JOB Y SUS AMIGOS Parte cuatro

 


JOB Y SUS AMIGOS 

1- PROSPERIDAD Y ORGULLO DE JOB

Parte cuatro 

Siempre es así en este pobre mundo, falso y engañoso; y bueno es percatarse de ello. Todos, tarde o temprano, terminarán descubriendo la hipocresía de este mundo; la veleidad de aquellos que están prestos a exclamar un día: “¡Hosanna!”, y al otro día: “¡Crucifícale!”. No se debe confiar en el hombre. Todo marcha perfectamente bien mientras el sol brilla; aguardemos, empero, que vengan las heladas ráfagas del viento invernal, y veamos entonces hasta dónde podemos confiar en las altisonantes promesas y declaraciones de la naturaleza. Mientras el «hijo pródigo» tuvo bienes en abundancia para dilapidar, se halló rodeado de multitudes de amigos con quienes compartía sus riquezas; mas cuando comenzó a padecer necesidad, “nadie le daba [nada]” (Lucas 15:16). 

Lo mismo ocurrió con Job en el capítulo 30. Sin embargo, hay que tener en cuenta que el despojamiento de uno mismo y el descubrimiento de la hipocresía y la veleidad del mundo no lo es todo. Uno puede experimentar todas estas cosas y no hallar finalmente más que sinsabores y desilusiones; y tal será el resultado seguro si no elevamos nuestra mirada a Dios. Mientras el corazón no encuentre en Dios su plena satisfacción, cualquier cambio adverso de circunstancias lo dejará sumido en la desolación; entonces, el descubrimiento de la veleidad y la hipocresía de los hombres lo llenará de amargura. Ésta es la explicación del lenguaje que Job emplea en el capítulo 30: “Pero ahora se ríen de mí los más jóvenes que yo, a cuyos padres yo desdeñara poner con los perros de mi ganado” (v. 1). ¿Era éste el espíritu de Cristo? ¿Habría hablado así Job al final del libro? Ciertamente que no; ¡Oh, no, querido lector! Una vez que Job se halló en la presencia de Dios, se terminaron el egotismo del capítulo 29 y la amargura del capítulo 30[1].  Empero oigamos todavía más expresiones de desahogo: “Hijos de viles, y hombres sin nombre, más bajos que la misma tierra. Y ahora yo soy objeto de su burla, y les sirvo de refrán. Me abominan, se alejan de mí, y aun de mi rostro no detuvieron su saliva. Porque Dios desató su cuerda, y me afligió, por eso se desenfrenaron delante de mi rostro. A la mano derecha se levantó el populacho; empujaron mis pies, y prepararon contra mí caminos de perdición. Mi senda desbarataron, se aprovecharon de mi quebrantamiento, y contra ellos no hubo ayudador. Vinieron como por portillo ancho, se revolvieron sobre mi calamidad” (v. 8-14).  Ahora bien, todo esto —bien podríamos decir— estaba muy pero muy lejos del blanco. Lamentaciones por una grandeza desvanecida y amargas invectivas contra nuestros semejantes, no servirán de nada para el corazón ni manifiestan para nada el espíritu y la mente de Cristo; como tampoco glorificarán su santo Nombre. Continuará...


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