EL HOMBRE DE DIOS Capítulo 1

                                          


EL HOMBRE  DE DIOS 

                                                      INTRODUCCION

“A fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” 

(2 Timoteo 3:17) 

El título que encabeza este artículo es una expresión que aparece en la segunda epístola que el apóstol Pablo escribió a su amado hijo Timoteo, la cual, como sabemos, se caracteriza por una intensa individualidad. Todo estudiante atento de las Escrituras advierte el sorprendente contraste entre las dos epístolas de Pablo a Timoteo. En la primera, la Iglesia es presentada en su orden, y Timoteo es instruido en cuanto a cómo debe comportarse en ella (1 Timoteo 3:15). En la segunda, por el contrario, la Iglesia es presentada en su ruina. La casa de Dios se ha convertido en una “casa grande”, en la cual no sólo hay vasos para honra sino también vasos para deshonra; y donde, además, los errores y los males abundan por todas partes, al igual que los falsos maestros y los falsos profesantes (2 Timoteo 2). 

Y precisamente en esta epístola, con su propio carácter individual, la expresión “el hombre de Dios” se emplea con esa fuerza y significado tan obvios. En tiempos de ruina, de fracaso, de decadencia y de confusión generales, es cuando más hace falta la fidelidad, devoción y determinación del hombre de Dios. Y es una señal de gracia para él, saber que, a pesar del irremediable fracaso de la Iglesia como testimonio responsable de Cristo en esta tierra, en lo individual, tiene el privilegio de seguir una senda tan elevada, gustar de una comunión tan profunda y disfrutar de tan ricas bendiciones como jamás se pudo experimentar ni conocer en los días más brillantes y prósperos de la Iglesia. 

Éste es un hecho sumamente alentador y consolador, establecido por muchas pruebas irrefutables, y que está expuesto en el mismo pasaje de donde tomamos el título de este artículo; un pasaje de singular valor y poder, que citamos a continuación: “Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:14-17) Continuará...


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