el que tiene los bíceps más grandes: Pedro. Ya ha visto estas tormentas. Ha visto los despojos de naufragio y los cuerpos hinchados que llegaban flotando hasta las costas. Sabe lo que puede hacer la furia del viento y de las olas. Y sabe que los momentos como este no son apropiados para tratar de destacarse; son momentos adecuados para solicitar ayuda. Es por eso que cuando ve a Jesús caminar sobre el agua hacia la barca, es el primero en decir: «Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas». 

Ahora bien, algunos dicen que esta declaración es un simple pedido de verificación. Pedro, sugieren ellos, desea probar que la persona que ven verdaderamente es Jesús o no. Bruner lo dice de manera admirable: «Dios ayuda a aquellos que no pueden ayudarse a sí mismos y ayuda a quienes tratan de ayudar a otros, pero en ninguna bienaventuranza ayuda a aquellos que piensan poder ayudarse a si mismos[…] un concepto a menudo profano y antisocial".  Mateo 14.28 . cualquiera que salió a pasear cruzando un mar embravecido en medio de la noche. (Uno debe ser bien precavido, ¿no le parece?)De modo que Pedro consulta sus notas, se quita los anteojos, despeja la garganta y formula una pregunta que cualquier buen abogado plantearía: «Ejem, Jesús, si fuese tan amable de demostrar su poder y probar su divinidad mandándome a caminar sobre el agua con usted, le quedaría sumamente agradecido». Continuará...


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