APLAUSO DE CIELO 47 PARTE

 


APLAUSO DE CIELO 47 PARTE

DICHOSOS… LOS QUE TIENEN HAMBRE Y SED DE JUSTICIA…

9: UNA SED SACIADA

Empezó a tener alucinaciones. Sus pensamientos divagaban. Un sueño misericordioso ocasionalmente la liberaba del horror de su entierro, pero el sueño era breve. Siempre había algo que la despertaba: el frío, el hambre, o —casi siempre— la voz de su hija. «Mami, tengo sed». En algún momento de esa noche eterna, Susanna tuvo una idea. Recordó un programa de televisión acerca de un explorador en el Ártico que se estaba muriendo de sed. Su camarada se cortó la mano y le dio a su amigo su sangre. «No tenía agua, ni jugo de frutas, ni líquido alguno. Fue entonces que recordé que tenía mi sangre». Con sus dedos adormecidos del frío, tanteó hasta encontrar un pedazo de vidrio roto. Se hizo un corte en el dedo índice izquierdo y se lo dio a su hija para que lo chupara. Las gotas de sangre no fueron suficientes. «Por favor, mami, más. Córtate otro dedo». Susanna no tiene idea de cuántas veces se cortó. Sólo sabe que si no lo hubiese hecho, Gayaney habría muerto. Su sangre era la única esperanza para su hija.

«Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre», explicó Jesús, levantando el vino.  La declaración debe haber dejado perplejos a los discípulos. Se les había enseñado la historia del vino de la Pascua. Simbolizaba la sangre del cordero con que los israelitas, que tiempo atrás eran esclavos en Egipto, pintaron los dinteles de las puertas de sus casas. Esa sangre había alejado a la muerte dé sus hogares y salvado a sus primogénitos. Había ayudado a librarlos de las garras de los egipcios. Durante miles de generaciones los judíos habían conmemorado la Pascua sacrificando corderos. Cada año la sangre era derramada y cada año se celebraba la liberación. La ley exigía el derramamiento de la sangre de un cordero. Eso bastaba. Bastaba para cumplir con la ley. Bastaba para satisfacer el mandato. Bastaba para justificar la justicia de Dios. Pero no bastaba para quitar el pecado. «Porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados».  Los sacrificios ofrecían soluciones temporales, pero sólo Dios podía ofrecer la solución eterna. Así que lo hizo. Continuará...


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