EL HOMBRE DE DIOS Capítulo 26

                               


EL HOMBRE DE DIOS

                        3- EL HOMBRE DE DIOS 

¡Qué maravillosa combinación! ¡De hecho, un exquisito compuesto preparado “según el arte del perfumista”! ¡Poder, amor y sabiduría! ¡Qué perfecto! Ni un solo ingrediente de más. Si fuera solamente un espíritu de poder, podría inducirnos a llevar las cosas de forma arrogante y dictatorial; si fuera sólo un espíritu de amor, podría inducirnos a sacrificar la verdad por causa de la paz y la armonía, o a tolerar indolentemente el error y el mal, en lugar de ofender. Pero el poder se suaviza por el amor, y el amor se fortalece por el poder; además, el espíritu de sabiduría se agrega para concertar el poder y el amor. En una palabra, todo es una hermosa y divinamente perfecta provisión para el hombre de Dios. Es justamente lo que necesita para “los postreros días” tan peligrosos, tan difíciles, tan llenos de todo tipo de preguntas desconcertantes y de aparentes contradicciones. Si a uno se le preguntara qué consideraría más necesario para tiempos como éstos, seguramente diría: “poder, amor y dominio propio”. Pues bien, ¡bendito sea Dios!, esas son precisamente las cosas que nos ha dado en su gracia para formar el carácter, moldear la marcha y gobernar la conducta del hombre de Dios hasta el final. 

Pero hay aún más provisión y exhortación para el hombre de Dios: “Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo, sino participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios” (1:8). En los días de Pentecostés, cuando la poderosa y rica corriente de la divina gracia fluía y se llevaba consigo a miles de almas rescatadas; cuando todos eran de un corazón y un alma cuando los que estaban fuera se sobrecogían de temor a causa de las extraordinarias manifestaciones del poder divino, se trataba más bien de participar de los triunfos del Evangelio que de sus aflicciones. Pero en los días contemplados en 2 Timoteo, todo es diferente. El amado apóstol estaba solo, prisionero en Roma; todos los que estaban en Asia lo habían abandonado. Himeneo y Fileto negaban la resurrección. Continuará...


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