EL HOMBRE DE DIOS Capítulo 17

 


EL HOMBRE DE DIOS

                2- UN HOMBRE EN CRISTO

Antes de concluir esta sección, quisiéramos dirigir la atención del lector al capítulo 12 de 2 Corintios, donde encontrará de inmediato la positiva posición del creyente y su posible condición. Su posición es fija e inalterable, tal como lo establece esa expresión de tan amplio alcance: “Un hombre en Cristo”. La condición del creyente puede oscilar entre los dos extremos presentados en los primeros y en los últimos versículos de este capítulo. Un cristiano puede estar en el tercer cielo, en medio de las visiones seráficas de ese bendito y santo lugar, o bien hundido en todas las cosas malas y groseras mencionadas en los versículos 20 y 21, si no vela. 

Puede que se pregunte: «¿Es posible que un verdadero hijo de Dios se encuentre alguna vez en una condición moral tan baja como ésa?» ¡Lamentablemente, querido lector, eso es perfectamente posible! No hay sima de pecado o de locura en la que un cristiano no pueda caer en cualquier momento, si no es guardado por la gracia de Dios. Hasta el mismo apóstol, cuando descendió del tercer cielo, necesitó “un aguijón en la carne”, para que no se enalteciera sobremanera. Bien podríamos esperar que un hombre que había sido arrebatado hasta esa brillante y bendita región, jamás volviera a ser presa de sus sentimientos de orgullo. Pero el simple hecho es que ni aun el tercer cielo es capaz de remediar la carne. Ésta es absolutamente incorregible, y debe ser juzgada y mantenida en sujeción día a día, hora tras hora, momento a momento; de lo contrario, tendremos mucho trabajo penoso que hacer. 

Sin embargo, nada puede alterar la posición del creyente. Él está en Cristo para siempre, justificado, hecho acepto y perfecto en Él, y nunca podrá ser otra cosa. Además, siempre debe juzgar su estado en función de su posición, y nunca su posición en función de su estado. El esfuerzo por alcanzar la posición dependiendo de nuestro estado, es legalismo; mientras que negarse a juzgar nuestro estado en función de la posición, es antinomianismo. Los dos —aunque tan diferente el uno del otro— son igualmente falsos, opuestos a la verdad de Dios, ofensivos al Espíritu Santo y completamente ajenos al pensamiento divino de “un hombre en Cristo”. 


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