EL HOMBRE DE DIOS Capítulo 12

 


EL HOMBRE DE DIOS

                2- UN HOMBRE EN CRISTO

El mismo hecho de que haya sido introducido un segundo Hombre constituye la prueba del completo fracaso del primero. ¿Por qué fue necesario un segundo si se hubiese podido hacer algo con el primero? Si nuestra vieja naturaleza adámica hubiese sido capaz de ser mejorada, no habría habido ninguna necesidad de algo nuevo. Pero “los que están en la carne no pueden agradar a Dios”. “Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación” (Romanos 8:8, VM; Gálatas 6:15). Hay un inmenso poder moral en toda esta línea de enseñanza. Ésta pone el cristianismo en un sorprendente y vivo contraste con toda forma de religiosidad debajo del sol. Tomemos el judaísmo o cualquier otro tipo de religión que alguna vez se hubiere conocido o que ahora existe en el mundo, y ¿qué es lo que encontramos?: Que todas invariablemente han sido concebidas con el propósito de poner a prueba, mejorar o reformar al primer hombre. 

Pero, ¿qué es el cristianismo? Es algo enteramente nuevo, celestial, espiritual, divino. Está basado en la cruz de Cristo, en la cual el primer hombre llegó a su fin, en donde el pecado fue juzgado y quitado de en medio y donde el viejo hombre fue crucificado y puesto fuera de la presencia de Dios para siempre, en lo que respecta a todos los creyentes. Para la fe, la cruz pone fin a la historia del primer hombre. “Con Cristo estoy juntamente crucificado” —dice el apóstol—, y también: “Los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (Gálatas 2:20; 5:24). 

¿Son éstas meras figuras retóricas, o las poderosas palabras del Espíritu Santo que declaran el gran hecho de que nuestra vieja naturaleza ha sido desechada por no valer absolutamente nada y estar condenada? Sin duda que esto último. El cristianismo comienza, por decirlo así, con la tumba abierta del segundo Hombre, para continuar su brillante carrera hacia la gloria eterna. Es, decididamente, una nueva creación, en la cual no hay un solo ápice de las cosas viejas, pues “todas las cosas son de Dios” (2 Corintios 5:18, VM), y, si “todas las cosas” son de Dios, no puede haber absolutamente nada del hombre. Continuará...


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