DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 1


 DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 1

Introducción

Es fácil seguir los sucesivos pasos que llevaron a establecer un rey en Israel, pues todos aquellos que estudiaron con cierta atención la historia humillante del corazón humano, tal como se presenta en ellos mismos o en otros, se darán fácilmente cuenta de este hecho. El comienzo del primer libro de Samuel presenta un muy solemne e instructivo cuadro de la condición en que se hallaba el pueblo de Israel. El escritor sagrado nos muestra, en la casa de Elcana, un ejemplo notable de Israel según la carne y de Israel según el Espíritu: Elcana tenía “dos mujeres; el nombre de una era Ana, y el de la otra, Penina. Y Penina tenía hijos, mas Ana no los tenía” (1 Samuel 1:2). Así pues, vemos desarrollarse en el círculo familiar de este hombre efrateo, escenas semejantes a las acontecidas mucho tiempo antes, bajo las tiendas de Abraham, entre Sara y Agar. Ana era la mujer estéril, y sentía profundamente su estado, porque “su rival la irritaba, enojándola y entristeciéndola, porque Jehová no le había concedido tener hijos” (v. 6). 

La mujer estéril, en la Escritura, es siempre el tipo de la condición natural del hombre arruinado y sin fuerza, sin ninguna capacidad de hacer nada para Dios, sin la menor energía para llevar fruto, presentando por doquier la muerte y la esterilidad: ésta es la verdadera condición de todo hijo de Adán. Nada puede hacer para Dios ni para sí mismo, en cuanto a su destino eterno. Es, en toda la extensión de la palabra, “débil” (Romanos 5:6), un “árbol seco” (Isaías 56:3), una “retama en el desierto” (Jeremías 17:6). Pero el Señor hizo sobreabundar su gracia en la flaqueza e impotencia de Ana, y puso en su boca un canto de alabanza. La hizo capaz de exclamar: “Mi poder se exalta en Jehová; mi boca se ensanchó sobre mis enemigos, por cuanto me alegré en tu salvación” (1 Samuel 2:1). Plació al Señor alegrar de manera especial a la mujer estéril, puesto que él sólo puede decir: “Regocíjate, oh estéril, la que no daba a luz; levanta canción y da voces de júbilo, la que nunca estuvo de parto; porque más son los hijos de la desamparada que los de la casada, ha dicho Jehová.” (Isaías 54:1). Ana vio estas palabras hechas realidad en ella y, en breve, Israel, ahora desolado, las verá también hacerse realidad, como lo dice el profeta: “Porque tu marido es tu Hacedor; Jehová de los ejércitos es su nombre; y tu Redentor, el Santo de Israel” (Isaías 54:5). Continuará...


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