JOB Y SUS AMIGOS parte 44


 JOB Y SUS AMIGOS parte 44

2:DISCURSOS DE LOS AMIGOS DE JOB

Pero, ¡ay!, es de temerse que poquísimos de entre nosotros conozcamos realmente la plena verdad acerca de nosotros mismos. Una cosa es decir: «Nosotros somos viles», y muy otra, exclamar con humillación, desde lo profundo del corazón: «Yo soy vil.» Esto último sólo puede ser conocido y experimentado en forma habitual en la inmediata presencia de Dios. Las palabras: “Ahora mis ojos te ven” y “por tanto me aborrezco”, siempre van juntas. Cuando la luz de lo que Dios es ilumina mi entendimiento acerca de lo que yo soy, me aborrezco a mí mismo; el aborrecimiento propio viene a ser entonces una cosa real. No es de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad. Se manifestará en una vida de renunciamiento propio, en un espíritu humilde, en una mente sumisa y en un andar en gracia a través de las escenas por las que somos llamados a transitar. De poco vale profesar pensamientos viles acerca del yo cuando, al mismo tiempo, somos prontos a resentirnos de cualquier menoscabo que nos hagan; a ofendernos de cualquier insulto imaginario, de cualquier menosprecio o detracción. El verdadero secreto para tener un corazón quebrantado y contrito consiste en permanecer en la presencia de Dios, y entonces seremos capaces de conducirnos rectamente para con todos aquellos con quienes nos relacionamos. Así, vemos que tan pronto como Job enderezó sus pensamientos acerca de Dios y de sí mismo, también hizo lo mismo acerca de sus amigos, pues aprendió a orar por ellos. Sí, él pudo orar por los “consoladores molestos” y por los “médicos nulos” (13:4); por los mismos hombres con quienes había sostenido tan largas disputas con tanta entereza y vehemencia. “Y quitó Jehová la aflicción de Job, cuando él hubo orado por sus amigos” (v. 10). 

Esto es de una gran belleza moral. Es perfecto. Es el fruto singular y exquisito de la primorosa labor divina. Nada puede ser más conmovedor que ver a los tres amigos de Job cambiando su experiencia, su tradición y su legalismo por un precioso “holocausto”, y ver a nuestro querido patriarca cambiando sus amargas invectivas por una grata oración de amor. En resumidas cuentas, tenemos ante nosotros una escena que apabulla por completo al alma. Todo está cambiado; los contendientes están como en el polvo delante de Dios y en los brazos los unos de los otros. La contienda llegó a su fin; la guerra de palabras terminó; y, en su lugar, tenemos las lágrimas del arrepentimiento, el grato olor del holocausto y el abrazo del amor. ¡Qué magnífica escena! ¡Fruto precioso del ministerio divino! ¿Qué falta? ¿Qué más es necesario? ¿Qué más podemos agregar si Dios colocó la última piedra de este precioso edificio? Y vemos también que no hay carencias de ninguna naturaleza, pues leemos: “Y [Jehová] aumentó al doble todas las cosas que habían sido de Job.” Pero, ¿cómo se logró esto? ¿Con qué recursos? ¿Fue acaso por la propia laboriosidad independiente de Job y por su hábil administración? No; todo está cambiado. Job se halla moralmente en un nuevo terreno. Él tiene nuevos pensamientos acerca de Dios, acerca de sí mismo, de sus amigos y de todas sus circunstancias; en una palabra, todas las cosas son hechas nuevas. “Y vinieron a él todos sus hermanos y todas sus hermanas, y todos los que antes le habían conocido, y comieron con él pan en su casa, y se condolieron de él, y le consolaron de todo aquel mal que Jehová había traído sobre él; y cada uno de ellos le dio una pieza de dinero y un anillo de oro. Y bendijo Jehová el postrer estado de Job más que el primero... Después de esto vivió Job ciento cuarenta años, y vio a sus hijos, y a los hijos de sus hijos, hasta la cuarta generación. Y murió Job viejo y lleno de días” (v. 11-17). 


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