JOB Y SUS AMIGOS parte 33


 JOB Y SUS AMIGOS parte 33

2:DISCURSOS DE LOS AMIGOS DE JOB

Pero todas estas miserias no empañan en lo más mínimo el delicado sentimiento moral que se echa de ver en las primeras palabras de Eliú: “Yo soy joven, y vosotros ancianos; por tanto, he tenido miedo, y he temido declararos mi opinión.” Esto siempre estará bien. Siempre es hermoso y agradable que un joven tema declarar su opinión. Podemos perder cuidado que un hombre que posee fuerza moral interior —uno que, como decimos, «la lleva adentro»— jamás procurará tomar la delantera con precipitación; sino, al contrario, cuando se pone adelante, está seguro de que va a ser escuchado con respeto y atención. La modestia en combinación con la fuerza moral comunica un irresistible atractivo al carácter de uno; en tanto que los talentos más espléndidos pierden su brillo a causa de una personalidad confiada en sí misma. “Ciertamente —sigue diciendo Eliú— espíritu hay en el hombre y el soplo del Omnipotente le hace que entienda” (v. 8). Aquí se introduce un elemento completamente diferente. No bien el Espíritu de Dios entra en escena, ya no se trata de una cuestión de juventud ni de vejez, pues Él, para hablar, puede servirse de un joven o de un hombre mayor. “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zacarías 4:6). Esto rige siempre. Fue verdadero para los patriarcas, verdadero para los profetas, verdadero para los apóstoles y es verdadero para nosotros y para todos. No se trata aquí de la fuerza ni del poder humano, sino del Espíritu eterno. 

En esto estriba el secreto del calmo poder de Eliú. Él estaba lleno del Espíritu; y entonces, olvidamos su juventud para prestar oídos a las palabras de peso espiritual y de sabiduría celestial que brotan de sus labios; y ello nos hace recordar a Aquel que hablaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas. Hay una notable diferencia entre un hombre que habla como los oráculos de Dios y otro que habla meramente de forma rutinaria y oficial; entre uno que habla desde el corazón, con la santa unción del Espíritu, y otro que habla desde el intelecto con la autoridad humana. ¿Quién podría estimar debidamente la diferencia entre estas dos cosas? Nadie excepto aquellos que poseen y ejercitan la mente de Cristo. Mas volvamos a las palabras de Eliú: “No son los sabios” —nos dice él— “los de mucha edad, ni los ancianos entienden el derecho [¡gran verdad!]. Por tanto, yo dije: Escuchadme; declararé yo también mi sabiduría. He aquí yo he esperado a vuestras razones, he escuchado a vuestros argumentos, en tanto que buscabais palabras. Os he prestado atención, y he aquí que no hay de vosotros quien redarguya a Job, y responda a sus razones” (v. 9-12). Continuará...


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