EL HOMBRE DE DIOS CAPITULO 2

 


EL HOMBRE  DE DIOS 

“A fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” 

(2 Timoteo 3:17) 

Vemos aquí al “hombre de Dios” en medio de toda la ruina y confusión, de las herejías y las depravaciones morales de los últimos días, con sus rasgos individuales característicos: “perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”. Y, podemos preguntar, ¿qué más podría decirse de los días más brillantes de la Iglesia? Si nos volvemos al mismo día de Pentecostés, con todo su despliegue de poder y gloria, ¿encontramos acaso algo mejor, algo más elevado o más sólido que lo que estas palabras describen: “perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”? 

Y ¿no es una señal de gracia para todos los que desean seguir fielmente a Dios, en un día oscuro y malo, saber que, a pesar de todo el mal, el error, la oscuridad y la confusión, poseen aquello que puede hacer a un niño “sabio para la salvación”, y a un hombre, “perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”? Sin duda que lo es; y debemos alabar a nuestro Dios por ello, con corazones plenos y rebosantes. Es una gran bendición, en días como estos, tener acceso a la fuente eterna del inspirado Libro, donde tanto el niño como el hombre pueden encontrarse a beber y saciarse; a esa fuente cristalina cuyo fondo no se puede ver ni alcanzar por su inmensurable profundidad; a ese Libro incomparable e inapreciable, que encuentra al niño en el regazo de su madre y lo hace sabio para la salvación, y al hombre en la etapa más avanzada de su carrera práctica y lo hace perfecto, enteramente preparado para las exigencias de cada día. Antes de concluir este artículo, tendremos ocasión de considerar más particularmente al “hombre de Dios”, así como también la fuerza y el significado especial de este término. Estamos plenamente persuadidos de que esta expresión tiene un alcance y un significado mucho más profundos de lo que comúnmente se entiende por ella. 

La Escritura presenta al hombre bajo tres aspectos: En primer lugar, tenemos al hombre natural, en segundo lugar, al hombre en Cristo, y, en tercer lugar, al hombre de Dios. Podría pensarse, tal vez, que el segundo y el tercero son sinónimos; pero encontraremos una muy sustancial diferencia entre ambos. Es cierto que antes de poder ser un hombre de Dios, primero debo ser un hombre en Cristo; pero estos términos no son de ninguna manera empleados indistintamente. 


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