DIOS POR NOSOTROS Capítulo 14

4- EL DESCENSO DEL ESPÍRITU SANTO Tal fue el medio, tal el vehículo que adoptó el Mensajero divino para el bendito propósito de hacer conocer al hombre que Dios era por nosotros. No les habló en griego a los hebreos, ni a los griegos en latín. Le habló a cada uno en el lenguaje que podía entender, en su lengua materna. Y si había alguna peculiaridad en esa lengua materna, algún modismo o provincialismo en el dialecto de cada uno, el Espíritu hizo uso de ello para su propósito de llegar hasta el corazón con la dulce historia de la gracia. Compárese con esto la promulgación de la Ley desde el monte Sinaí. Allí Jehová se limitó enteramente a una sola lengua. Si se hubiesen reunido allí personas “de todas las naciones bajo el cielo”, no habrían entendido ni una sola sílaba. La Ley —“las diez palabras” (Éxodo 34:28, RV 1909)— el informe del deber del hombre para con Dios y con su prójimo, vino cuidadosamente envuelto en un solo idioma. Pero cuando habían de publicarse “las maravillas de Dios” —cuando había de ser declarada la bendita historia del amor—, cuando iba a ser revelado el corazón de Dios hacia los pobres y culpables pecadores, ¿había bastante con una sola lengua? ¡No! “cada nación bajo el cielo” debía oírlo, y había de oírlo en su lengua materna. ¿No es éste un hecho significativo? Quizá diga alguien que quienes oyeron a Pedro y a los demás el día de Pentecostés, eran judíos. Bien, eso no despoja en modo alguno de su encanto, de su dulzura y de su poder al hecho aquel. El hecho es que, cuando descendió del cielo el Espíritu eterno para dar a conocer la resurrección de Cristo, para dar testimonio de una redención cumplida, para proclamar las buenas nuevas de la salvación, para predicar arrepentimiento y remisión de pecados, no se limitó a un solo lenguaje, sino que habló en todo dialecto bajo el cielo.¿Por qué? Porque deseaba que el ser humano pudiese entender lo que tenía que decirle; deseaba alcanzar su corazón con las dulces noticias del amor redentor, con el mensaje avivador de la plena remisión de los pecados. Cuando iba a ser proclamada la Ley —cuando Jehová tenía que hablarle al hombre acerca de sus deberes— cuando tenía que dirigirse a él en términos como los siguientes: «Harás esto y esto», y «no harás esto ni aquello», se limitó a un solo lenguaje. Pero cuando quiso declarar el precioso secreto de su amor, cuando quiso declarar que estaba a favor del hombre, puso interés en hablar en cada lengua que hay bajo el cielo, a fin de que todo ser humano pueda oír, en su lengua materna, las maravillas de Dios.Así pues, en nuestra serie de pruebas —nuestra cadena de oro de la evidencia—, hemos viajado desde el seno del Padre hasta la cruz de Cristo, y desde aquella preciosa cruz de vuelta hasta el trono. Hemos hecho notar la entrega, el quebranto y la resurrección del Hijo. Hemos visto el corazón mismo de Dios, expresado en un amor profundo y maravilloso, y en una tierna compasión hacia los pecadores perdidos. Más aún, hemos hecho notar el descenso del Espíritu eterno desde el trono de Dios, su misión a este mundo para anunciar a toda criatura debajo del cielo las buenas nuevas de una salvación completa, gratuita y eterna, mediante la sangre del Cordero, y para anunciar esas noticias, no en una lengua desconocida, sino en la lengua materna de cada uno. ¿Queda algo más? ¿Hay algún otro eslabón que añadir a la cadena? Sí, la posesión de las Sagradas Escrituras.

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