EL HOMBRE DE DIOS Capítulo 28

                               


EL HOMBRE DE DIOS

                        3- EL HOMBRE DE DIOS 

Todo hombre de Dios necesita recordar esto. No se obtiene ningún consuelo, ninguna paz, ninguna fuerza ni poder moral ni ninguna verdadera elevación contemplando las ruinas. Debemos mirar hacia arriba, fuera de las ruinas, al lugar donde se sentó nuestro Señor Jesucristo, a la diestra de la Majestad en las alturas; o bien —para hablar más de acuerdo con nuestra verdadera posición— mirar hacia abajo, desde nuestro lugar en los cielos, sobre todas las ruinas de la tierra. Hacer realidad nuestro lugar en Cristo, y estar ocupados con el corazón y el alma en él, constituye el verdadero secreto del poder para conducirnos como hombres de Dios. Tener a Cristo siempre ante nosotros —su obra para la conciencia, su persona para el corazón, su palabra para el camino—, es el único gran remedio, soberano y divino, para un yo en ruinas, para un mundo en ruinas y para una iglesia en ruinas. 

Pero debemos terminar. Nos gustaría explayarnos sobre el contenido de esta preciosa segunda epístola a Timoteo. Sería realmente refrescante detenernos en todas sus conmovedoras alusiones, sus serios llamamientos, sus importantes exhortaciones. Pero esto demandaría un volumen entero, por lo que debemos dejar que el lector cristiano estudie la epístola por sí mismo, rogando que el Espíritu eterno, quien inspiró lo escrito, lo revele y lo aplique, con vivo poder, a su alma, a fin de que pueda conducirse como un fiel y fervoroso hombre de Dios y siervo de Cristo, en medio de un escenario de profesión hueca, y de una religiosidad mundana y sin vida.  ¡Quiera el buen Señor despertar en nosotros una más plena consagración —en cuerpo, alma y espíritu, en todo lo que somos y en todo lo que tenemos— a Su servicio! ¡Creemos que realmente podemos decir que suspiramos por esto, con un profundo sentido de nuestra falta de ello; y más lo anhelamos cuanto más nos cansamos de la condición de cosas sin realidad, dentro y alrededor de nosotros!  Querido lector, clamemos con fervor, con fe y con perseverancia a nuestro Dios siempre misericordioso para que nos haga más sinceros, más reales y más fervientes; más fieles a nuestro Señor Jesucristo en todas las cosas. 



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