JOB Y SUS AMIGOS parte 37

 


JOB Y SUS AMIGOS parte 37

2:DISCURSOS DE LOS AMIGOS DE JOB

He aquí un verdadero ministerio. Todo el que no es así carece de fuerza, de valor y de provecho. Nada puede ser más deplorable y humillante que tener que oír a un hombre que echa mano en forma evidente de sus propios recursos miserables y escasos, o que ofrece al público verdades por conducto ajeno y por pensamientos prestados de otros, como mercader en la feria. Nada mejor para ellos que guardarse en silencio, tanto por sus oyentes como por sí mismos. Pero esto no lo es todo. A menudo podemos oír a un hombre exponiendo ante sus semejantes lo que su propia mente meditó en privado con mucho interés y provecho. Él puede decir verdades, y verdades importantes; pero no la verdad que necesitan las almas de los santos, la verdad para ese momento. En lo que respecta a su tema, habló todo el tiempo conforme a las Escrituras; pero no habló como oráculo de Dios. 

Así pues, que todos aprendamos esta importante lección de la actuación de Eliú; una lección, sin duda, muy necesaria. Algunos pueden sentirse dispuestos a decir que se trata de una lección muy dura y difícil. Pero no; si vivimos en la presencia del Señor, en el sentimiento de que no somos nada y de que él basta para todo, aprenderemos a conocer el precioso secreto de un ministerio eficaz. Sabremos apoyarnos siempre en Dios solamente, para ser, en el buen sentido, independientes de los hombres; podremos entender el significado y la fuerza de las siguientes palabras de Eliú: “No haré ahora acepción de personas, ni usaré con nadie de títulos lisonjeros. Porque no sé hablar lisonjas; de otra manera, en breve mi Hacedor me consumiría” (v. 21-22). Al estudiar el ministerio de Eliú, hallamos en él dos grandes elementos: “La gracia y la verdad.” Ambos eran esenciales para tratar con Job; y, en consecuencia, los dos brillan con extraordinario poder. Eliú le dice a Job y a sus tres amigos muy claramente que no sabe hablar lisonjas, que no sabe dar títulos lisonjeros a los hombres. La voz de la “verdad” llega con gran claridad a los oídos. La verdad pone a cada uno en su propio lugar; y, precisamente por eso, no puede otorgar títulos lisonjeros a un pobre mortal culpable, por mucho que ese mortal fuese gratificado por ellos. El hombre debe ser llevado al conocimiento de sí mismo, a ver su verdadera condición y a confesar lo que realmente es. Esto era precisamente lo que necesitaba Job. Él no se conocía a sí mismo, y sus amigos no pudieron darle este conocimiento. Necesitaba ser conducido a lo profundo; pero sus amigos no pudieron conducirlo allí. Continuará...


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