3 - LA CUEVA DE ADULAM
Mientras David permaneció en la casa del rey, no hubo ninguna razón ni ningún llamado para que nadie se separara; pero desde el momento que David fue rechazado y debió tomar su lugar fuera, nadie podía permanecer neutral. La línea de demarcación fue claramente trazada; era David o Saúl. Por eso leemos: “Yéndose luego David de allí, huyó a la cueva de Adulam; y cuando sus hermanos y toda la casa de su padre lo supieron, vinieron allí a él. Y se juntaron con él todos los afligidos, y todo el que estaba endeudado, y todos los que se hallaban en amargura de espíritu, y fue hecho jefe de ellos; y tuvo consigo como cuatrocientos hombres” (1 Samuel 22:1-2). Todos aquellos que amaban las formas, un nombre vano, un cargo sin valor, siguieron aferrados a Saúl; pero todos aquellos a quienes estas cosas no podían satisfacer y que amaban al rey ungido de Dios, se reunieron alrededor de él en el lugar fuerte. El profeta, el sacerdote y el rey estaban allí; los pensamientos y las simpatías de Dios estaban allí, y, aunque la compañía formada allí podía presentar al mundo y a la carne una extraña apariencia, no obstante todos estaban alrededor de la persona de David y ligados a sus destinos. Era una compañía de personas que, en su condición original, habían caído en el nivel más bajo, pero que, ahora, debían su carácter y su distinción a su cercanía y devoción al amado rey de Dios. Lejos de Saúl y de todo lo que se relacionaba con su poder, podían gozar sin trabas de la dulce comunión con la persona de aquel que, aunque entonces rechazado, estaba próximo a ascender al trono y a empuñar el cetro de la realeza, para gloria de Dios y para alegría de todo su pueblo.
Tenemos en David y sus compañeros menospreciados, una preciosa figura del verdadero David y de aquellos que prefieren estar asociados con él a todas las alegrías, honores y beneficios de esta tierra. ¿Que tenían que ver
con Saúl y sus intereses, los que habían escogido estar con David? Absolutamente nada. Habían encontrado un nuevo objeto, un nuevo centro, y gozaban de la comunión con el ungido de Dios.
Su lugar alrededor de la persona de David no dependía de ninguna manera de lo que habían sido, ni se relacionaba con ello en absoluto. Continuará...
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