JOB Y SUS AMIGOS parte 38

 


JOB Y SUS AMIGOS parte 38

2:DISCURSOS DE LOS AMIGOS DE JOB

Necesitaba el juicio de sí mismo; pero sus amigos fueron totalmente incapaces de provocarlo. Eliú comienza, pues, diciéndole a Job la verdad. Presenta a Dios en su verdadero carácter. Esto es precisamente lo que no habían hecho los tres amigos. Sin duda, ellos habían aludido a Dios; pero sus alusiones eran oscuras, distorsionadas y falsas. Esto lo vemos claramente al leer en el capítulo 42:7-8, estas palabras: “Jehová dijo a Elifaz temanita: Mi ira se encendió contra ti y tus dos compañeros; porque no habéis hablado de mí lo recto, como mi siervo Job. Ahora, pues, tomaos siete becerros y siete carneros, e id a mi siervo Job, y ofreced holocausto por vosotros, y mi siervo Job orará por vosotros; porque de cierto a él atenderé para no trataros afrentosamente, por cuanto no habéis hablado de mí con rectitud, como mi siervo Job[4]”. Su falta consistió en que ellos no habían presentado a Dios ante el alma de su amigo, imposibilitando así que Job se juzgara a sí mismo. 

Pero Eliú no cometió ese error. Él siguió un criterio totalmente diferente. Hizo que la luz de la “verdad” actuase sobre la conciencia de Job y, a la vez, derramó el precioso bálsamo de la “gracia” en su corazón, cuando dijo: “Por tanto, Job, oye ahora mis razones, y escucha todas mis palabras. He aquí yo abriré ahora mi boca, y mi lengua hablará en mi garganta. Mis razones declararán la rectitud de mi corazón, y lo que saben mis labios, lo hablarán con sinceridad. El Espíritu de Dios me hizo, y el soplo del Omnipotente me dio vida. Respóndeme si puedes; ordena tus palabras, ponte en pie. Heme aquí a mí en lugar de Dios, conforme a tu dicho; de barro fui yo también formado. He aquí, mi terror no te espantará, ni mi mano se agravará sobre ti” (33:1-7). Con estos acentos, el ministerio de la “gracia” se revela de forma grata y poderosa al corazón de Job. El ministerio de los tres amigos carecía por completo de este excelentísimo ingrediente. Ellos no se mostraban más que dispuestos a «agravar su mano» sobre el pobre Job. Eran jueces implacables, drásticos censores e intérpretes falsos. Podían ver con malos ojos y con frialdad las heridas sufridas por su afligido amigo, y asombrarse de cómo llegaron allí. Consideraban las ruinas de su casa, y llegaban a la dura conclusión de que no eran sino consecuencia de su mala conducta. Contemplaban su desvanecida fortuna y, con inexorable severidad, sacaban la conclusión de que la pérdida de su fortuna se debió a sus faltas. No demostraron ser jueces totalmente imparciales. No comprendieron en absoluto los designios de Dios, ni percibieron toda la fuerza moral de estas importantes palabras: “Jehová prueba al justo” (Salmo 11:5). En una palabra, se extraviaron totalmente. Su punto de vista era falso, y, por ende, todo su campo visual, defectuoso. En su ministerio no había ni “gracia” ni “verdad”, y, por consiguiente, no pudieron redargüir a Job. Lo condenaron —eso sí— pero sin redargüirlo; cuando lo que tendrían que haber hecho era redargüirlo a fin de que se condenara a sí mismo. Continuará...


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