APLAUSO DE CIELO 87 PARTE


 APLAUSO DE CIELO 87 PARTE

…PORQUE EL REINO DÉ LOS CIELOS ES DE ELLOS.

17: EL REINO POR EL QUE VALE LA PENA MORIR

Ingersoll murió repentinamente. La noticia de su muerte dejó aturdida a su familia. Su cuerpo permaneció en su casa durante varios días porque su esposa no quería separarse de él. Finalmente fue quitado por el bien de la salud de la familia. Los restos de Ingersoll fueron cremados, y la respuesta del público a su fallecimiento fue sumamente lúgubre. Para haber sido un hombre que ponía todas sus esperanzas en este mundo, la muerte resultó trágica y se presentó sin el consuelo de la esperanza[…] El legado de Moody fue diferente. El 22 de diciembre de 1899, Moody se despertó para ver su último amanecer invernal. Como durante la noche su debilidad había ido en aumento, se expresaba con palabras lentas y medidas. «¡La tierra retrocede, el cielo se abre delante de mí!» Su hijo Will, que estaba cerca, cruzó rápidamente la habitación para estar junto a su padre. «Padre, estás soñando», dijo él. «No. Esto no es sueño, Will», dijo Moody. «Es hermoso. Es como un trance. Si esta es la muerte, es dulce. Dios me está llamando, y debo ir. No pidas que regrese».

En ese instante, la familia se reunió en derredor de él, y momentos después el gran evangelista falleció. Fue su día de coronación, un día que había aguardado con expectativa durante muchos años. Estaba con su Señor. El servicio del funeral de Dwight L. Moody reflejó esa misma confianza. No hubo desesperanza. Los seres queridos se reunieron para cantar alabanzas a Dios en un triunfal culto de ida al hogar. Muchos recordaron las palabras que el evangelista había expresado a George Sweeting y Donald Sweeting, a  principios de ese año en la ciudad de Nueva York: «Algún día leerán en los diarios que Moody está muerto. No vayan a creer una palabra de lo que lean. En ese momento estaré más vivo de lo que ahora estoy[…] Nací de la carne en 1837, nací del Espíritu en 1855. Lo que es nacido de la carne posiblemente muera. Lo que es nacido del Espíritu vivirá para siempre».  Jesús miró a los ojos de los seguidores de Juan y les dio este mensaje. «Cuéntenle a Juan[…] los muertos resucitan». Jesús no desconocía el encarcelamiento de Juan. No estaba ciego a la cautividad de Juan. Pero estaba tratando con un calabozo mayor que el de Herodes; estaba tratando con el calabozo de la muerte. Continuará...


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