EL HOMBRE DE DIOS capítulo 6

 


EL HOMBRE  DE DIOS 

“A fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” 

(2 Timoteo 3:17) 

             1- EL HOMBRE NATURAL

¡Qué tremendo pensamiento! ¡Qué consideración más abrumadora! ¡Ojalá que hable, con vivo poder, al alma del  lector inconverso, y lo lleve a exclamar, con sinceridad de corazón: “¿Qué debo hacer para ser salvo?” (Hechos 16:30)! La divina respuesta se encuentra en las siguientes palabras que salieron de los labios de dos de los más altos y dotados embajadores de Cristo: “Arrepentíos y convertíos” (Hechos 3:19), dijo Pedro al judío. “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa”, dijo Pablo al gentil. Y, de nuevo, el último de estos dos benditos mensajeros, al resumir su propio ministerio, define todo el asunto con estas palabras: “Testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo” (Hechos 20:21). 

¡Qué simple, pero qué real! ¡Qué profundo y qué tremendamente práctico! No es una mera fe intelectual, teórica o puramente de nombre. No es meramente decir «yo creo». ¡Ah, no! Es algo mucho más profundo y más serio que esto. Mucho es de temer que una gran cantidad de fe que se profesa en nuestros días sea desgraciadamente superficial, y que gran cantidad de personas que asisten a las reuniones y conferencias sean oyentes junto al camino y de terreno pedregoso (Mateo 13). El arado nunca ha pasado sobre ellos. El barbecho nunca ha sido arado (véase Oseas 10:12). La flecha de la convicción nunca los ha alcanzado hasta el fondo; nunca han sido quebrantados. Nunca han dado un giro completo ni sufrido un cambio radical. La predicación del Evangelio a tales personas es como esparcir preciosas semillas en el duro pavimento o sobre un camino apisonado. Nunca penetra en las profundidades del alma, no alcanza la conciencia ni el corazón. La semilla queda en la superficie, y es arrastrada por el primer viento que pasa. Continuará...


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