APLAUSO DE CIELO 79 PARTE
DICHOSOS… LOS PERSEGUIDOS POR CAUSA DÉ LA JUSTICIA…
16: EL CALABOZO DE LA DUDA
Era un hijo del desierto. Cara apergaminada. Piel bronceada. Vestimenta hecha de pieles de animales. Lo que poseía cabía en un bolsillo. Sus paredes eran las montañas y su techo las estrellas. Pero ya no. Su frontera fue encerrada por paredes, su horizonte está oculto. Las estrellas son recuerdos. El aire fresco casi ha sido olvidado. Y el hedor del calabozo recuerda implacablemente al hijo del desierto que ahora es un cautivo del rey. Al parecer de cualquiera, Juan el Bautista se merece mejor trato que este. Al fin y al cabo, ¿no es acaso el mensajero que va delante de Cristo? ¿Acaso no es pariente del Mesías? En última instancia, ¿no es suya la valiente voz del arrepentimiento? Pero recientemente, esa voz, en vez de abrir la puerta de la renovación, ha abierto la puerta a su propia celda de prisión. Los problemas de Juan comenzaron cuando le llamó la atención a un rey.
En un viaje a Roma, el rey Herodes sucumbió a la seducción de la esposa de su hermano, Herodías. Decidiendo que a Herodías le convenía más estar casada con él, Herodes se divorció de su esposa y trajo a su cuñada a vivir con él. Los columnistas de chismes estaban fascinados, pero Juan el Bautista estaba enfurecido. Saltó sobre Herodes como un escorpión del desierto, y llamó al matrimonio por su nombre: adulterio. Herodes probablemente lo habría ignorado. Pero no así Herodías. Esta seductora y sensual mujer no tenía intención de que quedara expuesta su condición de trepadora social. Le dijo a Herodes que quitara a Juan del circuito de conferencias y lo echara al calabozo. Herodes dio vueltas y demoró hasta que ella susurró y lo sedujo. Entonces Herodes cedió. Pero eso no fue suficiente para su amante. Hizo que su hija se paseara delante del rey y sus generales en una fiesta. Herodes, que se dejaba engañar tan fácilmente cuando se emocionaba, prometió hacer cualquier cosa por la linda jovencita vestida con taparrabos. —¿Cualquier cosa? —Lo que pidas —dijo él baboseando. Continuará...
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