EL HOMBRE DE DIOS Capítulo 16

 


EL HOMBRE DE DIOS

                2- UN HOMBRE EN CRISTO

Veamos todavía unas pruebas más sobre este punto. Escuchemos lo que dice el apóstol a los colosenses: “Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos tales como: No manejes, ni gustes, ni aun toques (en conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres)” —así es como nos hablan los preceptos humanos, diciéndonos que no manejemos esto, que no gustemos aquello, que no toquemos lo otro, como si hubiera algún principio divino implicado en tales cosas— “cosas que todas se destruyen con el uso? Tales cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo; pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne. Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Colosenses 2:20-3-3). 

Aquí nuevamente cabe preguntarnos hasta qué punto hemos captado el verdadero sentido, el alcance y la aplicación de palabras tales como éstas: “¿Por qué, como si vivieseis en el mundo…?”. ¿Vivimos en el mundo o en el cielo? ¿Dónde? El verdadero cristiano es aquel que ha dejado el presente siglo malo —que ha muerto al mundo—, y ya no tiene nada que ver con él, de la misma manera que Cristo. “Como Cristo… así también nosotros” (Romanos 6:4). Él está muerto a la ley, muerto al pecado: vivo en Cristo, vivo para Dios, vivo en la nueva creación (véase Gálatas 2:19; Romanos 6:11). El cristiano pertenece al cielo; está inscrito como ciudadano del cielo. Su religión, su política, sus costumbres y principios morales, todo es del cielo. Es un hombre celestial que camina en la tierra, y que cumple todos los deberes pertenecientes a las diversas relaciones en que la mano del Padre lo ha colocado, y en las cuales la palabra de Dios lo reconoce plenamente y lo guía ampliamente, tales como esposo, padre, patrón, hijo, servidor y demás similares. El cristiano no es un monje, un asceta ni un ermitaño. Es, lo repetimos, un hombre espiritual, celestial, que está en el mundo, pero que no es del mundo. Es como un extranjero en lo que respecta a su residencia aquí abajo. Está en el cuerpo por lo que respecta a su condición, pero no está en la carne en lo que respecta al principio de su posición. Es “un hombre en Cristo”. Continuará...


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