JOB Y SUS AMIGOS parte 27

 


JOB Y SUS AMIGOS parte 27

2:DISCURSOS DE LOS AMIGOS DE JOB

 Sabemos, además, que somos partícipes de la naturaleza divina; que tenemos el Espíritu Santo que mora en nosotros; que somos miembros del cuerpo de Cristo, de su carne y de sus huesos; que somos llamados a andar así como él anduvo; que somos herederos de su gloria, herederos de Dios y coherederos con Cristo.  Ahora bien, ¿qué sabía Job de todo esto? Nada. ¿Cómo podía saber lo que no fue revelado hasta cinco siglos después de él? La medida del conocimiento de Job se pone de manifiesto al leer sus vehementes y conmovedoras palabras al final del capítulo 19: “¡Quién diese ahora que mis palabras fuesen escritas! ¡Quién diese que se escribiesen en un libro; que con cincel de hierro y con plomo fuesen esculpidas en piedra para siempre! Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha ésta mi piel, en mi carne he de ver a Dios; al cual veré por mi mismo, y mis ojos lo verán, y no otro, aunque mi corazón desfallece dentro de mí” (v. 23-27).  

Éste era el conocimiento de Job —su credo—. En un sentido, su conocimiento era grande; pero, en comparación con el extenso y prominente círculo de verdades en medio del cual tenemos el privilegio de ser introducidos, es muy pequeño. Job miraba adelante, a través de un débil crepúsculo, hacia algo que habría de cumplirse en un porvenir lejano. Nosotros, en cambio, desde el tope de las aguas de la revelación divina, miramos atrás, hacia algo consumado. Job pudo decir de su Redentor que “al fin se levantará sobre el polvo”. Nosotros sabemos que nuestro Redentor, después de haber vivido, trabajado y muerto en la tierra, se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos. En resumidas cuentas, la medida de la luz y de los privilegios de Job no admite comparación con lo que nosotros gozamos; y por eso nosotros tenemos menos excusas para entregarnos a las diversas formas de egotismo o de amor propio que se manifiestan en nosotros. Continuará...


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