DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 70


DAVID: LA VIDA DE LA FE parte 70

4- NABAL Y ABIGAIL 

Pero se comprenderá fácilmente que el discurso de Abigail dirige principalmente su pensamiento hacia el futuro: “Jehová de cierto hará casa estable a mi señor”; “la vida de mi señor será ligada en el haz de los que viven delante de Jehová tu Dios”; “cuando Jehová haga bien a mi señor”; “y te establezca por príncipe sobre Israel”. Todas estas alusiones a la gloria futura de David fueron bien calculadas para hacerle olvidar las injurias y calumnias que acababa de soportar. La casa estable, el haz de la vida y el reino valían infinitamente más que todos los rebaños y las posesiones de Nabal. En vista de estas glorias, bien podía David dejarle a este hombre sus corderos y sus cabras. ¿Qué atractivo podían tener estos bienes para el heredero de un reino, y qué le importaba a aquel que sabía que era el ungido de Jehová, que se lo llamara un siervo fugitivo? 

Abigail sabía todas estas cosas; su fe las había entendido. Conocía a David y sus altos destinos. Por la fe, veía en el desterrado despreciado al futuro rey de Israel. Nabal no conocía a David. Era un hombre del mundo, que vivía completamente inmerso en las cosas presentes. Para él, no había nada más importante que “mi pan”, “mi carne”, “mis esquiladores”; todo se limitaba a esto; todo giraba en torno al «yo»; no había ningún lugar para David y sus derechos. Podía esperarse esto de un hombre como él; pero David no debía descender de su elevada posición, y rebajarse a luchar con un pobre mundano respecto a bienes perecederos. ¡Ah, no!, el reino venidero es lo que debía estar ante sus ojos, llenar sus pensamientos y elevar su espíritu por encima de las bajas influencias de la tierra. 

Consideremos al Maestro mismo, cuando estaba en el tribunal de un pobre gusano —una de las criaturas que sus propias manos formaron—; ¿cuál fue su actitud? ¿Acaso llamó a la pequeña tropa de sus discípulos a ceñir “cada uno su espada”? ¿Acaso dijo a aquel que osó sentarse como su juez: «En vano hice a este hombre todo lo que es, y le di todo lo que tiene?». No; él miraba por encima de Pilato, de Herodes, de los principales sacerdotes y de los escribas, y podía decir: “La copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?” (Juan 18:11). Esto es lo que guardaba su espíritu tranquilo, al mismo tiempo que miraba hacia adelante, hacia el futuro, y podía decir: “Desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo” (Mateo 26:64). Continuará…

 

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