APLAUSO DE CIELO 48 PARTE


 APLAUSO DE CIELO 48 PARTE

DICHOSOS… LOS QUE TIENEN HAMBRE Y SED DE JUSTICIA…

9: UNA SED SACIADA

Bajo los escombros de un mundo caído, se atravesó las manos. Entre los despojos del naufragio de una humanidad colapsada, se abrió el costado. Sus hijos estaban atrapados, por lo que dio su sangre. Era lo único que tenía. Sus amigos se habían ido. Su fuerza estaba menguando. A sus pies, habían echado suertes para repartirse sus posesiones. Incluso su Padre había apartado su rostro. Su sangre era lo único que tenía. Pero su sangre bastó. «Si alguno tiene sed», dijo una vez Jesús, «venga a mí y beba».  No nos resulta fácil reconocer nuestra sed. Hay fuentes falsas que calman nuestras ansias con azucarados tragos de placer. Pero llega un momento en que ello no satisface. Llega una hora oscura en la vida de cada uno en la que el mundo se derrumba y quedamos atrapados bajo el escombro de la realidad, ardiendo de sed y muriendo. Algunos preferirían morir antes que reconocerlo. Otros lo reconocen y escapan a la muerte. «Dios, necesito ayuda». Así vienen los sedientos. Conformamos un grupo andrajoso, unidos por sueños rotos y promesas incumplidas. Fortunas que nunca fueron amasadas. Familias que nunca fueron fundadas. Promesas que nunca fueron cumplidas. Niños con los ojos abiertos de miedo atrapados en los sótanos de nuestros propios fracasos. Y estamos muy sedientos.

No sed de fama ni de posesiones, ni de pasión ni de romance. Hemos bebido de esos estanques. Son agua salada en el desierto. No sacian… matan. «Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia[…]» Justicia. Ahí está. Eso es lo que anhelamos. Estamos sedientos de una conciencia limpia. Deseamos hacer borrón y cuenta nueva. Anhelamos empezar de cero. Rogamos que llegue una mano y se introduzca en la oscura caverna de nuestro mundo haciendo por nosotros lo que nosotros mismos no podemos hacer: arreglarnos nuevamente.  «Mami, tengo tanta sed», suplicaba Gayaney. «Fue entonces que recordé que tenía mi propia sangre», explicó Susanna. Entonces la mano fue cortada, la sangre derramada y la criatura salvada. «Dios, tengo tanta sed», rogamos. «Es mi sangre, la sangre del nuevo pacto», declaró Jesús, «derramada para librar a muchos de sus pecados»  Entonces la mano fue atravesada, la sangre derramada, y los hijos salvados. «No basta que sólo deseemos justicia a menos que nos mueva una verdadera hambre de ella», 


No hay comentarios.:

Publicar un comentario