EL HOMBRE DE DIOS Capítulo 21

                               


EL HOMBRE DE DIOS

                        3- EL HOMBRE DE DIOS 

Perderá esa encantadora frescura y originalidad tan esenciales para un siervo de Cristo, y estará caracterizado por los rasgos distintivos y sobresalientes de una secta. Guardémonos cuidadosamente de esto, que ha arruinado a muchos siervos valiosos. Muchos que hubieran podido ser realmente trabajadores útiles en la viña, fallaron completamente por no mantener la integridad de su carácter y de su senda individual. Ellos comenzaron con Dios; iniciaron su carrera en el ejercicio de una conciencia limpia y en la búsqueda de esa senda que la mano divina había trazado para ellos. Había en ellos un florecimiento, frescor y verdor en los primeros tiempos, muy refrescante y alentador para todos los que se relacionaban con ellos. Eran enseñados por Dios. Se acercaban a la fuente eterna de la Santa Escritura y bebían por sí mismos. Tal vez no sabían mucho, pero lo que sabían era real, porque lo recibían de Dios, y era bien aprovechado, porque “mucho alimento se halla en el barbecho de los pobres” (Proverbios 13:23, VM). 

Pero, en vez de seguir con Dios, cedieron ante la influencia humana. Adquirieron la verdad de segunda mano, y se volvieron vendedores de los pensamientos de otros hombres. En vez de beber de la propia Fuente, bebieron de las corrientes de la opinión humana; perdieron la originalidad, la simplicidad, la frescura y el poder, y se hicieron meros copistas, si no miserables caricaturas. En vez de derramar esos “ríos de agua viva” que fluyen de todo verdadero creyente en Jesús, cayeron en los estériles tecnicismos, y en las secas y metódicas expresiones formularias de la mera religión sistematizada. Querido lector cristiano, debemos guardarnos cuidadosamente de todas estas cosas. Hemos de vigilar, orar para ser guardados de ellas, creer que son perniciosas, y vivir a contracorriente de ellas. Procuremos servir a Dios con limpia conciencia; vivamos en Su inmediata presencia, a la luz de su bendito rostro, en la santa intimidad de la comunión personal con él, por el poder del Espíritu Santo. Continuará...



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