APLAUSO DE CIELO 95 PARTE

 


APLAUSO DE CIELO 95 PARTE

ALÉGRENSE Y ESTÉN CONTENTOS, PORQUE ES GRANDE

SU RECOMPENSA…

18: APLAUSO DEL CIELO

Pero cuando pienso en alguien que me enjugaba las lágrimas, pienso en mi papá. Sus manos eran callosas y fuertes, sus dedos cortos y regordetes. Y cuando mi padre secaba una lágrima, parecía secarla para siempre. Había algo en su toque que no sólo quitaba la lágrima de dolor de mi mejilla. También me quitaba el temor. Juan dice que algún día Dios le enjugará todas las lágrimas. Las mismas manos que extendieron los cielos tocarán sus mejillas. Las mismas manos que formaron las montañas le acariciarán el rostro. Las mismas manos que se retorcieron en agonía al ser traspasadas por el clavo romano algún día le tomarán la cara y le enjugarán toda lágrima. Para siempre. Cuando uno piensa en un mundo donde no habrá motivo para llorar, nunca, ¿acaso no le dan ganas de ir a casa?

«Ya no habrá muerte», declara Juan. ¿Lo puede imaginar? ¿Un mundo sin coches fúnebres ni morgues, ni cementerios, ni lápidas? ¿Se imagina un mundo donde no se tiren paladas de tierra sobre los féretros? ¿Sin nombres grabados en mármol? ¿Sin funerales? ¿Sin vestidos negros? ¿Sin arreglos florales negros? Así como uno de los gozos del pastorado es ver a una novia que desciende por la nave central, una de las tristezas es ver un cuerpo dentro de un cajón reluciente frente al pulpito. Nunca resulta sencillo decir adiós. Nunca es fácil partir. La tarea más difícil de este mundo es dar un beso final a unos labios fríos que no pueden responder con un beso. Lo más difícil de este mundo es decir adiós. En el mundo que ha de venir, Juan dice que nunca se dirá «adiós». Dígame: ¿Acaso no le dan ganas de ir a casa?  Las palabras más esperanzadoras de ese pasaje de Apocalipsis son las que expresan el propósito de Dios: «¡Yo lo hago todo nuevo!» Es difícil ver cómo las cosas envejecen. La ciudad en la que crecí está envejeciendo. Continuará...


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