EL HOMBRE DE DIOS
“A fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”
(2 Timoteo 3:17)
1- EL HOMBRE NATURAL
Sobre la base de la naturaleza, podemos hallar además a un hombre falso y embustero de tomo y lomo; que se complace en la mentira, el fraude y el engaño; y aunque no tenga un objeto que sirva a sus propios intereses, nada que ganar, prefiere mentir antes que decir la verdad. Es un hombre vil y despreciable en todos sus pensamientos, palabras y actitudes, tanto que a nadie le agradaría tenerlo cerca. Por otra parte, podemos encontrar a un hombre de grandes principios, franco, honorable, generoso y recto, para quien sería repugnante decir una mentira o cometer un acto vil. De reputación intachable, y de carácter excepcional. Su palabra es tomada muy en cuenta; es una persona con la cual a todos les gustaría tratar, de un carácter natural casi perfecto; un hombre de quien se podría decir: le falta una sola cosa.
Finalmente, a medida que nos movemos a lo largo de la gran plataforma de la naturaleza humana, nos podemos encontrar con el ateo, que gusta de negar la existencia de Dios. También está el infiel que niega la revelación de Dios, el escéptico y el racionalista que no creen en nada y, del otro lado, podemos hallar al devoto supersticioso que ocupa su tiempo en ayunos y oraciones, en ordenanzas y ceremonias, y que se siente seguro de haber ganado un lugar en el cielo por haber cumplido una serie de largos y tediosos ritos religiosos que en realidad lo hacen incapaz de desempeñar las funciones y responsabilidades propias de la vida doméstica y social. Podemos encontrar hombres con opiniones religiosas de todos los matices imaginables: iglesia alta, iglesia baja, iglesia ancha o sencillamente ninguna iglesia; hombres que, sin una chispa de vida divina en sus almas, pugnan por las formas sin poder de una religión tradicional. Continuará...
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