APLAUSO DE CIELO 51 PARTE
…PORQUE SERÁN SACIADOS
10: LA VIDA EN LA FOSA
Me desplacé a través de las pelotas hasta donde estaban mis dos ángeles, las separé, puse una debajo de cada brazo, y las llevé hasta el centro de la fosa. Las dejé junto a la mesa (los demás niños se alejaron corriendo cuando me vieron venir). Después marché de regreso hasta el costado de la fosa y me senté. Al contemplar a las niñas mientras jugaban con las pelotas, me pregunté: «¿Qué es lo que lleva a los niños a inmovilizarse aferrándose tan fuertemente a los juguetes?» Sentí una punzada al aparecer una respuesta. «Sea lo que fuere, lo aprendieron de sus padres». La determinación de Andrea de mantener agarradas esas pelotas no es nada comparado con la forma que tenemos de prendernos a la vida. Si usted piensa que era difícil la tarea de Jenna de quitarle las pelotas a su hermana Andrea, intente hacernos soltar nuestros tesoros terrenales. Trate de quitarle a una persona de cincuenta y cinco años su cuenta de jubilación. O trate de convencer a un joven profesional con éxito para que ceda su BMW. O pruebe su suerte con el guardarropas de alguna persona fascinada por su vestuario. Por nuestra manera de aferramos a nuestras posesiones y centavos, se diría que no podemos vivir sin ellos. Eso duele. La promesa de Jesús es amplia: «Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados». Casi siempre obtenemos aquello de lo cual tenemos hambre y sed. El problema es que los tesoros de la tierra no satisfacen. La promesa es que los tesoros del cielo sí satisfacen.
Dichosos, entonces, los que sostienen sus posesiones terrenales en palmas extendidas. Dichosos los que, si todo lo que poseen les fuese quitado, a lo sumo les causaría un inconveniente, porque su verdadera riqueza está en otra parte. Dichosos los que dependen totalmente de Jesús para su gozo. «Andrea», suplicaba su padre, «hay pelotas de sobra con las cuales poder jugar junto a la mesa. Concéntrate en caminar». «Max», suplica el Padre celestial, «hay más riquezas de las que te puedas imaginar en la mesa del banquete. Concéntrate en caminar». Nuestra resistencia a nuestro Padre es tan infantil como la de Andrea. Dios, por nuestro propio bien, intenta hacernos soltar algo que nos hará caer. Pero no aflojamos. «No, no dejaré de acudir a mi encuentro de fin de semana para obtener gozo eterno». «¿Cambiar una vida adicta a drogas y alcohol por una de paz y una promesa del cielo? ¿Está bromeando?» «No quiero morir. No quiero un cuerpo nuevo. Quiero este. No me importa que esté gordo, se esté quedando pelado y su destino sea la descomposición. Quiero este cuerpo». Y allí yacemos, sumergidos en la fosa, aferrados desesperadamente a las mismas cosas que nos causan aflicción. Es asombroso que el Padre no se rinda.
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