JOB Y SUS AMIGOS
1- PROSPERIDAD Y ORGULLO DE JOB
Parte doce
Job dio muestras de que pudo guardar su integridad; y, si las cosas hubieran terminado aquí, su paciencia en los sufrimientos no habría hecho otra cosa que robustecer las raíces de su propia justicia y alimentar su autosatisfacción. “Habéis oído —dice Santiago— de la paciencia de Job, y habéis visto el fin del Señor, que el Señor es muy misericordioso y compasivo” (Santiago 5:11). Si se hubiera tratado simplemente de una cuestión de la paciencia de Job, él habría tenido así más motivos para seguir confiando en sí mismo, y “el fin del Señor” no se habría alcanzado. Pues — y nunca lo olvidemos— la misericordia y la compasión del Señor sólo pueden ser gustadas por aquellos de espíritu contrito y corazón quebrantado. Ahora bien, Job no podía ser contado entre éstos, por más que estuviera sentado en medio de las cenizas. Él todavía no había quebrado por completo su cerviz delante de Dios. Todavía era el gran hombre —tan grande en sus infortunios como lo fuera en los tiempos de su prosperidad—; tan grande bajo los vientos violentos y erosivos de la adversidad como lo era bajo el sol radiante de sus días mejores y más esplendorosos. El corazón de Job no había sido aún alcanzado. No estaba aún preparado para exclamar: “He aquí que yo soy vil”, ni había aprendido todavía a decir: “Me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza” (40:4; 42:6).
Estamos deseosos de que el lector capte con claridad este punto. Constituye, en gran parte, la clave de todo el libro de Job. El objetivo divino era exponer a los ojos de Job las profundidades de su propio corazón, a fin de que aprendiera a deleitarse en la gracia y la misericordia de Dios, y no en su propia bondad, la cual era “como nube de la mañana, y como el rocío de la madrugada, que se desvanece” (Oseas 6:4). Job era un verdadero santo de Dios; todas las acusaciones de Satanás se desplomaron en su propia cara; no obstante, Job seguía sin ser un vaso vacío y, por ende, no estaba preparado para “el fin del Señor”, ese fin bendito para todo corazón contrito, un fin caracterizado por la misericordia y la compasión. Dios — bendito sea su nombre— no tolerará que Satanás nos acuse; pero Él quiere hacernos ver qué hay en nuestro corazón a fin de que nos juzguemos a nosotros mismos y aprendamos a desconfiar de nuestros propios corazones y a descansar en la inquebrantable firmeza de su gracia. Continuará...
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