EL HOMBRE DE DIOS Capítulo 9

 


EL HOMBRE DE DIOS

                    2- UN HOMBRE EN CRISTO 

A todos aquellos cuyos ojos fueron abiertos para ver su verdadera condición natural, que fueron convencidos de pecado por el poder del Espíritu Santo, y que no conocen el verdadero significado de un corazón quebrantado y de un espíritu contrito, les resultará profundamente interesante conocer el divino secreto del reposo y la paz. Si es verdad —y lo es porque Dios lo dice— que “los que están en la carne no pueden agradar a Dios” (Romanos 8:8, VM), ¿cómo hacer, pues, para no estar en la carne? ¿Cómo puede uno traspasar los límites de su naturaleza caída? ¿Cómo puede alcanzar la bendita posición de aquellos de quienes el Espíritu Santo declara: “Mas vosotros no estáis en la carne, sino en el Espíritu” (Romanos 8:9)? Estas, seguramente, son preguntas trascendentales. Porque debemos saber y recordar que ninguna mejora de nuestra vieja naturaleza tiene valor alguno en cuanto a nuestra posición delante de Dios. Está muy bien, en lo que a esta vida se refiere, que un hombre haga todos los esfuerzos posibles para mejorarse a sí mismo, cultivando su mente, desarrollando su memoria, elevando su tono moral, progresando en su posición social. Todo esto es perfectamente cierto, tanto que no admite discusión ni duda alguna. 

Pero aun cuando admitimos plenamente la verdad de todo esto, no altera en lo más mínimo la solemne y arrolladora declaración del inspirado apóstol de que “los que están en la carne no pueden agradar a Dios” (Romanos 8:8, VM).  Debe haber una posición totalmente nueva, y esta nueva posición no puede ser alcanzada por ningún cambio de la vieja naturaleza —ni por sus hechos, palabras ni sentimientos, por ninguna ordenanza religiosa, rezos, limosnas ni sacramentos—. Haga lo que haga con su naturaleza, ésta seguirá siendo la misma. “Lo que es nacido de la carne, carne es”; y haga lo que haga con la carne, no la puede hacer espíritu. Continuará...


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