JOB Y SUS AMIGOS parte 36

 


JOB Y SUS AMIGOS parte 36

2:DISCURSOS DE LOS AMIGOS DE JOB

Al leer las ardientes palabras de Eliú nos viene forzosamente al pensamiento ese memorable pasaje del capítulo 7 de Juan: “El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva.” Es cierto que Eliú no conocía la gloriosa verdad declarada aquí por nuestro Señor, ya que la misma tuvo su cumplimiento quince siglos más tarde. Pero sí conocía entonces el principio; él poseía el germen de lo que, siglos más tarde, alcanzaría una plena florescencia y madurez. Sabía que para hablar de una manera decidida, incisiva y enérgica, debía hacerlo con el «soplo del Omnipotente». Había escuchado hasta el hartazgo a hombres que dijeron un montón de cosas infructuosas; que dijeron algunas perogrulladas extraídas de su experiencia o de las mustias bodegas de la tradición humana. A Eliú casi se le había agotado la paciencia con todo esto, y entonces se levanta con la energía del Espíritu para dirigirse a sus oyentes como uno que era apto para hablar como oráculo de Dios. 

En esto estriba el gran secreto de la fuerza y del éxito ministerial. “Si alguno habla —dice Pedro— sea como los oráculos de Dios” (1.ª Pedro 4:11; V.M.). No se trata simplemente —nótese con cuidado— de hablar conforme a las Escrituras: algo, seguramente, sumamente importante y esencial. Pero es más que eso. Un hombre puede levantarse y dirigirse a sus semejantes durante una hora, sin pronunciar, a lo largo de todo su discurso, una sola palabra que sea antiescrituraria; y, sin embargo, todo ese tiempo pudo no haber sido oráculo de Dios; pudo no haber sido el portavoz de Dios ni el expositor presente de Sus pensamientos para las almas que lo hayan estado escuchando. Esto es especialmente solemne, y demanda la seria consideración de parte de todos aquellos que son llamados a abrir sus labios en medio del pueblo de Dios. Una cosa es exponer cierta cantidad de conceptos correctos y verdaderos, y muy otra ser el vehículo de comunicación viviente entre el mismísimo corazón de Dios y las almas de Su pueblo. Esto último —y ello solamente— es lo que constituye la esencia del verdadero ministerio. Un hombre que habla como oráculo de Dios llevará la conciencia de sus oyentes a la misma luz de la presencia divina, a tal punto que cada rincón del corazón quedará descubierto, y cada móvil moral tocado. Continuará...


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