DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 2


 DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 2

Introducción

El magnífico cántico de Ana es la acción de gracias del alma que reconoce los caminos y los hechos de Dios respecto de Israel. “Jehová empobrece, y él enriquece; abate, y enaltece. El levanta del polvo al pobre, y del muladar exalta al menesteroso, para hacerle sentarse con príncipes y heredar un sitio de honor” (1 Samuel 2:6-8). Es lo que tendrá lugar para este pueblo en los días venideros, pero es lo que disfruta hoy toda alma que, por gracia, es arrancada de su condición pecaminosa, de ruina y perdición, y llevada a gozar de la bendición y la paz en Jesús. El nacimiento de Samuel llenó un gran vacío, no sólo en el corazón de Ana, sino también, sin lugar a dudas, en el de todo fiel israelita que tomaba a pecho los intereses de la casa de Jehová y la pureza de sus ofrendas, todo esto sometido al menosprecio por parte de los profanos hijos de Elí. En el deseo de Ana de tener “un hijo varón” no vemos simplemente el corazón de la madre, sino también el de la verdadera israelita. Indudablemente, ella había contemplado la ruina de todo lo que atañía al templo de Jehová, y había gemido por ello. Los ojos oscurecidos de Elí, las acciones culpables de Ofni y Finees, la lámpara que estaba por apagarse, el templo profanado, los sacrificios menospreciados, todo contribuía para decir a Ana que el pueblo experimentaba una necesidad real y apremiante, a la cual podía tan sólo responder el don preciado de un hijo varón de parte de Jehová.  

Por esta causa, ella dijo a su marido: “Yo no subiré hasta que el niño sea destetado, para que lo lleve y sea presentado delante de Jehová, y se quede allá para siempre”. ¡Quedar allá para siempre! Nada más que esto podía satisfacer el corazón anhelante de Ana. No era meramente el hecho de que su oprobio había sido quitado lo que volvía a Samuel tan precioso a los ojos de ella. No, Ana deseaba ver “un sacerdote fiel” (1 Samuel 2:35) delante de Jehová, y, por la fe, su mirada se detenía en aquel que debía quedar allá para siempre. ¡Qué fe admirable! ¡Qué santo principio que eleva el alma por encima de la influencia abrumadora de las cosas visibles y temporales, remontándola a la luz de las cosas invisibles y eternas! Continuará...


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