JOB Y SUS AMIGOS Parte uno


 JOB Y SUS AMIGOS 

1- PROSPERIDAD Y ORGULLO DE JOB 

Parte uno

En la primera hoja de este notable libro vemos al patriarca Job rodeado de todo cuanto podía hacer el mundo agradable a sus ojos, así como de cosas que podían otorgarle un lugar importante en este mundo. “Hubo en tierra de Uz un varón llamado Job; y era este hombre perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal.” Vemos aquí lo que era Job en su vida. Veamos ahora lo que tenía.  “Y le nacieron siete hijos y tres hijas. Su hacienda era siete mil ovejas, tres mil camellos, quinientas yuntas de bueyes, quinientas asnas, y muchísimos criados; y era aquel varón más grande que todos los orientales. E iban sus hijos y hacían banquetes en sus casas, cada uno en su día; y enviaban a llamar a sus tres hermanas para que comiesen y bebiesen con ellos” (v. 2-4). Por último, para completar el cuadro, se nos consigna lo que Job hacía.  “Y acontecía que habiendo pasado en turno los días del convite, Job enviaba y los santificaba, y se levantaba de mañana y ofrecía holocaustos conforme al número de todos ellos. Porque decía Job: Quizá habrán pecado mis hijos, y habrán blasfemado contra Dios en sus corazones. De esta manera hacía todos los días” (v. 5).

Aquí tenemos, pues, un modelo de hombre bastante fuera de lo común. Era perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal. Además, la mano de Dios lo protegía en todo, y derramaba sobre su camino las más ricas bendiciones. Job tenía todo lo que el corazón pudiese desear: hijos, abundancia de riquezas, honor y distinción sobre todos los que le rodeaban. En una palabra, casi diríamos que la copa de su deleite terrenal estaba colmada.  Pero Job necesitaba ser probado. Abrigaba en su corazón una profunda raíz moral que tenía que ser sacada a la luz; una justicia propia que tenía que salir a la superficie y ser juzgada. Podemos, en efecto, vislumbrar esta raíz en los versículos que acabamos de leer. Él dice: “Quizá habrán pecado mis hijos” (v. 5). No parece haber contemplado la posibilidad de que él mismo haya cometido algún pecado. Un alma que realmente se ha juzgado a sí misma, un alma quebrantada ante Dios, verdaderamente consciente de su propio estado, de sus tendencias e incapacidades, habría pensado en sus propios pecados y en la necesidad de ofrecer un holocausto por sí misma. Continuará...

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