EL HOMBRE DE DIOS Capítulo 24

 


EL HOMBRE DE DIOS

                        3- EL HOMBRE DE DIOS 

Es una consagración conjunta, de corazón y de alma, a Aquel “que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre” y nos trajo a la luz de la presencia de Dios, para que andemos allí con él y los unos con los otros. Nada menos que esto es la comunión cristiana; y cuando se comprende realmente, nos conducirá a hacer una pausa y considerar lo que decimos cuando en un determinado caso afirmamos: «tal persona está en comunión». Pero debemos proseguir con nuestra epístola y ver la plena provisión que hay en ella para el hombre de Dios, por más oscuro que sea el tiempo que le toque vivir. 

Hemos visto la importancia, o, mejor dicho, la indispensable necesidad de tener una “conciencia limpia” y una “fe no fingida” en el equipamiento moral del hombre de Dios. Estas cualidades conforman el mismo cimiento de todo el edificio de la piedad práctica que siempre debe caracterizar a un auténtico hombre de Dios. Pero hay aún más que esto. El edificio debe ser levantado, de la misma forma que se echó el cimiento. El hombre de Dios tiene que trabajar en medio de todo tipo de dificultades, pruebas, penas, desalientos, obstáculos, preguntas y controversias. Tiene un vacío que llenar, un camino que conducir, un trabajo que hacer. Venga lo que viniere, debe servir. El enemigo se puede oponer, el mundo puede mirar de mal ojo, la Iglesia puede estar en ruinas alrededor de él, falsos hermanos pueden poner trabas, frustrar esfuerzos y marcharse; pueden surgir peleas, controversias y divisiones que oscurecen la atmósfera; pero, a pesar de todas estas cosas, el hombre de Dios debe seguir adelante, trabajando, sirviendo, testificando, dentro de la esfera de actividad en que la mano de Dios lo ha colocado, y según el don que le haya sido conferido. ¿Cómo se lleva a cabo esto? No solamente manteniendo una conciencia limpia y ejercitando una fe no fingida —¡preciosas e indispensables cualidades, sin duda!—, sino que, además, tiene que escuchar con atención estas importantes palabras de exhortación: “Por lo cual, te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos” (1:6). Continuará...


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