DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 55

 


DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 55

3 - LA CUEVA DE ADULAM

No importaba lo que habían sido: ahora eran los siervos de David, y él su jefe. Eso era lo que los caracterizaba. Unieron su suerte a la del exilado de Dios; sus intereses y los de David eran idénticos. ¡Qué felices estaban de haber escapado del dominio y de la influencia de Saúl! ¡Y cuánto más felices todavía de encontrarse en compañía del profeta, del sacerdote y del rey ungido de Dios! Su amargura, su desamparo, sus deudas, todo quedó olvidado en estas nuevas circunstancias. La gracia de David era su porción presente; su gloria, su perspectiva futura. 

Así precisamente debiera ser con el cristiano, ahora. Todos nosotros, por gracia y bajo las misericordiosas directivas del Padre, hemos encontrado nuestro camino hacia Jesús, el ungido de Dios, rechazado por los hombres y actualmente escondido en Dios. Seguramente todos teníamos nuestros respectivos rasgos de carácter en los días de nuestra culpabilidad y de nuestra insensatez, descontentos, en la amargura de corazón, o bien en desamparo, todos cargábamos con la pesada deuda de nuestros pecados contra Dios, siendo miserables y desdichados, culpables y arruinados, privados de todo lo que podía atraer los pensamientos y los afectos de Cristo, y, sin embargo, Dios nos condujo a los pies de su querido Hijo; allí encontramos el perdón y la paz por su preciosa sangre. Jesús quitó nuestra amargura y nuestro descontento, alivió nuestras penas, borró nuestra deuda, y nos trajo cerca de él. ¿Qué le devolvimos a cambio? ¿Qué le damos a cambio de toda esta gracia? ¿Estamos congregados con el corazón lleno de ardiente afecto, alrededor del Jefe de nuestra salvación? ¿Están nuestros corazones destetados del antiguo estado de cosas, bajo el dominio de Saúl? ¿Vivimos como aquellos que esperamos el momento cuando nuestro David aparecerá en su gloria y se subirá a su trono? ¿Están nuestros afectos fijos en las cosas de arriba? “Si, pues, habéis resucitado con Cristo”, dice el apóstol, “buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria” (Colosenses 3:1-4).  Continuará...


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