DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 56

 


DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 56

3 - LA CUEVA DE ADULAM

Es de temer en gran manera que tan pocos creyentes realmente entren en la verdadera naturaleza y las consecuencias prácticas de su posición, como asociados a Jesús crucificado y resucitado. Muy pocos realmente comprenden el alcance profundo y el significado de las palabras de nuestro Señor: “No son del mundo, como  tampoco yo soy del mundo”, y del Espíritu Santo: “El que santifica y los que son santificados, de uno son todos” (Juan 17:16; Hebreos 2:11). La medida de la separación del cristiano respecto del mundo, es nada menos que la de Cristo, es decir, el principio de ésta. En la práctica, lamentablemente, es otra cosa, pero, en principio, no hay diferencia. Es de una enorme importancia poner hoy en día este principio en práctica. El llamado, la posición y las esperanzas de la Iglesia son cosas poco e insuficientemente comprendidas. 

Sin embargo, el más débil creyente en Cristo, está, a los ojos de Dios, tan separado como Jesús mismo de todo lo que pertenece a la tierra. Esta separación no es una cuestión de logros ni algo a lo cual se llega mediante progresos sucesivos, sino una posición real, simple y que subsiste por sí misma. No es un objeto por el cual se lucha, sino un punto de partida para comenzar la carrera. Algunos han sido inducidos a error por la idea de que debemos esforzarnos para llegar a una posición celestial mediante el despojo de las cosas de la tierra. Esto es, de hecho, comenzar por el lado equivocado. En otro orden de verdades, es el mismo error que afirmar que debemos trabajar para nuestra justificación, mortificando los pecados de la carne. Ahora bien, no mortificamos el yo para ser justificados, si no porque ya lo somos; en efecto, hemos muerto y resucitado con Cristo. Del mismo modo, no dejamos de lado las cosas de la tierra, a fin de convertirnos en celestiales, sino porque estamos en esta posición en Cristo. Abram fue llamado a dejar su tierra y su parentela e ir a Canaán; nuestro llamamiento —del cual Canaán era figura— es un llamamiento celestial, independientemente de todas las cosas, y, en la medida que hacemos esto realidad, nos separamos del mundo. Continuará...


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