DIOS POR NOSOTROS Capítulo 10

3- LA RESURRECCIÓN DE SU HIJO Nuestra tercera prueba se basa en la resurrección de su Hijo. Y, al hablar del hecho glorioso de la resurrección, debemos limitarnos a un solo punto: a la prueba que suministra de que Dios se ha mostrado amigo de nosotros. Un par de pasajes de las Escrituras bastará para declarar y establecer este punto particular. En Romanos 4, el inspirado apóstol presenta a Dios como el que levantó de entre los muertos a nuestro Señor Jesucristo. Está hablando de Abraham, quien, según nos dice él, “creyó en esperanza contra esperanza, para llegar a ser padre de muchas gentes, conforme a lo que se le había dicho: Así será tu descendencia. Y no se debilitó en la fe al considerar su cuerpo que estaba ya como muerto (siendo de casi cien años), o la esterilidad de la matriz de Sara. Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido; por lo cual también su fe le fue contada por justicia. Y no solamente con respecto a él se escribió que le fue contada, sino también con respecto a nosotros a quienes ha de ser contada, esto es, a los que creemos en el que” —¿qué? ¿En el que entregó a su Hijo? ¡No! ¿En el que quebrantó a su Hijo en la cruz? ¡No! ¿En qué, pues?― “en el que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro”, al mismo que “fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación”. Sopesemos bien este grandioso hecho. ¿Qué es lo que llevó a nuestro precioso Salvador a la cruz? ¿Qué lo hizo descender hasta el polvo de la muerte? ¿No fueron nuestras ofensas? Sí, por cierto: “Fue entregado por nuestras transgresiones”. Fue clavado en el maldito madero por nosotros. Él fue nuestro Sustituto en la cruz, con todo lo que ese vocablo significa. Tomó el lugar que nos correspondía a nosotros y fue tratado, en todos los aspectos, como merecíamos nosotros ser tratados. La mano de la justicia infinita trató con nuestros pecados, con todos nuestros pecados, en la cruz. Jesús se hizo cargo de todas nuestras ofensas, iniquidades, transgresiones y deudas, respondiendo por todo lo que estaba, o pudo jamás estar, contra nosotros. Él ―bendito sea su Nombre adorable y sin par― se hizo responsable de todos nosotros, y murió en nuestro lugar bajo todo el peso de nuestros pecados. Murió, el justo por los injustos.¿Dónde está ahora? El corazón late de gozo inefable y santo triunfo al pensar en la respuesta. ¿Dónde está aquel Salvador adorable que pendió ¬allá en la cruz y fue puesto en una tumba? Está a la diestra de Dios, coronado de gloria y de honra. ¿Quién lo ha puesto allí? ¿Quién puso la corona sobre sus benditas sienes? Dios mismo. El mismo que lo entregó y lo quebrantó, es el que lo levantó, y en él hemos de creer si hemos de ser contados por justos. Este es el punto especial que el apóstol tiene en mente. La justicia nos será imputada, si creemos en Dios como aquel que levantó a Jesús, Señor nuestro, de entre los muertos. Continuará...

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